9 de septiembre de 2014

Testigos directos de Cristo



Martes XXIII del tiempo ordinario



Lc 6,12-19

“En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor. 

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos”.


COMENTARIO


Jesús oraba mucho. Decir eso pudiera parecer algo normal. Sin embargo, hay que añadir, además de que fuera normal que orara mucho, que lo hacía para encontrar respuesta a lo que su corazón le estaba pidiendo. Y eso hace en esta ocasión.

Jesús ha de escoger a los que estarán más cerca de Él. Y escoge no a ilustres personajes de su tiempo sino a personas humildes con trabajos humildes. Los quiere así porque su corazón no estaba viciado de las tergiversaciones a las que habían llegado los “sabios” acerca de la Ley de Dios.

No tarda nada Jesús en enseñar a sus apóstoles. En cuanto bajan de allí se encuentran a mucha gente que quiere ver al Maestro. Y el Maestro no les niega su ayuda sino que, al contrario, cura a todo enfermo y transmite la Palabra de Dios a todo aquel que quiera escucharle.



JESÚS, aquellos a los que escoges para ser sus apóstoles, tus principales testigos, ven lo que puedes hacer. Ayúdanos a creer como ellos creyeron.

Eleuterio Fernández Guzmán


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