15 de abril de 2017

María, la que espera

COMENTARIO

En un día como hoy, Sábado Santo, la liturgia no nos tiene preparado texto alguno. Es decir, hoy, víspera del Domingo de Resurrección, diera la impresión que el mundo espiritual queda como vacío cuando, en realidad, está más lleno que nunca.

Sabemos que el Hijo de Dios ha muerto. Podemos imaginar, por tanto, qué debía pasar por el corazón de aquellos discípulos suyos que había escogido como Apóstoles. Por eso en otro momento se nos dirá que estaban escondidos por miedo a los judíos. Pero con ellos estaba quien no había perdido la esperanza y quien, por ser quien era, la Madre, tenía muchas cosas en su corazón que había alojado según iban sucediendo.

María, que había visto morir a su hijo bien de cerca mirando, no podía creer que todo había terminado. A lo largo de su vida de Madre de Dios, desde la misma Anunciación, la Virgen María había ido atesorando, guardando como un tesoro, determinados acontecimientos: desde el mismo momento en el que se declaró esclava del Señor hasta aquel en el que un anciano de nombre Simeón le había predicho que una espada atravesaría el corazón. Y sabía que todo se había cumplido, palabra por palabra y que ahora no todo podía terminar así.

María, la todaesperanza, no iba a dejar pasar el momento para pedir a Dios, al Todopoderoso al que se había entregado de cuerpo y alma desde bien tierna edad, que su Hijo no hubiera muerto en vano. Y ella, que debía orar, entonces, con todas las fuerzas de una madre, de la Madre, esperaba.

María esperaba que llegara un momento en el que Jesús, su muy amado Hijo, volviera con ella. Seguramente, Jesucristo le había hablado muchas veces de que eso iba a suceder y ella también había guardado en su corazón. Tenía, por tanto, una seguridad mucho mayor que la de aquellos que, escuchándolo, no acababan de entender lo que les estaba diciendo cuando, por ejemplo, tras la Transfiguración, les dijo a Pedro, Santiago y Juan que nada dijeran a nadie de lo que habían visto hasta que resucitara de entre los muertos. Y ellos no entendieron qué quería decir con aquello.

María, sin embargo, sí creía, sí tenía esperanza. María era la mujer del “sí”: sí había dicho al Ángel Gabriel, sí había querido seguir a Jesús durante su vida errante; y sí, ahora, sabía que iba a volver con ella y, también, con los demás que ahora tenían un miedo bien merecido.

María, la sinpecado, esperaba, en aquel primer Sábado Santo de la historia, que todo lo que tenía que suceder… sucediera.


¡Ven, Señor Jesús!




Eleuterio Fernández Guzmán

14 de abril de 2017

Y murió Cristo





Viernes Santo
Jn 18,1—19,42

En aquel tiempo, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: ‘¿A quién buscáis?’. Le contestaron: ‘A Jesús el Nazareno’. Díceles: ‘Yo soy’. Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: ‘¿A quién buscáis?’. Le contestaron: ‘A Jesús el Nazareno’. Respondió Jesús: ‘Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos’. Así se cumpliría lo que había dicho: ‘De los que me has dado, no he perdido a ninguno’. Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: ‘Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?’. 

Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: ‘¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?’. Dice él: ‘No lo soy’. Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: ‘He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho’. Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: ‘¿Así contestas al Sumo Sacerdote?’.

Jesús le respondió: ‘Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?’. Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: ‘¿No eres tú también de sus discípulos?’. El lo negó diciendo: ‘No lo soy’. Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: ‘¿No te vi yo en el huerto con Él?’. Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo. 

De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: ‘¿Qué acusación traéis contra este hombre?’. Ellos le respondieron: ‘Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado’. Pilato replicó: ‘Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley’. Los judíos replicaron: ‘Nosotros no podemos dar muerte a nadie’. Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: ‘¿Eres tú el Rey de los judíos?’. Respondió Jesús: ‘¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?’. Pilato respondió: ‘¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?’. Respondió Jesús: ‘Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí’. Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego tú eres Rey?’. Respondió Jesús: ‘Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz’. Le dice Pilato: ‘¿Qué es la verdad?’. Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: ‘Yo no encuentro ningún delito en Él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?’. Ellos volvieron a gritar diciendo: ‘¡A ése, no; a Barrabás!’. Barrabás era un salteador.

Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a Él, le decían: ‘Salve, Rey de los judíos’. Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: ‘Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él’. Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: ‘Aquí tenéis al hombre’. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: ‘¡Crucifícalo, crucifícalo!’. Les dice Pilato: ‘Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él’. Los judíos le replicaron: ‘Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios’. Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: ‘¿De dónde eres tú?’. Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: ‘¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?’. Respondió Jesús: ‘No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado’. Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: ‘Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César’. Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: ‘Aquí tenéis a vuestro Rey’. Ellos gritaron: ‘¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!’. Les dice Pilato: ‘¿A vuestro Rey voy a crucificar?’. Replicaron los sumos sacerdotes: ‘No tenemos más rey que el César’. Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. 

Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: ‘Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos’. Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: ‘No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Yo soy Rey de los judíos’’. Pilato respondió: ‘Lo que he escrito, lo he escrito’. Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: ‘No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca’. Para que se cumpliera la Escritura: ‘Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica’. Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. 

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: ‘Tengo sed’. Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: ‘Todo está cumplido’. E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: ‘No se le quebrará hueso alguno’. Y también otra Escritura dice: ‘Mirarán al que traspasaron’. 

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.


COMENTARIO


Judas

El papel que juega Judas en la Pasión de Cristo es esencial. Es él quien lo vente a los que le persiguen, pero también es él quien lo entrega en el Huerto de los Olivos. Y, como diría el Hijo de Dios, más le valdría no haber nacido.


Pedro

Aquel hombre, que tanto había presumido de ser un discípulo fiel del Maestro lo niega las veces exactas que el Maestro dijo que lo iba a negar. En realidad, aquello era una prueba a la que le había sometido Dios y, como era de esperar, no la había superado.


Cristo

El Hijo de Dios sufre su Pasión como dejara escrito el profeta Isaías: como cordero llevado al matadero. No rechista, nada dice en su defensa sino sólo, en cada caso, lo que es verdad, la Verdad. Su muerte, por tanto, no es más que la voluntad expresa de cumplir la que era de Dios, su Padre y el nuestro.


JESÚS, gracias por haberte dejado matar por tus hermanos los hombres; gracias por la vida eterna.


Eleuterio Fernández Guzmán


13 de abril de 2017

Servir


Jueves Santo

Jn 13,1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. 

Llega a Simón Pedro; éste le dice: ‘Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?’. Jesús le respondió: ‘Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde’. Le dice Pedro: ‘No me lavarás los pies jamás’. Jesús le respondió: ‘Si no te lavo, no tienes parte conmigo’. Le dice Simón Pedro: ‘Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza’. Jesús le dice: ‘El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos’. Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: ‘No estáis limpios todos’. 

Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: ‘¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros’”.

COMENTARIO

Lo que iba a llevar a cabo el Hijo de Dios en aquella Cena, la Última llamada, era como ejemplo de qué era lo que sus discípulos debían hacer en lo sucesivo. Ni qué decir tiene que no entendieron mucho. Aún no era el momento de unir todas las piezas de aquel espiritual rompecabezas.

Pedro actúa como lo que es: como un hombre, con su pensamiento mundano y humano. No alcanza a comprender que aquel servicio que les presta el Maestro está puesto así por Dios para que ellos hagan lo mismo.

Cristo es ejemplo. Es decir, lo que Jesús había hecho al lavar los pies era, pura y llanamente, un “cómo” debía ser ellos. Si Él, que era Señor y Maestro, había hecho eso… ¿Qué no debían hacer ellos’?


JESÚS, ayúdanos a ser capaces de servir a nuestro prójimo



Eleuterio Fernández Guzmán

12 de abril de 2017

Traicionar al Cristo

Miércoles Santo
Mt 26,14-25

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: ‘¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?’. Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle. 

El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: ‘¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?’. Él les dijo: ‘Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’’. Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua. 

Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: ‘Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará’. Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: ‘¿Acaso soy yo, Señor?’. Él respondió: ‘El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!’. Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: ‘¿Soy yo acaso, Rabbí?’. Dícele: ‘Sí, tú lo has dicho’”.

COMENTARIO

El Mal, que tantas veces acechó al Hijo de Dios, no deja de maquinar en contra del Mesías. Satanás se apodera del corazón de Judas y no tiene más que apuntar hacia donde es necesario apuntar en contra de su Maestro.

Jesús, mientras tanto, prosigue con su misión. Ha de celebrar la Pascual, la última entre aquellos discípulos suyos, y se apresta a ello. Pero sus Apóstoles, que todo parece que ignoran, lo ven todo como lo más normal del mundo.

Y, entonces, la terrible noticia: uno de ellos lo va a entregar. Ninguno, salvo Judas, salve quién es la persona que va a hacer eso con su Maestro. Pero Cristo sí lo sabe y no por ello se retira o se aparta. Cumple con lo que ha de cumplir.


JESÚS, ayúdanos a no traicionarte nunca.



Eleuterio Fernández Guzmán

11 de abril de 2017

Lo dura que es la verdad

Martes Santo
Jn  13,21-33.36-38

En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: ‘En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará’. Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: ‘Pregúntale de quién está hablando’. Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: ‘Señor, ¿quién es?’. Le responde Jesús: ‘Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar’. Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: ‘Lo que vas a hacer, hazlo pronto. Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: ‘Compra lo que nos hace falta para la fiesta’, o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche. 

Cuando salió, dice Jesús: ‘Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros’. Simón Pedro le dice: ‘Señor, ¿a dónde vas?’. Jesús le respondió: ‘Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde’. Pedro le dice: ’¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti’. Le responde Jesús: ‘¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces’”.

COMENTARIO

En aquella situación especial, la Última Cena, Jesús ni puede ni quiere esconder nada. Ha llegado el momento crucial de su vida y eso le da fuerzas. Por eso dice aquello tan terrible de que hay alguien de entre ellos que lo a entregar.

Ellos no entendían nada de lo que estaba pasando. Incluso creen que Judas sale de allí para comprar… Y es que aquellos discípulos aún tenían que pasar por momentos duros y difíciles para comprender muchas de las cosas que ahora se les escapaban.

Y Pedro. Aquel hombre que decía que lo daría todo, hasta la vida, por su Maestro y Señor. Pero Jesús, que conoce perfectamente a quien había escogido como el primero entre iguales, sabe que lo va a traicionar. Y, en efecto, lo traicionó.


JESÚS, ayúdanos a no dudar nunca de Ti.


Eleuterio Fernández Guzmán

10 de abril de 2017

Dar lo mejor a Cristo y a Dios


Lunes Santo
Jn 12,1-11

Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa. 
Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: ‘¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?». Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: ‘Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis’.

Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

COMENTARIO

Podemos apreciar que los que querían perseguir a Jesús no se limitaban a eso sino que también querían quitar de en medio a Lázaro porque con él muchos se daban cuenta de que Jesús no era un Maestro más.

En esto que acude Cristo a la casa de sus amigos de Betania. Ya había resucitado a Lázaro y eso era motivo suficiente como para que muchos acudieran allí para ver al resucitado y, claro, también al Maestro que había hecho tal prodigio.

Está claro que no todos los discípulos de Jesucristo tenían el mismo pensamiento. Y es que Judas, que serían quien lo traicionase en el momento, no veía con buenos ojos lo que hacía aquella mujer que “desperdiciaba” aquel perfume. No sabía que aquello era lo mejor que se lo podía dar al Maestro y eso era lo que debía darle María.

JESÚS,  ayúdanos darte lo mejor.


Eleuterio Fernández Guzmán


9 de abril de 2017

La Pasión de Cristo



Mt 27, 11. 15-17.20-54

11 Jesús compareció ante el procurador, y el procurador le preguntó: ‘¿Eres tú el Rey de los judíos?’ Respondió Jesús: ‘Sí, tú lo dices.’

15 Cada Fiesta, el procurador solía conceder al pueblo la libertad de un preso, el que quisieran. 16 Tenían a la sazón un preso famoso, llamado Barrabás. 17 Y cuando ellos estaban reunidos, les dijo Pilato: ‘¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Cristo?’ 20 Pero los sumos sacerdotes y los ancianos lograron persuadir a la gente que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.

21 Y cuando el procurador les dijo: ‘¿A cuál de los dos queréis que os suelte?’, respondieron: ‘¡A Barrabás!’ 22 Díceles Pilato: ‘Y ¿qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?’ Y todos a una: ‘¡Sea crucificado!’ - 23 ‘Pero ¿qué mal ha hecho?’, preguntó Pilato. Mas ellos seguían gritando con más fuerza: ‘¡Sea crucificado!’ 24 Entonces Pilato, viendo que nada adelantaba, sino que más bien se promovía tumulto, tomó agua y se lavó las manos  delante de la gente diciendo: ‘Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis.’ 25  Y todo el pueblo respondió: ‘¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!’ 26 Entonces, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarle, se lo entregó para que fuera crucificado. 27 Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la  cohorte.   28 Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; 29  y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: ‘¡Salve, Rey de los judíos!’; 30 y después de escupirle, cogieron la caña y le golpeaban en la cabeza.31 Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle. 32 Al salir, encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz. 33 Llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, ‘Calvario’, 34 le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo. 35 Una vez que le crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando a suertes. 36 Y se quedaron sentados allí para custodiarle. 37 Sobre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condena: ‘Este es Jesús, el Rey de los judíos.’ 38     Y al mismo tiempo que a él crucifican a dos salteadores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 39 Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: 40 ‘Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!’ 41 Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: 42 ‘A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. 43 Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: "Soy Hijo de Dios."‘ 44 De la misma manera le injuriaban también los salteadores crucificados con él. 45 Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. 46 Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: = ‘¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?’, = esto es: = ‘¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?’ = 47 Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: ‘A Elías llama éste.’ 48 Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber. 49 Pero los otros dijeron: ‘Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle.’ 50   Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. 51  En  esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron. 52 Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. 53 Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. 54 Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: ‘Verdaderamente éste era Hijo de Dios.’”

COMENTARIO

Toda la Pasión de nuestro Señor tiene todo que ver con la voluntad de Dios de salvar a su creación, el hombre. Por eso cada paso que se da hacia el momento en el que Cristo muere estaba más que dicho que iba a pasar.

Todo lo que Cristo pasa en aquellas terribles horas era la manifestación más palmaria de que Dios quería que las cosas sucediesen como estaban sucediendo. Y, aunque nosotros no podamos entender cómo un Padre como Dios permite lo que permitió, lo bien cierto es que debemos aceptarlo como tal.

Incluso después de muerto, el Hijo de Dios colabora con el Padre a la conversión de sus hijos. Y es que aquel soldado que se da cuenta de que el hombre a quien habían crucificado era Hijo de Dios expresa, más que nada, una auténtica conversión.

JESÚS, ayúdanos a convertir nuestro corazón.



Eleuterio Fernández Guzmán