28 de junio de 2014

Estar en la Casa de Dios






Lc 2,41-51

“Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.

Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: ‘Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando’. Él les dijo: ‘Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?’. Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”.



COMENTARIO

María, José y Jesús no eran una familia extraña que siguiera sus propias costumbres. Al contrario es la verdad porque ellos cumplían con todo lo establecido en la Ley de Dios. Ellos, además, tenían una relación más que especial con el Creador.

Todos los años iban a Jerusalén por la Pascua. Por eso Jesús sabe que, a los 12 años, ha de cumplir con la norma establecida a tal edad para los jóvenes judíos. Pero aquel niño hace algo más porque está más que seguro de saber su misión. Por eso se queda en el Templo: para hacer las cosas de su Padre.

María está triste. No es por menos porque cree que se ha perdido su hijo, Aquel que había venido al mundo de una forma tan especial. Y se enfada. Eso tampoco es de extrañar. Pero ella sabe, se lo sopla el Espíritu Santo en su corazón, que aquello tiene sentido y lo guarda en su corazón, corazón de Madre de Dios.


JESÚS, cuando te quedas en el Templo aquel día sabes lo que haces porque sabías la misión que debías cumplir. Ayúdanos a saber lo que nos corresponde saber.


Eleuterio Fernández Guzmán


27 de junio de 2014

A quién dice Dios las cosas




Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús





Mt 11,25-30

“En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

‘Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera’”.


COMENTARIO

Jesús sabía que aquellos que le escuchaban tenían muy a bien seguir aquello que les decía el Maestro. Por eso tiene a bien decir, a los que le escuchan, que Dios los ama tanto que lo más importante de su revelación se lo ha dicho, precisamente, a ellos.

Quien quiera conocer a Dios ha de buscar a Cristo y seguirlo. Sólo el Hijo de Dios conoce a su Padre y, por eso mismo, conocer a Cristo es hacer lo propio con el Todopoderoso.

Jesús quiere que todos aquellos que lo están pasando mal y que se sienten un gran peso sobre sus corazones acudan a Él. Tiene, el Hijo de Dios, un corazón grande para consolar a los que le necesiten. Además, como Él nos dice, su carga es ligera pues la lleva, con nosotros, Quien todo lo puede.

JESÚS, quieres que nos acerquemos a ti y caminemos contigo. Ayúdanos a no huir, nunca, de tu yugo.


Eleuterio Fernández Guzmán


Construir nuestra vida


  


 Jueves XII del tiempo ordinario


Mt 7,21-29


En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!’. 

‘Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina’”.

COMENTARIO

Sabe Jesús que, en muchas ocasiones, nos conformamos con hacer como que tenemos fe. Por eso nos avisa acerca de que no es suficiente hacer eso sino, en efecto, cumplir con la voluntad del Padre. Y es que, además, actuar así supone actuar contra el propio Creador que quiere otra cosa de nosotros.

Muchos, sin embargo, creen que actúan correctamente sin darse cuenta que una cosa es hacer algo en nombre de Dios y otra, muy distinta, luego, mirar para otro lado. Sin unidad de vida espiritual no hay verdadero cumplimiento de la voluntad del Padre.

Jesús sabe que, para construir una vida espiritual (y material, entonces) de acorde a lo que Dios quiere de la misma, hay que hacerlo sobre Él, Enviado de Dios y Mesías. Sólo así haremos lo que corresponde a quien se dice hermano del Hijo y, al fin y al cabo, no nos engañaremos a nosotros mismos.


JESÚS, nos conoces bien y sabes que muchas veces decimos una cosa pero hacemos otra muy distinta. Ayúdanos a ser fieles a nuestra obligación de hijos de Dios.



Eleuterio Fernández Guzmán


25 de junio de 2014

Frutos negros



Miércoles XII del tiempo ordinario


Mt 7,15-20

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis’”.


COMENTARIO

Jesús sabía que, a lo largo de la historia del pueblo judío muchos se habían hecho pasar por profetas de Dios cuando, en realidad, no lo eran y sólo querían aprovecharse de tal mentira. Ellos llevaban disfraces de buenos cuando, en realidad, eran discípulos del Maligno.

Es bien cierto que lo que no puede ser es difícil que sea. Por eso Jesús insiste en el cuidado que se ha de tener con los falsos profetas porque, lógicamente, no pueden dar buen fruto ni se puede esperar que lo den.

Aquello que es malo hay que eliminarlo. Jesús habla de arrojar al fuego lo que es mal fruto. Con ello advierte, nos advierte, de la necesidad de dar buen fruto porque, como hijos de Dios, eso es lo que espera el Padre de nosotros.





JESÚS, quieres que demos buenos frutos y que se nos conozca por eso. Ayúdanos a darlos.



Eleuterio Fernández Guzmán


24 de junio de 2014

El Bautista





Lc 1,57-66.80


Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: ‘No; se ha de llamar Juan’. Le decían: ‘No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre’. Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados. 

Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: ‘Pues ¿qué será este niño?’. Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.”


COMENTARIO

Debemos reconocer que el pueblo elegido por Dios, por todo lo que había padecido a lo largo de su historia y haber visto, directamente, la intervención del Creador en su existencia, estaba más que dispuesto a tener por buenos los mensajes del Todopoderoso. Y el caso de aquel niño, Juan, era uno de ellos.

Cuando Zacarías quedó mudo y salió del Templo donde estaba, los allí presentes sabían que algo había tenido que ver Dios con aquello. Él no se fió de lo que le dijo el Ángel del Señor y este le dejó mudo hasta que naciese el niño. Y aquel era el momento exacto. Todos, pues, supieron que Dios tenía todo que ver.

No es de extrañar, por tanto, que se preguntaran qué iba a ser de un niño que venía al mundo precedido de aquellas “señales” de las que tanto gusta el pueblo judío. Y, en efecto, como dice el texto del evangelio de hoy, aquel niño creía en su espíritu pues tenía una grave misión que llevar a cabo.



JESÚS, todos se admiraban de la llegada al mundo de tu primo Juan. En realidad, todo era obra de Dios la cual iba a seguir cumpliendo a lo largo de su vida. Ayúdanos, hermano Cristo, a no olvidar nunca al Bautista.



Eleuterio Fernández Guzmán


23 de junio de 2014

Sobre briznas y vigas





Lunes XII del tiempo ordinario

Mt 7,1-5

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: 'No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano'”.


COMENTARIO

Leyendo lo que escribió San Mateo en esta parte de su Evangelio da la impresión de que el juicio le corresponde, en exclusiva, a Dios Creador y Padre Nuestro. Sólo Él juzga y, por eso mismo, Jesús insiste en que no hay que juzgar al prójimo.

Pero es que, además, nos pone sobre el aviso de que seremos juzgados según, si eso hacemos, juzgamos. Es decir, que si hacemos tal cosa de forma severa y dura con los demás... exactamente igual hará Dios con nosotros en nuestro juicio particular.

Es más, Jesús sabe que solemos mirar al prójimo con bastante severidad. Además, manifestamos nuestra relación con el otro de una forma en exceso crítica sin darnos cuenta de nuestros propios errores o defectos. La tal viga que nunca apreciamos.


JESÚS, sabes que no podemos juzgar a los demás porque, sobre todo, eso es tarea y misión de Dios. Ayúdanos a cumplir la voluntad de Dios a tal respecto.




Eleuterio Fernández Guzmán


22 de junio de 2014

Pan y vino, Cuerpo y Sangre



Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo


Jn 6,51-58


En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: 'Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo'.


Discutían entre sí los judíos y decían: '¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?'. Jesús les dijo: 'En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre'”.


COMENTARIO

Es bien cierto que había cosas que los discípulos de Jesús no podían entender. Y la verdad es que estaban en un momento crucial de su formación como apóstoles. Por eso Jesús insiste en esto.

Jesús habla de comer su Cuerpo y beber su Sangre. En una cultura como aquella en la que nació y vivió Jesús decir eso, sin explicar qué significaba, era ir demasiado lejos para algunos o, mejor para todos.

Pero Jesús lo explica bastante bien al decir que comer su Cuerpo y beber su Sangre es permanecer en él y, por tanto, en Dios, en el Padre. Es él el verdadero Pan que salva y no sirve, sólo, para alimentarse como sucedió a los judíos con el maná. Jesús es, en todo caso, maná eterno que nunca muere.


JESÚS, nos enseñas lo importante que es que tengamos en cuenta lo que es tu Cuerpo y lo que es tu Sangre. Ayúdanos a comprender que, en verdad, es esencial para nuestra vida eterna.




Eleuterio Fernández Guzmán