4 de febrero de 2017

Ovejas que no tienen pastor


Mc 6, 30-34

“Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. El, entonces, les dice: ‘Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco.’ Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer.  Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.”

COMENTARIO

En muchos de los textos bíblicos podemos apreciar que Cristo tenía un amor grande por todos sus hermanos, por toda la humanidad. Por eso no podía evitar acompañarlos cuando creía que se encontraban solos.

En muchas ocasiones, seguramente, a Jesús lo seguían. Sabían de su fama de santidad y que enseñaba con autoridad y no como muchos de sus maestros. Por eso, por mucho que quisiera alejarse para estar con sus Apóstoles siempre acababan por encontrarlo.

Y el corazón de Cristo se conmueve. No puede resistir el amor que tiene en su corazón y cuando se da cuenta de que aquellos que le siguen necesitan su palabra no duda en ofrecerla.

JESÚS, ayúdanos a seguirte como aquellos que te buscaban.



Eleuterio Fernández Guzmán

3 de febrero de 2017

Dar la vida por Dios


Viernes IV del tiempo ordinario
Mc 6,14-29

En aquel tiempo, se había hecho notorio el nombre de Jesús y llegó esto a noticia del rey Herodes. Algunos decían: ‘Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas’. Otros decían: ‘Es Elías’; otros: ‘Es un profeta como los demás profetas’. Al enterarse Herodes, dijo: ‘Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado’. Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: ‘No te está permitido tener la mujer de tu hermano’. Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto. 

Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: ‘Pídeme lo que quieras y te lo daré’. Y le juró: ‘Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino’. Salió la muchacha y preguntó a su madre: ‘¿Qué voy a pedir?’. Y ella le dijo: ‘La cabeza de Juan el Bautista’. Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: ‘Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista’. El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

COMENTARIO

Podemos imaginar el estupor de muchos cuando Juan el Bautista, siguiendo las indicaciones que se le habían dado, empieza a bautizar en el río Jordán. También empieza a predicar sobre el pecado y la conversión y eso no gustaba ya tanto a algunos poderosos.

El Bautista le había hecho saber a Herodes que no estaba bien que se hubiera casado con la mujer de su hermano. Y eso no gustó mucho… ¡A la esposa! Por buscaba ocasión para quitarse de en medio a quien tanto, daño, según ella, le estaba causando.

Herodes estaba dominado por lo el respeto humano. Por eso no puede evitar, aunque quisiera porque sabe que el Bautista es un hombre santo, evitar la muerte del primo de Jesús.


JESÚS, ayúdanos a tener fe como la tuvo el Bautista.



Eleuterio Fernández Guzmán

2 de febrero de 2017

Quien tenía que venir

Lc 2,22-40

Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: ‘Todo varón primogénito será consagrado al Señor’ y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. 

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: ‘Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel’. Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. 
Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: ‘Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. 

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.

COMENTARIO

Para cumplir con lo establecido en la ley, María y José acuden al Templo de Jerusalén a presentar al Niño recién nacido. Ni ellos ni Jesús iban a incumplir nunca lo que la ley decía que debían hacer. Pero aquella ocasión era muy distinta.

En el Templo había ancianos que esperaban la salvación de Israel. Así, por ejemplo, el anciano Simeón llevaba mucho tiempo esperando aquel momento. Por eso, sabe que ha cumplido lo que Dios le había dicho porque reconoce, en aquel Niño, al Mesías.

Lo mismo pasa con Ana, también anciana. Ella servía a Dios en el Templo y se da cuenta de que aquello que dice Simeón es cierto. Y, luego, Jesús crecía como debía creer el Hijo de Dios.


JESUS, gracias por haberte presentado en la casa de tu Padre y presentarte al mundo.



Eleuterio Fernández Guzmán

1 de febrero de 2017

Escandalizarse de Dios…

 Miércoles IV del tiempo ordinario
Mc 6,1-6

En aquel tiempo, Jesús salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguieron. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: ‘¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?’. Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: ‘Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio’. Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.

COMENTARIO

No podemos negar que Cristo, cuando caminaba por Israel, iba causando admiración. Tanto lo que hacía como lo que decía manifestaba que no era un Maestro cualquiera sino que Dios estaba con Él.

Cuando Jesús va a Galilea muchos lo conocen. Por eso nos dice el texto bíblico que todos sabían que era el hijo de María y de José. En realidad, al parecer, ignoraban que era el Hijo de Dios y que había venido a salvarles.

El texto del Evangelio de San Marcos nos dice toda claridad que muchos de los que lo conocían no tenían fe. Y es que no podían imaginar que aquel hombre a quien conocían perfectamente pudiese ser más que el carpintero.

JESÚS, ayúdanos a confiar en Ti.


Eleuterio Fernández Guzmán

31 de enero de 2017

Dios y hombre



Martes IV del tiempo ordinario

Mc 5,21-43

En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: ‘Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva’. Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. 

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: ‘Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré’. Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: ‘¿Quién me ha tocado los vestidos?’. Sus discípulos le contestaron: ‘Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’’. Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: ‘Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad’.

Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: ‘Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?’. Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: ‘No temas; solamente ten fe’. Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: ‘¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida’. Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: ‘Talitá kum’, que quiere decir: ‘Muchacha, a ti te digo, levántate’. La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.

COMENTARIO 

En estos textos bíblicos podemos apreciar perfectamente la diferencia que hay entre la voluntad de Dios y lo que el hombre puede entender acerca de la misma: Dios es poderoso; el hombre está demasiado pegado al suelo y no entiende…

Jairo tenía fe; aquella mujer afectada por flujos de sangre también tenía fe. Y Jesús entiende muy bien lo que supone, sabe, tener confianza en Dios. Por eso en estos casos el resultado es el único que puede darse y que reflejan las Santas Escrituras.

Ante el estupor de aquellos que contemplaron tanto la sanación de la mujer con flujos de sangre como de la hija de Jairo (verdadera resurrección) quedaba lo que debían haber aprendido: tener fe obra milagros.

JESÚS,  ayúdanos a tener fe de verdad.


Eleuterio Fernández Guzmán

30 de enero de 2017

El bien que no entiende en hombre


Lunes IV del tiempo ordinario

Mc 5,1-20

“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: “¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes”. Es que Él le había dicho: “Espíritu inmundo, sal de este hombre”. Y le preguntó: “¿Cuál es tu nombre?”. Le contesta: “Mi nombre es Legión, porque somos muchos”. Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.

Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: “Envíanos a los puercos para que entremos en ellos”. Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.

Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: “Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti”. Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.


COMENTARIO

Sin duda, aquel hombre lo estaba pasando muy mal. Estaba, según nos dice el texto del Evangelio de San Marcos, gravemente endemoniado. Tenía muchos demonios. Por eso necesitaba el auxilio de Aquel a Quien los demonios temían: el Hijo de Dios.

Jesús echa a los demonios de aquel hombre. Sin embargo, a la ambición humana aquello, siendo tan maravilloso, parece no importarle nada. Y es que aquellos hombres  no querían perder e negocio que hacían con los cerdos. Al parecer poco les importaba la vida de su prójimo endemoniado.

Aquel hombre, como es de esperar, está agradecido. Por eso quiere acompañar a Jesús. Pero el Maestro prefiere que diga lo que Dios ha hecho en su favor. Por eso no nos extraña nada que la fama de santidad de Jesucristo se extendiera por doquier.


JESÚS, ayúdanos a aceptar el auxilio de tu corazón.






Eleuterio Fernández Guzmán

29 de enero de 2017

Domingo, 29 de enero de 2017 – Bienaventurados



Mt 5, 1-12a.

“Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:

‘Bienaventurados los pobres de espíritu,  porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados = los mansos =, porque = ellos poseerán en herencia la tierra. =
Bienaventurados los que lloran,  porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,          porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,  porque ellos verán a Dios.
 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,          porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron  a los profetas anteriores a vosotros.’”

COMENTARIO

No sabemos si San Mateo recogió, en esta parte de su Evangelio, algunas palabras que Jesús dijo en una sola ocasión o, al contrario, recopiló lo relacionado con las Bienaventuranzas en un solo texto. El caso es que el Hijo de Dios, en ellas, da un buen programa de trabajo espiritual.

En las Bienaventuranzas, tantas veces leídas y escuchadas, no dejan de ser un camino que Dios traza para el ser humano. Por eso cada una de ellas supone algo que llevar a cabo, una forma de ser cercana a la voluntad del Todopoderoso.

El caso es que cumplir y respetar estos mensajes de Cristo tiene gran premio: la vida eterna. Y es que, no siendo poca cosa no es menos cierto que son, espiritualmente, de una altura difícil de igualar.



JESÚS,  ayúdanos a ser bienaventurados.



Eleuterio Fernández Guzmán