14 de enero de 2016

Confiar y tener fe

Jueves I del tiempo ordinario

Mc 1,40-45

En aquel tiempo, vino a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme’. Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: ‘Quiero; queda limpio’. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: ‘Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio’. 

Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes.”

COMENTARIO

Aquel hombre, el leproso, lo debía pasar muy mal. Padeciendo una enfermedad como la lepra, quedaba apartado de la sociedad de tal manera que tan sólo podía esperar la muerte. Pero tuvo confianza en al Maestro. Creyó en él y le pidió lo que para otros sería imposible.

Jesús acepta de muy buen grado a quien cree en Él, a quien confía en su persona y acción. No lo hace por orgullo ni nada por el estilo sino porque sabe que aceptarlo a Él y creer en Él es hacer lo propio con Dios. Por eso sana al leproso que le dijo que podía curarlo si quería.

Aquel hombre, el leproso, no podía dejar de anunciar que había sido curado por alguien que tenía la complacencia de Dios, que tenía el poder del Todopoderoso. No extraña nada de nada que, en lo sucesivo, Jesús tuviese que quedarse a las afueras de las ciudades donde iba aunque no le servía para mucho: acudían a Él de todas formas.


JESÚS, ayúdanos a tener la fe del leproso.



Eleuterio Fernández Guzmán

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