2 de enero de 2016

Cristo, la verdadera esperanza


Jn 1,19-28

Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron adonde estaba él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: ‘¿Quién eres tú?’. El confesó, y no negó; confesó: ‘Yo no soy el Cristo’. Y le preguntaron: ‘¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?’. El dijo: ‘No lo soy’. ‘¿Eres tú el profeta?’. Respondió: ‘No’. Entonces le dijeron: ‘¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?’. Dijo él: ‘Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías’. 

Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: ‘¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?’. Juan les respondió: ‘Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia’. Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.”

COMENTARIO

No es poco cierto que el pueblo judío esperaba ver cumplida la promesa de Dios de enviar a un Mesías que los salvase. Ellos creían, muchos así lo creían, que sería un Mesías que los liberara de la dominación romana.

Algunos querían saber si Juan, aquel hombre santo que bautizaba en el río Jordán, era el Enviado de Dios o si, incluso, era el mismísimo profeta Elías. Pero él sabía que no era quien algunos creían que era.

Juan sabe algo muy importante: quien hay de venir, tras él, hará cosas imposibles de imaginar para el ser humano: bautizará con fuego y él, Juan, sabe que no es digno ni de desatarle la correa de la sandalia. Eso es humildad.


JESÚS,  ayúdanos a ser humildes como Juan.

Eleuterio Fernández Guzmán




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