26 de marzo de 2016

Sábado de espera; sábado de esperanza eterna

Sábado santo

COMENTARIO

Hoy es día de espera. La Iglesia fundada por Jesucristo sabe que, cuando murió el Maestro, prometió que volvería de entre los muertos y que lo haría al tercer día.

Hoy, pues, es día de silencio y de meditación: de silencio porque esperamos recordando a Quien se entregó por nosotros y lo hacemos en la intimidad de nuestro corazón de hermanos; de meditación porque necesitamos entrar en el misterio que, prometido por Dios Padre Todopoderoso, se ha cumplido hasta la última gota de sangre.

Nosotros, hermanos de Cristo e hijos de Dios, compartimos este día en el que esperamos, con perseverancia en la oración, a que la piedra del sepulcro caiga y que Quien vino al mundo para salvarnos confirme que todo ha sido y es verdad, la Verdad.


JESÚS,  tus hermanos esperamos tu Resurrección; esperamos y oramos.


Eleuterio Fernández Guzmán



25 de marzo de 2016

Ser y morir

Viernes Santo
 La Anunciación del Señor
Jn 18,1—19,42
En aquel tiempo, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: ‘¿A quién buscáis?’. Le contestaron: ‘A Jesús el Nazareno’. Díceles: ‘Yo soy’. Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: ‘¿A quién buscáis?’. Le contestaron: ‘A Jesús el Nazareno’. Respondió Jesús: ‘Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos’. Así se cumpliría lo que había dicho: ‘De los que me has dado, no he perdido a ninguno’. Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: ‘Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?’. 
Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: ‘¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?’. Dice él: ‘No lo soy’. Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: ‘He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho’. Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: ‘¿Así contestas al Sumo Sacerdote?’. Jesús le respondió: ‘Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?’. Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: ‘¿No eres tú también de sus discípulos?’. El lo negó diciendo: ‘No lo soy’. Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: ‘¿No te vi yo en el huerto con Él?’. Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo. 
De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: ‘¿Qué acusación traéis contra este hombre?’. Ellos le respondieron: ‘Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado’. Pilato replicó: ‘Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley’. Los judíos replicaron: ‘Nosotros no podemos dar muerte a nadie’. Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: ‘¿Eres tú el Rey de los judíos?’. Respondió Jesús: ‘¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?’. Pilato respondió: ‘¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?’. Respondió Jesús: ‘Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí’. Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego tú eres Rey?’. Respondió Jesús: ‘Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz’. Le dice Pilato: ‘¿Qué es la verdad?’. Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: ‘Yo no encuentro ningún delito en Él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?’. Ellos volvieron a gritar diciendo: ‘¡A ése, no; a Barrabás!’. Barrabás era un salteador.
Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a Él, le decían: ‘Salve, Rey de los judíos’. Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: ‘Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él’. Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: ‘Aquí tenéis al hombre’. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: ‘¡Crucifícalo, crucifícalo!’. Les dice Pilato: ‘Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él’. Los judíos le replicaron: ‘Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios’. Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: ‘¿De dónde eres tú?’. Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: ‘¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?’. Respondió Jesús: ‘No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado’. Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: ‘Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César’. Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: ‘Aquí tenéis a vuestro Rey’. Ellos gritaron: ‘¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!’. Les dice Pilato: ‘¿A vuestro Rey voy a crucificar?’. Replicaron los sumos sacerdotes: ‘No tenemos más rey que el César’. Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. 
Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: ‘Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos’. Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: ‘No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Yo soy Rey de los judíos’’. Pilato respondió: ‘Lo que he escrito, lo he escrito’. Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: ‘No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca’. Para que se cumpliera la Escritura: ‘Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica’. Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. 
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: ‘Tengo sed’. Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: ‘Todo está cumplido’. E inclinando la cabeza entregó el espíritu.
Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: ‘No se le quebrará hueso alguno’. Y también otra Escritura dice: ‘Mirarán al que traspasaron’. 

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.

  




JESÚS,  infinitas gracias por haber venido al mundo en el seno de María y haberte entregado por nosotros.




Eleuterio Fernández Guzmán

24 de marzo de 2016

Servir

Jueves Santo
Jn 13, 1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. 
Llega a Simón Pedro; éste le dice: ‘Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?’. Jesús le respondió: ‘Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde’. Le dice Pedro: ‘No me lavarás los pies jamás’. Jesús le respondió: ‘Si no te lavo, no tienes parte conmigo’. Le dice Simón Pedro: ‘Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza’. Jesús le dice: ‘El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos’. Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: ‘No estáis limpios todos’. 
Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: ‘¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el Maestro” y “el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros’.

COMENTARIO

Desde que Jesús empezó a predicar en la que se ha dado en llamar vida pública trató de enseñar lo que era importante saber y conocer. Por eso enseña con parábolas y por eso hace gestos que deben ser percibidos como muy importantes.

En la Última Cena Jesús sabía que debía enseñar mucho. Por eso se ciñe la toalla y se pone a lavar los pies a los que allí estaban. Quería que vieran que aquello que hacía, Él que era su Señor, quería decir algo.

Servir. Jesús quería que aprendiesen que tenían que servir. Es decir, que tenía que saber que, en efecto, quien quisiera ser discípulo suyo debía servir al prójimo como Él había hecho entonces, en aquel preciso momento.


JESÚS,  ayúdanos a ser fuertes para poder servir al prójimo.


Eleuterio Fernández Guzmán

23 de marzo de 2016

No ser como Judas

 Miércoles Santo
Mt 26,14-25

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: ‘¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?’. Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle. 
El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: ’¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?’. Él les dijo: ‘Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’’. Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua. 
Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: ‘Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará’. Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: ‘¿Acaso soy yo, Señor?’. Él respondió: ‘El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!’. Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: ‘¿Soy yo acaso, Rabbí?’. Dícele: ‘Sí, tú lo has dicho’”.

COMENTARIO

El camino que había empezado a recorrer Jesús cuando salió del río Jordán estaba a punto de terminar. Y en aquella Última Cena lo escrito iba a cumplirse punto por punto. Uno, pues, iba a traicionar al Maestro.

Judas se avino con los perseguidores de Jesús en el pago de treinta monedas para entregarlo. Sólo quedaba ver en qué circunstancias lo entregaría para que fuese juzgado por aquellos que tanto tiempo hacía que querían matarlo.

Los apóstoles se preguntan quién es el que va a traicionar al Maestro. Es curioso que lo pregunten como si el que lo sabe no lo supiese. Sin embargo, Judas, que también le pregunta a Jesús, lo sabe perfectamente. Será él quien lo traicione y, lo que es peor, no se arrepienta.

JESÚS,  no queremos ser como Judas; ayúdanos a perseverar en la fe.


Eleuterio Fernández Guzmán



22 de marzo de 2016

Judas y Pedro

Martes Santo
Jn 13,21-33.36-38

En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: ‘En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará’. Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: ‘Pregúntale de quién está hablando’. Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: ‘Señor, ¿quién es?’. Le responde Jesús: ‘Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar’. Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: ‘Lo que vas a hacer, hazlo pronto’. Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: ‘Compra lo que nos hace falta para la fiesta’, o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche. 

Cuando salió, dice Jesús: ‘Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros’. Simón Pedro le dice: ‘Señor, ¿a dónde vas?’. Jesús le respondió: ‘Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde’. Pedro le dice: ‘¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti’. Le responde Jesús: ‘¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces’”.

COMENTARIO

En este texto del evangelio de San Juan se manifiestan dos formas de ver las cosas con relación a Jesucristo y con lo que supone ser hijo de Dios. Por una parte, Judas, que va a entregar a Jesús en manos de sus enemigos hace lo que cree que es bueno aunque no lo sea.

Jesús sabe. Está al cabo de la calle de lo que pasa por el corazón de su amigo Judas. No quiere, para nada, dejar de cumplir la voluntad de Dio. Por eso le dice a Judas que hiciera lo que tenía que hacer.

Por otra parte, Pedro es el polo opuesto a Judas. Ama a Cristo y dice que dará su vida por Él si es necesario. Pero Jesús conoce bien su corazón y sabe que es débil. Por eso le dice lo del gallo y lo de las negaciones… Y fue cierto.


JESÚS, ayúdanos a tener la fe de Pedro pero sin sus negaciones.


Eleuterio Fernández Guzmán

21 de marzo de 2016

Seguir a Jesús por ser quien es

Lunes Santo
Jn 12,1-11

Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa. 
Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: ‘¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?’. Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: ‘Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis’.

Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús”.

COMENTARIO

Cuando Jesús llevaba a cabo uno de los hechos extraordinarios que lo diferenciaban del resto de seres humanos era muy admirado por los que habían creído en Él. Pero también era zaherido por otros que no lo querían para nada.

Cuando acudió a comer a casa de sus amigos Marta, María y Lázaro no era de extrañar que muchas personas acudieran allí. Primero, seguramente, para ver si era verdad que Lázaro había resucitado pero, también, para ver a Jesús.

Sin embargo, aquellos que querían que Jesús no predicara más porque les venía muy mal que se fueran con Él muchos de los que tenían dominado, veían con malos ojos que, precisamente, hicieran eso aquellos que antes habían sido sus seguidores.


JESÚS,  ayúdanos a tener fe en ti y a no defraudarte.

Eleuterio Fernández Guzmán



20 de marzo de 2016

Entró Cristo en la gloria

Lc 22,14—23,56
Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo: ‘He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios’. Y tomando una copa, dio gracias y dijo: ‘Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios’. 

Y tomando pan, dio gracias; lo partió y se lo dio diciendo: ‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía’. Después de cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo: ‘Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. Pero mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del Hombre se va según lo establecido; pero ¡ay de ése que lo entrega!’.
Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso. Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo: ‘Los reyes de los gentiles los dominan y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve. Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa o el que sirve?, ¿verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el Reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel’.

Y añadió: ‘Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos’. Él le contestó: ‘Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a, la cárcel y a la muerte’. Jesús le replicó: ‘Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme’. 
Y dijo a todos: ‘Cuando os envié sin bolsa ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?’. Contestaron: ‘Nada’. Él añadió: ‘Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada que venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: ‘Fue contado con los malhechores’. Lo que se refiere a mí toca a su fin’. Ellos dijeron: ‘Señor, aquí hay dos espadas’. Él les contestó: ‘Basta’.
Y salió Jesús como de costumbre al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: ‘Orad, para no caer en la tentación’. Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y arrodillado, oraba diciendo: ‘Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya’. Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba. En medio de su angustia oraba con más insistencia. Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo: ‘¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación’.
Todavía estaba hablando, cuando aparece gente: y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo: ‘Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?’. Al darse cuenta los que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron: ‘Señor, ¿herimos con la espada?’. Y uno de ellos hirió al criado del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino diciendo: ‘Dejadlo, basta’. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra Él: ‘¿Habéis salido con espadas y palos a la caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas’.

Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó entre ellos. Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo: ‘También éste estaba con Él’. Pero él lo negó diciendo: ‘No lo conozco, mujer’. Poco después lo vio otro y le dijo: ‘Tú también eres uno de ellos’. Pedro replicó: ‘Hombre, no lo soy’. Pasada cosa de una hora, otro insistía: ‘Sin duda, también éste estaba con Él, porque es galileo’. Pedro contestó: ‘Hombre, no sé de qué hablas’. Y estaba todavía hablando cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: ‘Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces’. Y, saliendo afuera, lloró amargamente. 

Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de Él dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban: ‘Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?’. Y proferían contra Él otros muchos insultos. 

Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y letrados, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron: ‘Si tú eres el Mesías, dínoslo’. Él les contestó: ‘Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto no me vais a responder. Desde ahora el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso’. Dijeron todos: ‘Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?’. Él les contestó: ‘Vosotros lo decís, yo lo soy’. Ellos dijeron: ‘¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca’.
El senado del pueblo o sea, sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: ‘Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que Él es el Mesías rey’. Pilato preguntó a Jesús: ‘¿Eres tú el rey de los judíos?’. Él le contestó: ‘Tú lo dices’. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: ‘No encuentro ninguna culpa en este hombre’. Ellos insistían con más fuerza diciendo: ‘Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí’. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días. 
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de Él y esperaba verlo hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero Él no le contestó ni palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes y los letrados acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de Él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal. 
Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: ‘Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo le he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré’. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo: ‘¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás’. A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: ‘¡Crucifícalo, crucifícalo!’. Él les dijo por tercera vez: ‘Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en Él. ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré’. Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio. 
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, qué volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por Él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: ‘Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado’. Entonces empezarán a decirles a los montes: ‘Desplomaos sobre nosotros’, y a las colinas: ‘Sepultadnos’; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?’.
Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con Él. Y cuando llegaron al lugar llamado "La Calavera", lo crucificaron allí, a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’. Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas diciendo: ‘A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el Elegido’. Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: ‘Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo’. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ‘Éste es el rey de los judíos’.

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ‘¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros’. Pero el otro le increpaba: ‘¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada’. Y decía: ‘Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino’. Jesús le respondió: ‘Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso’. 
Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: ‘Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu’. Y dicho esto, expiró.
El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo: ‘Realmente, este hombre era justo’. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando. 
Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de Arimatea y que aguardaba el Reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.”

COMENTARIO

La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo es una bella, aunque terrible, forma de decirnos qué es lo importante que debemos tener en cuenta y hasta dónde es capaz de llegar alguien que se sabe Hijo de Dios y que, por tanto, decide cumplir la voluntad del Todopoderoso.

Jesucristo sabía perfectamente qué le iba a pasar. Nada de eso le venía de nuevas y así lo había dicho mucho a sus discípulos más allegados. Por tanto, nada de lo que pasó debería haberles extrañado aunque ellos aun tenían sus ojos velados y no vieron venir nada de nada de todo lo que pasó.

Pero Jesús murió. Lo hizo como dijo que iba a pasar. Y todos y cada uno de los personajes que aquí intervienen lo hacen para cumplir, cada uno de ellos, una misión: unos para bien, otros para mal. Por eso cuando Cristo muerte entrega su espíritu al de Dios Padre.


JESÚS,  gracias por haber sabido aceptar tu muerte como una donación de vida eterna a tus hermanos los hombres.


Eleuterio Fernández Guzmán