4 de abril de 2014

Reconocer a Cristo




Sábado IV de Cuaresma
Jn 7,40-53

“En aquel tiempo, muchos entre la gente, que habían escuchado a Jesús, decían: ‘Éste es verdaderamente el profeta’. Otros decían: ‘Éste es el Cristo’. Pero otros replicaban: ‘¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo? ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David?’.


Se originó, pues, una disensión entre la gente por causa de Él. Algunos de ellos querían detenerle, pero nadie le echó mano. Los guardias volvieron donde los sumos sacerdotes y los fariseos. Estos les dijeron: ‘¿Por qué no le habéis traído?’. Respondieron los guardias: ‘Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre’. Los fariseos les respondieron: ‘¿Vosotros también os habéis dejado embaucar? ¿Acaso ha creído en Él algún magistrado o algún fariseo? Pero esa gente que no conoce la Ley son unos malditos’.

Les dice Nicodemo, que era uno de ellos, el que había ido anteriormente donde Jesús: ‘¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace?’. Ellos le respondieron: ‘¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta’. Y se volvieron cada uno a su casa”.


COMENTARIO

Los judíos esperaban la llegada del Mesías desde hacía muchos siglos. En realidad sabían poco del mismo porque no supieron ver en Jesús, según sus mismas Santas Escrituras, al Enviado de Dios. Estaban ciegos y su ceguera, además, la fomentaba no darse cuenta de que aquel Maestro era un Maestro muy especial.

Los Jefes religiosos envían a soldados a prender a Jesús. Ellos, sin embargo, en su humildad espiritual se dan cuenta de que aquel a quien quieren matar es, en realidad, el Hijo de Dios. Y no lo detienen. Otra vez Dios revela lo importante a los que son poco.

Nicodemo era discípulos de Jesús en secreto. Defiende al Mesías como puede porque sabe que es inocente de todo lo que se dice de Él. Lo hace, además, según la propia ley judía y es, además, un intento bueno pero inútil.




JESÚS, los que te persiguen buscan cualquier excusa para detenerte. No te pueden ver como  Mesías. Ayúdanos a no estar tan ciegos.





Eleuterio Fernández Guzmán


Ignorar a Dios



Viernes IV de Cuaresma

Jn 7,1-2.10.14.25-30


“En aquel tiempo, Jesús estaba en Galilea, y no podía andar por Judea, porque los judíos buscaban matarle. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Después que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces Él también subió no manifiestamente, sino de incógnito.

Mediada ya la fiesta, subió Jesús al Templo y se puso a enseñar. Decían algunos de los de Jerusalén: ‘¿No es a ése a quien quieren matar? Mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido de veras las autoridades que éste es el Cristo? Pero éste sabemos de dónde es, mientras que, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es’. Gritó, pues, Jesús, enseñando en el Templo y diciendo: ‘Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que me envió el que es veraz; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado’. Querían, pues, detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora”.


COMENTARIO

Había, en aquellos días, muchas personas a las que no gustaba nada de nada lo que Jesús iba predicando. Aquellos que sentían que su situación religioso-social podría peligrar buscaban acabar con aquel Maestro que enseñaba con autoridad.

Muchos se sorprenden de que Jesús pueda hablar en el Templo de Jerusalén sin que nadie le diga que puede hacerlo y que queda arrestado. En realidad, el Mal estaba trabajando los corazones adecuados para procurar la pronta muerte del Mesías.

Jesús sabe que debe hacer lo que está haciendo. Acusa a los que le acusan de no conocer a Dios porque, de conocerlo, sabrían que era Él su Enviado. Que lo quisieran matar era, por otra parte, costumbre del pueblo elegido por Dios que siempre había hecho lo mismo con los profetas.



JESÚS, tu enseñas lo que tienes que enseñar porque es la misión que te ha dado Dios. Ayúdanos a no caer en la trampa del Mal y estar siempre de tu parte y a tu lado.





Eleuterio Fernández Guzmán


3 de abril de 2014

Jesús dice las cosas como son



Jueves IV de Cuaresma


Jn 5,31-47

“En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: ‘Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. Otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. Él era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro, ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que Él ha enviado.
‘Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida. La gloria no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor de Dios. 
‘Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?’”.



COMENTARIO


Es cierto que los discípulos de Juan el Bautista habían acudido a Jesús para preguntarle si era Él el Mesías. Jesús les había dicho que dijeran a Juan lo que veían y que era que los ciegos veían y que los cojos andaban. Tal forma era una de demostrar que era, el efecto, el Enviado de Dios.

Jesús les dice a los que le escuchan que en las Sagradas Escrituras se pueden encontrar huellas de Él en aquello que, inspirados por Dios, escribieron sus autores. Allí, en muchas páginas, se encuentra Jesús anunciado.

Dice Jesús algo muy importante: ha venido para que se salve el hombre, la humanidad entera. Sin embargo, aquellos que estaban mejor formados en materias de espiritualidad no hacían caso a lo que decía y miraban para otro lado.



JESÚS, los que te escuchan en este momento son personas preparadas y que conocen las Sagradas Escrituras. Ayúdanos a no estar tan ciegos como ellos.





Eleuterio Fernández Guzmán


2 de abril de 2014

Por voluntad de Dios





Miércoles IV de Cuaresma
Jn 5,17-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ‘Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo’ Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios. 
Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: ‘En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace Él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que Él hace. Y le mostrará obras aún mayores que estas, para que os asombréis. Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado. En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. 

‘En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre. No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio. Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”.


COMENTARIO

Frente a lo que muchos sostienen y creen, Jesús sabe perfectamente quién es y qué ha venido a hacer. No duda, ni por un instante, en proclamarlo a los cuatro vientos porque tal verdad es, además, muy buena para quienes quieran escucharla y seguirla.

Jesús dice mucho acerca de Dios, su Padre. Resucita a los muertos y no juzga. Quiere decir el Hijo que su Padre es, en verdad, Todopoderoso y que nada hay imposible para el Señor. Es más, quien cree a Jesús cree, a su vez, en Quien lo había enviado que no es otro que Dios mismo.

Dice Jesús algo que es muy importante tener en cuenta: hace lo que Dios quiere que haga, cumple su voluntad. Y tal es el consejo espiritual que nos da si es que queremos, en verdad y ciertamente, ser hijos de un Padre Bueno y Misericordioso.


JESÚS, nos dices todo lo que debemos saber para que lo tengamos en cuenta y no olvidemos nunca. Ayúdanos a hacer según dices lo que dices.





Eleuterio Fernández Guzmán


Fe perseverante y tenaz




Martes IV de Cuaresma


Jn 5,1-3.5-16

Era el día de fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en hebreo Betsaida, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: ‘¿Quieres curarte?’. Le respondió el enfermo: ‘Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo’. Jesús le dice: ‘Levántate, toma tu camilla y anda’. Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar. 

Pero era sábado aquel día. Por eso los judíos decían al que había sido curado: ‘Es sábado y no te está permitido llevar la camilla’. Él le respondió: ‘El que me ha curado me ha dicho: ‘Toma tu camilla y anda’’. Ellos le preguntaron: ‘¿Quién es el hombre que te ha dicho: ‘Tómala y anda?’’. Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar. Más tarde Jesús le encuentra en el Templo y le dice: ‘Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor’. El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado”.


COMENTARIO

Socorrer al necesitado

Quien se considera hijo de Dios ha de tener en cuenta que existe un Mandamiento de carácter general que dice que hay que amar al prójimo como a uno mismo se ama. Y eso lo tiene muy en cuenta, en toda su vida, Jesucristo, Hijo de Dios y Dios mismo hecho hombre.

Saber superar el qué dirán

Era de esperar, al menos para Dios, que su Hijo no tuviera en cuenta aquello que podían decir de su persona su actuaba conforme a la voluntad del Padre. Aquello, lo que dijeran de Él era de poca importancia si podía socorrer a un necesitado. Y tal era el caso.


Tener fe

Aquel hombre, enfermo, sabía que si era entrado en la piscina quedaría curado. Tenía fe en tal realidad y eso le salva pues Jesús siempre tiene muy en cuenta tales manifestaciones de confianza en Dios.


JESÚS, aquel hombre llevaba demasiados años enfermos soportando que nadie lo entrara en la piscina. Además, tenía fe y eso, Jesús, no lo ibas a dejar pasar. Ayúdanos a tener una fe perseverante.





Eleuterio Fernández Guzmán


31 de marzo de 2014

Por señales


Lunes IV de Cuaresma



Jn 4,43-54

En aquel tiempo, Jesús partió de Samaría para Galilea. Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.

Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde Él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis». Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive».

Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre». El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.


COMENTARIO

Cuando Jesús dijo aquello de que un profeta no era bien visto en su tierra, porque se acordaba de la muerte de muchos a lo largo de la historia de Israel, a muchos no gustó aquello pues los estaba acusando de no ser fieles a Dios ni escuchar a sus enviados.

En Galilea, su tierra, era muy conocido pues, además, se daban cuenta de que ya no era aquel hijo del carpintero sino que había cambiado mucho a lo largo de su predicación. Por eso aquel hombre sale a su encuentro, lo busca, para que ayude a su hijo. Pide, pues, por otro, para otro, con amor.

Jesús no puede resistir sentir amor por todos. No puede, y no quiere, además, cuando se pide con franqueza por el bien del prójimo (“… y al prójimo como a ti mismo”) y concede la curación de aquel hijo enfermo. Dios, en verdad, es Amor y no iba a desmentirlo su propio Hijo.


JESÚS, cuando alguien te pide, con amor y necesidad, por su prójimo, se te deshace el corazón. Ayúdanos a amar a nuestro prójimo como tú quieres que lo amemos.




Eleuterio Fernández Guzmán


30 de marzo de 2014

Hacer lo que hay que hacer



Domingo IV de Cuaresma



Jn 9,1-41

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?». Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo». Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo.

Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el que se sentaba para mendigar?». Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es uno que se le parece». Pero él decía: «Soy yo». Le dijeron entonces: «¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?». Él respondió: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate’. Yo fui, me lavé y vi». Ellos le dijeron: «¿Dónde está ése?». El respondió: «No lo sé».

Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?». Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de Él, ya que te ha abierto los ojos?». Él respondió: «Que es un profeta»

No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?». Sus padres respondieron: «Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo». Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él».

Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Les respondió: «Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?». Él replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?». Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es». El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?». Y le echaron fuera.

Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es». Él entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él. Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos». Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «Es que también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: ‘Vemos’ vuestro pecado permanece».



COMENTARIO

Hacer lo que hay que hacer

Cuando Jesús vino al mundo para cumplir la Ley de Dios tenía por verdad que la primera de ellas era la del amor, la de la caridad. Por eso le importaba bien poco si curaba en un día tan señalado como el sábado pues sabía que la voluntad de Dios era ésa.


Saber la verdad

Quien se siente curado de una forma tan hermosa como aquella que trae el evangelio de hoy ha de saber, a corazón cierto, que quien así cura no puede ser otro que el Enviado de Dios pues nunca se había visto nada parecido. Aquella persona sí sabía la Verdad.


Los verdaderos ciegos de espíritu

A los que hacen lo que les conviene, los que tienen por corazón su interés, les importa bien poco el mal ajeno pues, de otra forma, estarían encantados de que una persona sanara fuera el día que fuera el escogido para su sanación. Pero aquellos que persiguen a Jesús están dominados por Satanás y los intereses del Príncipe del mundo no son, precisamente, los mismos que los de Dios.


JESÚS, los duros de corazón prefieren el cumplimiento de lo formal antes que el verdadero cumplimiento de la voluntad de Dios, que es Amor. Ayúdanos a ser como aquel que supo que eras el Hijo del Padre.




Eleuterio Fernández Guzmán