19 de agosto de 2016

Amar a Dios y amar al prójimo

Viernes XX del tiempo ordinario

Mt 22,34-40
En aquel tiempo, cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: ‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?’. Él le dijo: ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas’”.

COMENTARIO

No resulta difícil pensar que aquellos hombres que perseguían a Jesús de forma tan torpe eran pobres hombres. Resulta que ahora quieren coger en un renuncio al Hijo de Dios al respecto del primer Mandamiento de la Ley, precisamente, del Todopoderoso.

Jesús, como es de imaginar, debía pensar que no acababan de entender nada de nada de lo que, hasta entonces, había hecho y dicho en sus años de predicación. Preguntarle a Él por eso era algo, sencillamente, ridículo. ¡Y querían ponerlo a prueba!

La contestación de Cristo es clara: dos cosas se han de tener en cuenta en el Primer Mandamiento: el amor a Dios y el amor al prójimo. Y eso último, seguramente, era lo que más necesitaban aquellos que le preguntaban.


JESÚS,  ayúdanos a amar a nuestro prójimo.



Eleuterio Fernández Guzmán

18 de agosto de 2016

Prepararse adecuadamente

Jueves XX del tiempo ordinario

Mt 22,1-14

En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a los grandes sacerdotes y a los notables del pueblo: ‘El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía a otros siervos, con este encargo: ‘Decid a los invitados: Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda’. Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad.

‘Entonces dice a sus siervos: ‘La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda’. Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?’. Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: ‘Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes’. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos’.

COMENTARIO

En esta parábola, el Hijo de Dios nos pone sobre la mesa una realidad importante que no debemos olvidar pero que, por desgracia, muchas veces se olvida: debemos tener cuidado con la forma en la que nos presentamos ante Dios.

Aquel hombre quiere preparar una fiesta porque su hijo ha contraído matrimonio. Invita a muchos pero cada uno pone una excusa para no acudir. Estos, a nivel espiritual, están perdidos porque han preferido las cosas del mundo.

Otros, sin embargo, sí acuden. Pero no es oro todo lo que reluce. Y es que alguno de ellos no acude preparado a la fiesta. Y eso tiene que ver con nuestra preparación para nuestro juicio particular porque no siempre estamos tan preparados como creemos. Y es que no basta con aceptar a Dios sino que hay que mostrar que se le acepta.


JESÚS, ayúdanos a estar preparados para presentarnos ante Dios.



Eleuterio Fernández Guzmán

17 de agosto de 2016

Saber ser últimos


Miércoles XX del tiempo ordinario

Mt  20,1-16

En aquel tiempo, Jesús dijo a los discípulos esta parábola: ‘El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados, les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo’. Y ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo. Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dice: ‘¿Por qué estáis aquí todo el día parados?’. Dícenle: ‘Es que nadie nos ha contratado’. Díceles: ‘Id también vosotros a la viña’.

‘Al atardecer, dice el dueño de la viña a su administrador: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros’. Vinieron, pues, los de la hora undécima y cobraron un denario cada uno. Al venir los primeros pensaron que cobrarían más, pero ellos también cobraron un denario cada uno. Y al cobrarlo, murmuraban contra el propietario, diciendo: ‘Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor’. Pero él contestó a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?’. Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos’.


COMENTARIO

Cristo vuelve a insistir, como hiciera ya ayer, acerca de algo que deberíamos tener en cuenta pero que, por desgracia y para desgracia nuestra, muchas veces olvidamos: ¡cuidado con querer ser primeros en este mundo a costa de muchos!

La parábola de la viña y del dueño de la viña nos trae a la realidad algo que muchas veces se olvida: Dios da como quiere y a quien quiere y está más que mal no alegrarse porque alguien reciba un don o una gracia de parte del Padre porque no nos haya sido dada a nosotros.
Insiste el Hijo de Dios en lo mismo pero ahora concreta más que ayer mismo. 

Y es que hoy dice apunta que los últimos serán los primeros y los primeros, últimos. Concreta más que ayer porque ahora ya sabemos qué nos conviene a cada uno de nosotros.


JESÚS,  ayúdanos a saber ser últimos y, además, agradecerlo



Eleuterio Fernández Guzmán

16 de agosto de 2016

No querer ser primeros




Martes XX del tiempo ordinario

Mt 19,23-30

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos’. Al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: ‘Entonces, ¿quién se podrá salvar?’. Jesús, mirándolos fijamente, dijo: ‘Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible’.
Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: ‘Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?’. Jesús les dijo: ‘Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros’.

COMENTARIO

Cuando Jesús dice eso de los ricos no se refiere, sin duda, a los que teniendo muchos bienes hacen el bien con los que no los tienen. No. Se refiere a los que, dándose cuenta de las necesidades ajenas, nada hacen para tratar de auxiliar a tales personas.

Y una gran verdad: para el hombre hay cosas, como la salvación, con las que no tiene nada que hacer en cuanto hombre. Debe someterse a la voluntad de Dios que, sin embargo, aporta qué se ha de hacer para alcanzarla.

Jesús, a tal respecto,  habla de los últimos y los primeros. Y es que muchos que aquí se creen primeros, serán últimos en el Cielo y, al revés, muchos que se saben últimos, serán primeros. Y eso es un gran misterio pero que se explica muy bien según lo que hagamos aquí.


JESÚS,  ayúdanos a no querer ser primeros .



Eleuterio Fernández Guzmán

15 de agosto de 2016

La labor del Espíritu Santo

Lc 1,39-56

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: ‘Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!’.

Y dijo María: ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos’. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.”

COMENTARIO

Sabemos que, cuando el Ángel Gabriel dejó a María con la buena nueva de que iba a ser la madre de Dios, ella sólo tuvo un pensamiento: debía acudir donde vivía su prima Isabel porque estaba embarazada y era persona de edad avanzada. Y eso hace sin temor a nada ni a nadie.

Cuando María se acerca a la casa de Isabel a esta el Espíritu Santo le ha soplado en el corazón. Sabe más de lo que debería saber alguien en sus circunstancias. Y se alegra. La llama bendita a María y bendito al niño que lleva en sus entrañas. Y es que ha reconocido a la Madre de su Señor.

Y María… ¿qué hace?: proclama. Ella deja salir de su corazón las inspiraciones del Espíritu Santo. Sabe que Dios ha hecho lo que, para los hombres, es imposible. Sabe, también, que, en efecto, ha sido bendecida desde la misma eternidad. Y se alegra.


JESÚS, gracias por darnos a María como Madre nuestra.

Eleuterio Fernández Guzmán


14 de agosto de 2016

El fuego de Dios sana


Lc 12, 49-53

“‘He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! ¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres;  estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la  madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.’”

COMENTARIO         

Lo que Cristo había venido a hacer al mundo, para muchos, no era entendible. Ellos vivían su fe, creían, de forma plena pero, en realidad, ni entendían la voluntad de Dios y, lo que es peor, no querían entenderla.

Jesús, sin embargo sabía todo lo que le iba a pasar. Lo sabía no por ser profeta sino porque era Dios y tenía todo conocimiento de todo. Por eso sabía cómo sería su muerte y se sometía a ella y a la voluntad de Dios en cuanto Padre suyo.

En realidad, cuando Cristo dice que unos se enfrentarán a otros quiere decir que, a causa de de Él muchos se iban a llevar mal con otros porque habrían preferido la vida eterna al mundo. Y tal era un fuego que, además, sanaría lo malo que había en el corazón de los hombres y lo sanaría para siempre.

               
JESÚS, ayúdanos a aceptar el fuego de Dios.


Eleuterio Fernández Guzmán