15 de septiembre de 2014

Dos viejos amigos, dos obispos buenos


Pablo Cabellos Llorente





            


Hace un cierto tiempo que se habla de cambios episcopales para dos sedes importantes: Valencia y Madrid. La verdad es que no he hecho mucho caso a tales especulaciones, porque siempre pienso en estos casos que ya sucederá lo que tenga que suceder. Y ahora ya ha ocurrido: nuestro buen Arzobispo Carlos Osoro nos deja para ir a Madrid. En principio, para los valencianos, es una noticia triste. Se va de Valencia un gran obispo, un hombre sencillo, pastor bueno, al que no hay que insistir para que vaya a tal o cual lugar.

La pena queda sobradamente calmada con la noticia de que un valenciano amigo, un cardenal viene a Valencia como nuevo arzobispo. Casi cien años sin un obispo valenciano en Valencia. Por hay otros lugares sembrados de obispos valencianos. Don Antonio Cañizares, como diría Machado, es un hombre bueno en el buen sentido de la palabra, porque es sencillo, cordial, amable, pero sabe muy bien lo que lleva entre manos. Yo ni me planteo el porqué del cambio porque ambos son buenos para los dos sitios y tal vez porque la Santa Sede trata de evitar en lo posible enviar un obispo al lugar en que ha sido sacerdote. Y no hemos de olvidar que el cardenal Cañizares estuvo años en Madrid antes de ser obispo, con cargos importantes en la Diócesis capitalina y en la Conferencia Episcopal Española. Ahora devuelve el cardenalato a nuestra diócesis.

 Pero se me está yendo la tecla sin que escriba algo que responda al título de estas líneas. Y es que, cuando se va teniendo cierta edad, se tienen más amigos por todas partes. Es una ventaja. Como por diversos motivos pastorales he debido tratar con muchos obispos, hace mucho tiempo que conozco a ambos. Y se lo agradezco a la Providencia, porque es bueno conocer personas buenas. Aunque la vedad es que un sacerdote ha de conocer a gente de todo tipo, siempre con el ánimo de ayudar a mejorar. Nuestros dos arzobispos no han sido conocidos por mí para ayudarles a mejorar. En todo caso,  ellos  me ayudaron a mí.

Conocía menos a don Carlos, porque enlacé  con él en esos muchos actos de ordenaciones episcopales y tomas de posesión a los que he  asistido. Pero como es un hombre sencillo, es muy fácil trabar conversación con él. Creo recordar que la última antes de venir a Valencia, fue en la toma de posesión del anterior obispo de Alicante que, como es sabido, hace su entrada en Orihuela montado en una mula blanca. Habíamos comido en el Colegio de Santo Domingo, bellísimo edificio oriolano. Salimos a esperar al nuevo obispo. Mientras aguardábamos, y después siguiendo la comitiva, estuve charlando con don Carlos, entre otras cosas del cariño que tenía al entonces mi colega a quien correspondía la diócesis de  Oviedo. Señaló tantas cosas buenas de él, que detuvo la conversación para decir: a lo mejor te extrañas de esto, pero lo digo porque yo quiero mucho a Ángel.

Cuando vino a Valencia, me llamó una secretaria para decir que el Arzobispo quería verme. Pregunté si no sería un error puesto que ya no era vicario del Opus Dei. Me respondió que no, que ya había recibido al vicario, pero que deseaba verme a mi. Acudí con mucho gusto. No sé si fue un detalle por nuestro anterior conocimiento, por mi amistad con don Agustín –el arzobispo anterior, que fallecería poco después siendo cardenal-, pero quiso preguntarme algo que no sería discreto narrar. Más adelante fui a verle para pedirle que presentara mi libro “Encontrarse con Cristo”. Me respondió afirmativamente antes de que expusiera  el tema. No exagero. Fue así porque así es don Carlos: un sí siempre para todos. Y me lo presentó.

Más antigua es mi relación con el cardenal Cañizares. Nos conocíamos ya, pero consolidó nuestra amistad algo fortuito. Yo había acudido a una reunión de sacerdotes en el seminario de Madrid. Había sacado mi coche, llovía y vi a Antonio Cañizares en la puerta. Le ofrecí llevarlo. Se resistía por no querer molestar, pensando que iba lejos, a la sede de la Conferencia Episcopal. Antonio, le dije, si yo vivo al lado. Y subió al coche. Tal vez por agradecimiento a tan poca cosa, comenzó un mayor trato, muy fácil porque es, como don Carlos, sencillo y de trato fácil. También don Carlos es bueno en el buen sentido de la palabra.


Como se acaba el espacio, recuerdo que, siendo Arzobispo de Granada, tuvo un grave accidente de circulación su sobrino suyo, que vivía con él, pero estando unos días  en Utiel, sufrió el serio percance. Fui a visitarlo varias veces al Hospital General de nuestra ciudad. El sobrino estaba en la UVI y el tío velaba constantemente a la puerta. Le llevé una estampa con reliquia de Monseñor Escrivá de Balaguer, aún no beatificado. El sobrino salió adelante y para que no “pelearan” por la estampa, pedí a Granada que le dieran otra. Son asuntos demasiado personales, pero los cuento porque tal vez ayudan a ver el talante de dos hombres buenos.


P. Pablo Cabellos Llorente

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