25 de octubre de 2015

Debemos querer ver



Mc 10, 46-52

“Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ‘¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!’ Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’ Jesús se detuvo y dijo: ‘Llamadle.’ Llaman al ciego, diciéndole: ‘¡Animo, levántate! Te llama.’ Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’ El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’ Jesús le dijo: ‘Vete, tu fe te ha salvado.’ Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.”

COMENTARIO

Había muchos que conocían lo que habían hecho Jesús a lo largo del tiempo en el que había enseñado. Por eso Timeo, ciego de Jericó, le pide que le ayude. Y lo hace a gritos porque sabe que es la única persona que puede hacerlo.

Timeo creía en Jesús. Por eso no cesa de llamarlo. Muchos, a su alrededor, le dicen que se calle porque creían que iba a molestar al Maestro. Sin embargo, al parecer, no conocían aquello de la misericordia de Dios y que no se para ante nada.

Timeo le pide ver. Y Jesús, que sabe que tiene fe y que cree en Él, lo cura. No extraña que una persona que no había podido ver, seguramente, en toda su vida, ante aquel hecho maravilloso y prodigioso, siguiera a su benefactor. Era puro agradecimiento por haber sido un bien nacido.


JESÚS,  ayúdanos a ver.



Eleuterio Fernández Guzmán

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