14 de octubre de 2017

Quien es dichoso

Lc 11, 27-28

“27 Sucedió que, estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: 'Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron'. 28 Pero él dijo: 'Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan'”.


COMENTARIO

Podemos imaginar al Hijo de Dios predicando por aquellas tierras que eran las suyas por haber nacido muy cerca de allí e, incluso, en el mismo pueblo donde había vivido hasta que dio comienzo su vida pública. Que iría mucha gente a escucharle era de esperar porque había adquirido justa fama de ser un Maestro que enseñaba con autoridad. Y, entonces, tampoco nos extraña que hubiera quien se diera cuenta, en efecto, de que Jesús, el hijo de María y de José, era una persona a la que había que tener en cuenta.

De todas formas, entonces alguien sube la voz. Y la sube porque allí habría gran cantidad de personas que podía estar comentando lo que decía el Maestro. Y la sube, además, porque quiere que se escuche lo que va a decir. Y no es nada raro ni nada por estilo. No va a poner en entredicho al Hijo de Dios sino que quiere alabar a su Madre.

Sin embargo, Jesús sabe que hay algo que es, incluso, más importante que aquello que se dice de quien lo trajo al mundo. Y no quiere decir, con lo que responde a quien eso dice, que haga de menos a su madre. Es, justo, al contrario, porque al decir que son dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la guardan, bien sabe el hijo de María que su Madre ha hecho eso desde siempre. Por eso la alaba y la llama dichosa.

JESÚS,  ayúdanos a ser dichosos como lo era tu Madre.


Eleuterio Fernández Guzmán


13 de octubre de 2017

Estar con Cristo


Lc 11,15-26

“En aquel tiempo, después de que Jesús hubo expulsado un demonio, algunos dijeron: ‘Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios’. Otros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del cielo. 

Pero Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: ‘«Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae. Si, pues, también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?, porque decís que yo expulso los demonios por Beelzebul. Si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios.

‘Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos. El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo; y, al no encontrarlo, dice: ‘Me volveré a mi casa, de donde salí’. Y al llegar la encuentra barrida y en orden. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí, y el final de aquel hombre viene a ser peor que el principio’”.


COMENTARIO

No es posible negar que había muchos, de los que perseguían a Jesús, que esperaban cualquier momento para zaherirlo y para ponerle las cosas difíciles. Al menos, eso era lo que creían ellos cuando lo acusa de estar con los demonios.

El Hijo de sabe que ellos, los que no lo quieren bien, tienen muy a bien que haya un enviado de parte de Dios. Y es que tal era la promesa del Todopoderoso para cuando llegara la culminación de los tiempos. Pero ellos no acaban de entender nada de lo que les dice.

Con toda claridad lo proclama Jesucristo: hay que estar con Él o contra Él. Es más, quien crea que no siguiéndole va a hacer algo bueno… está completamente equivocado.




JESÚS,  ayúdanos a estar siempre contigo.


Eleuterio Fernández Guzmán


12 de octubre de 2017

Guardar la Palabra de Dios y no olvidarla

Lc 11, 27-28

27 Sucedió que, estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: 'Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron'. 28 Pero él dijo: 'Dichos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan'”.


COMENTARIO

Jesús enseñaba siempre que podía y, por tanto, no es nada extraño que este pasaje recoja un momento, de los mucho que tuvo que haber, en el que hablaba a los que querían escucharlo.

Alguien alaba a la Virgen María. Tampoco nos extraña que alguien diga que es dichosa aquella mujer que ha amamantaron a un Maestro como era Jesucristo. Pero eso, al contrario de lo que pudiera pensarse, hizo pensar al Hijo de Dios sobre eso mismo.

No es que Jesús no quisiera a su madre, la Madre. Lo que pasa es que sabe el Hijo de Dios que hay que hacer la voluntad del Todopoderoso. Y, por eso mismo, muestra, diciendo lo que dice, que su Madre es la primera que ha escuchado la Palabra de Dios y la ha guardado en su corazón.


JESÚS, ayúdanos a guardar la Palabra de Dios en nuestro corazón y hacerla efectiva en nuestra vida.

Eleuterio Fernández Guzmán


11 de octubre de 2017

Padre nuestro; Dios nuestro



Lc 11,1-4

Sucedió que, estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: ‘Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos’. Él les dijo: ‘Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación’”.

COMENTARIO


Los apóstoles quieren orar. Bueno, lo que querían era orar como veían que lo hacía Jesús. Debían verlo tan concentrado en la oración que ellos no querían hacer menos que Él. Y por eso le piden que les enseñe a orar.

Jesús lo hace a su modo y manera: les enseña una oración sencilla. El caso es que tal oración es para dirigirse directamente a Dios, Padre de Cristo y Padre nuestro. Con la misma espera que comprendan que hablar con el Todopoderoso no es cosa imposible.

Esta oración que les enseña Jesús tiene todo lo que ha de tener una que sea agradable a los oídos del Padre: se le pide cosas que son intrínsecamente buenas para el hombre y, por eso mismo, es escuchada con gozo por el Creador. Y en cada una de las peticiones está puesto el corazón de Cristo… además.




JESÚS, nos enseñas una oración sencilla pero, a la vez, profunda. Ayúdanos a tenerla siempre presente en nuestra vida.

Eleuterio Fernández Guzmán








10 de octubre de 2017

Mejor es ser como María

Lc 10, 38-42

“En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: ‘Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude’. Le respondió el Señor: ‘Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada’”.

COMENTARIO


Los ejemplos que nos pone el evangelio de hoy, los de las amigas de Jesús y hermanas de Lázaro, son buenos porque nos ponen sobre la mesa dos actitudes distintas que podemos ofrecer ante Dios mismo y ante su Hijo Jesucristo.

Podemos ser Marta o María porque, es bien cierto que podemos optar por la actitud de ayuda a los demás, al estilo de Marta o tener en cuenta, más, en nuestra vida, la fe y lo espiritual.

En realidad debemos ser, a la vez, Marta y María. Así, por un lado, optamos por ser las manos de quienes las necesiten y, de paso, no olvidamos que lo hacemos por fe y por querer al prójimo como a nosotros mismos. Y tal ha de ser nuestra forma de actuar: ser Marta y María.


JESÚS, ayúdanos a tenerte en cuenta en nuestra vida sin olvidar, para nada, las necesidades del prójimo.


Eleuterio Fernández Guzmán

9 de octubre de 2017

Lo que debemos hacer lo dice Cristo



Lc 10-25-37

“25 Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: ‘Maestro, ¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?’ 26 El le dijo: ‘¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?’ 27 Respondió: = ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas = y con toda tu mente; = y a tu prójimo como a ti mismo.’ = 28 Díjole entonces: ‘Bien has respondido. Haz eso y vivirás.’ 29 Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: ‘Y ¿quién es mi prójimo?’

30 Jesús respondió: ‘Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó
en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. 31 Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. 32 De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. 33 Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; 34 y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. 35 Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: “Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.” 36 ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?’

37 El dijo: ‘El que practicó la misericordia con él.’ Díjole Jesús: ‘Vete y haz tú lo mismo.’


COMENTARIO

Podemos pensar que aquel hombre le pregunta a Jesús con intención, de verdad, de saber. Quiere conocer qué debe hacer para alcanzar la vida eterna. Y tal anhelo no era poca cosa sino, al contrario, muy mucho y muy mucho.

Jesucristo no le dice que, para alcanzar la vida eterna, deba hacer grandes cosas, grandes empresas emprender ni nada por el estilo. Simplemente pone ante la mesa la parábola del buen samaritano.

El buen samaritano es aquel que, de verdad, quiere alcanzar la vida eterna y es misericordioso con su prójimo aunque el mismo (y seguramente entonces más aún) no sea de su agrado. Auxilia a quien lo necesita sin mira cuáles son las circunstancias de su vida.


JESÚS,  ayúdanos a ser buenos samaritanos.


Eleuterio Fernández Guzmán


8 de octubre de 2017

Lo que Dios quiere para sus hijos

Mt 21, 33-43


“En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: ‘Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’. 

‘Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia’. Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?’. Dícenle: ‘A esos miserables les dará una muerte miserable arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo’. Y Jesús les dice: ‘¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos’”.


COMENTARIO

Jesús sabía, lo mismo que aquellos que entonces le escuchaban, que el pueblo elegido por Dios que el Todopoderoso había suscitado profetas de entre sus hijos y que otros de sus hijos los habían matado porque no les gustaba nada de nada lo que ponía en su boca Dios mismo.

Cuando ellos escuchan aquellas palabras que, estamos más que seguros, no eran de su agrado, debieron enfadarse mucho con aquel Maestro que les echaba en cara lo que habían hecho sus padres. Y es que ignoraban que ellos harían lo mismo con el Hijo de Dios.

Eso le sirve a Jesucristo para mostrarse como la piedra que había sido desechada por los llamados arquitectos del pueblo judío. Ellos lo habían rechazado pero Dios lo iba a convertir en la piedra sobre la que se iba a construir su Iglesia.



JESÚS, ayúdanos a no dudar nunca de la santísima voluntad de Dios.

Eleuterio Fernández Guzmán