10 de febrero de 2018

Multiplicando la fe

Mc 8,1-10

En aquel tiempo, habiendo de nuevo mucha gente con Jesús y no teniendo qué comer, Él llama a sus discípulos y les dice: ‘Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos’. Sus discípulos le respondieron: ‘¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto?’. Él les preguntaba: ‘¿Cuántos panes tenéis?’. Ellos le respondieron: Siete’.

Entonces Él mandó a la gente acomodarse sobre la tierra y, tomando los siete panes y dando gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran, y ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos pocos pececillos. Y, pronunciando la bendición sobre ellos, mandó que también los sirvieran. Comieron y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes siete espuertas. Fueron unos cuatro mil; y Jesús los despidió. Subió a continuación a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.


COMENTARIO

Al parecer, en muchas ocasiones, las personas que seguían a Jesús eran muchos. Es de suponer que tenían que comer y, aunque tales personas les pudiera bastar el alimento espiritual que les daba Jesús no estaba de menos, eso lo sabía el Hijo de  Dios, que se alimentasen, también, de lo material.

No es la primera vez que Jesús multiplica los panes y los peces o, si es la misma que refleja el Evangelio de San Lucas sí que manifiesta el verdadero poder de Dios y lo que se puede hacer pidiendo al Padre como hay que pedir.

Pero Jesús no descansa. Una vez que da de comer, el comer material, a los miles de personas que le escuchaban, sigue con su labor. Sabía que disponía de poco tiempo y que su misión tenía que ser cumplida porque era la voluntad del Padre.


JESÚS, multiplicas los panes y los peces porque sabes que quien te sigue merece su sustento. Ayúdanos a seguirte siempre y a dejarnos llevar por la Providencia de Dios.




Eleuterio Fernández Guzmán


9 de febrero de 2018

Todo lo hizo bien


Mc 7,31-37

En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: ‘Effatá’, que quiere decir: "¡Ábrete!". 
Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: ‘Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos’”.

COMENTARIO

Es bien cierto que muchas personas eran presentadas a Jesús porque sus discípulos tenían plena confianza en que podía obrar milagros y que, por eso mismo, era importante tener eso en cuenta. Cuando nadie podía hacer nada todo lo podía hacer el Maestro.

Aquel sordo, y casi mudo, sabía que tenía una vida muy difícil de sobrellevar. Apartado del mundo social sólo podía acogerse a lo sagrado, a lo divino. Y algunos, seguramente amigos o familiares (como pasó en el caso del paralítico llevado ante Jesús) lo llevan para que sea curado. Y lo fue. La fe pudo, otra vez, en el corazón de Cristo.

Era de esperar que muchos de los que había visto aquello (y otras cosas) pensasen que Jesús todo lo había hecho bien. Y no podía, por mucho que Jesús les dijese lo contrario, dejar de contar lo que habían visto. Fueron, por así decirlo, enviados a la fuerza… a la fuerza de las circunstancias dichosas que habían contemplado.


JESÚS, las personas que se dirigen a Ti lo hacen porque confín en Ti. Ayúdanos a ser de tal grupo y a serlo siempre, siempre, siempre.





Eleuterio Fernández Guzmán


8 de febrero de 2018

Lo que hace la fe



Mc 7,24-30

En aquel tiempo, Jesús partiendo de allí, se fue a la región de Tiro, y entrando en una casa quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar inadvertido, sino que, en seguida, habiendo oído hablar de Él una mujer, cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies. Esta mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Él le decía: ‘Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos’. Pero ella le respondió: ‘Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños’. Él, entonces, le dijo: ‘Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija. Volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y ‘que el demonio se había ido”.


COMENTARIO

No podemos dejar de reconocer que Jesús estaría bastante agobiado por la “persecución” a la que estaba sometido por aquellos que necesitaban de su Verbo y de su acción. No nos extraña, por tano, que no pasar inadvertido allá donde fuera. Y, seguramente, era lo que quería.

Muchos lo seguían. Aquella mujer, por ejemplo, sabía que Jesús podía ayudar a su hija. Estaba poseía por un demonio y sólo quien tiene poder sobre los demonios puede dominarlos. Y le pide a Jesús. Lo hace con confianza en el Maestro.

Jesús sabe que, según actúa aquella mujer, quiere mucho a su hija pero, sobre todo, confía en su persona. Sabe que ella cree que salvará a quien está endemoniada. Sólo esperaba lo mínimo, sólo un pequeño “sí” por parte de Jesús. Y eso, precisamente eso, salvó a su hija.


JESÚS, ayúdanos a tener fe, ayúdanos.

Eleuterio Fernández Guzmán


7 de febrero de 2018

Corregir nuestros muchos errores


Mc 7,1-13
En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas, -es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas-. 

Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: ‘¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?’. Él les dijo: ‘Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres’. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres’. Les decía también: ‘¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre y: el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte’. Pero vosotros decís: ‘Si uno dice a su padre o a su madre: Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro "Korbán" -es decir: ofrenda-’, ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre, anulando así la Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a éstas’”.


COMENTARIO

No podemos negar que la fe, la creencia en Dios, en tiempos de Jesús, había alcanzado un desarrollo no pequeño. Hacía ya muchos siglos que el pueblo judío esperaba la llegada del Mesías y había tenido mucho tiempo para establecer sus propias normas religiosas.

Jesús sabía que mucho de lo que hacían sus compatriotas estaban muy equivocadas y debía corregirlas. El caso es que la verdadera Ley de Dios había sido sustituida por la tradición del hombre y el mismo, el poderoso, había hecho todo lo posible para que la misma fuera muy ventajosa para aquel que la establecía.

Jesús les dice algo que es muy importante: violar el mandamiento de Dios y poner, sobre el mismo, la elaboración del mismo por parte del hombre es algo que el Creador no tiene por bueno sino, al contrario, por muy malo.



JESÚS, ayúdanos a no tergiversar la Verdad.

Eleuterio Fernández Guzmán


5 de febrero de 2018

Reconocer a Cristo


 Mc 6, 53-56


“53 Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron.
54 Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida, 55 recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba. 56 Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.”

COMENTARIO

Este texto del Evangelio de San Marcos nos muestra la concepción que el pueblo judío tenía de la enfermedad. Así, consideraban salvados a los que había sido curados porque tenía al enfermo, también, por un pecador.

Muchos sabían que aquel Maestro no era como otros de los muchos que había en Israel. Y es que le reconocían una autoridad superior a los demás. Por eso le llevaban a los enfermos, para que curaran.

Allí donde iba Jesús mucho sabían que podían acudir a Él. Tenían confianza y fe en aquel hombre que era más que un hombre. Y, como en toras ocasiones, la fe les había curado y, a la vez, salvado.


JESÚS,  ayúdanos a tener fe en ti siempre, siempre, siempre.


Eleuterio Fernández Guzmán

4 de febrero de 2018

Para eso vino Cristo



Mc 1, 29-39

Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.      Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar  a los demonios, pues le conocían. De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: ‘Todos te buscan.’ El les dice: ‘Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.’ Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios”.


COMENTARIO

Jesús no pierde su ocasión para cumplir son su misión curativa. En cada ocasión que se le presenta muestra al mundo el inmenso poder de Dios que, siendo Él mismo el Creador hecho hombre, cuenta con sus manos y corazón para hacerse efectiva.

Muchos necesitaban ayuda: física y espiritual. Y aquellos muchos que habían creído en Él no cejaban en su voluntad de encontrarlo, de seguirlo y de pedirle ayuda. Por eso Jesús no deja de expulsar demonios (de exorcizar) o, en otros casos, de curar otro tipo de enfermedades. Y luego oraba. Siempre se dirigía a Dios Padre para dar gracias por lo que había podido llevar a cabo.

Pero Jesús sabía que había otros muchos que aún necesitaban de su ayuda y auxilio. Dice algo que es muy importante: “para eso he salido”. Dice que ha salido, de Dios Padre, para llevar al mundo su Palabra y su bondad, su misericordia y su ansia de tener a sus hijos a su lado para siempre, siempre, siempre.

JESÚS, ayúdanos a querer buscarte.

Eleuterio Fernández Guzmán