9 de febrero de 2013

Jesús el compasivo





IV Sábado del tiempo ordinario


Mc 6,30-34

“En aquel tiempo, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Él, entonces, les dice: ‘Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco’. Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.”

COMENTARIO

Cuando Jesús envió a sus Apóstoles para que anunciaran la Buena Noticia de la llegada del Reino de Dios sabía que era muy importante que aquella misión la cumpliera de forma correcta. No dice el texto el tiempo que estuvieron pero el resultado, seguramente, fue muy provechoso.

Sabe Jesús que tiene que descansar. Todo no puede ser ajetreo de gente de un lado a otro. Es necesario, también, hacer un alto en el camino para orar y, también, para aprender del Maestro. Y se los lleva a un lugar aparte. Pero, como era de esperar, no los dejan tranquilos.

A lo mejor otra persona habría despedido a los que tanto insistían en verle. Sin embargo, el Hijo de Dios era del parecer, verdadero, de que aquellas personas no tenían pastor y andaban bastante perdidas. Nada mejor que el Pastor Bueno, Cristo, las pastoreara y les enseñara lo que era importante que dijeran. Y no descansaba, siquiera, para comer.


JESÚS, muchos te seguían y lo hacían con la insistencia de quien necesita gran ayuda espiritual. Nosotros, sin embargo, solemos no insistir mucho cuando, en verdad, nos convendría hacer lo contrario.




Eleuterio Fernández Guzmán


8 de febrero de 2013

Alimentarse de Cristo, vivir por Cristo, ser Cristo








Dice Benedicto XVI, en la Conclusión de la Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis (SC), que exhorta “a todos los laicos, en particular a las familias, a encontrar continuamente en el Sacramento del amor de Cristo la fuerza para transformar la propia vida en un signo auténtico de la presencia del Señor resucitado”. Con esto, aunque lógicamente no pertenezca a la última parte de este documento, queda claramente concretado el sentido de aquella: “misterio que se ha de vivir”.


Si hemos de creer en la Eucaristía como lo que es, como ese “Sacramento del amor de Cristo” y eso nos sirve de alimento celebrativo, la única conclusión a la que podemos llegar es que nuestra vida (espiritual y humana) se tiene que ver afectada, para bien, por esa savia procedente, directamente, del amor de Dios y, por lo tanto, cabe el anuncio de ese bien común y, claro, el ofrecimiento al mundo de todo ese, digamos así, provecho espiritual. O lo que es lo mismo, un vivir del pan y del vino.


En cuanto las especies (si son dos o si sólo es una las que recibimos) quedan depositadas en nuestro cuerpo quedamos unidos a Cristo. Sin embargo, no se crea que somos nosotros los que nos transformamos con ese misterio sino que “gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente” (SC 70) que es, en un símil, como cuando oramos y hemos de saber que es Dios el que toma la iniciativa y no nosotros los que, por decirlo así, empezamos, pues él, como Padre, puso en nosotros esa posibilidad de estar, así, en contacto con nuestro Creador.


Por eso, esa vivencia del “precepto dominical” ha de provocar, en nosotros, una transformación moral que nos ayude a caminar por este mundo, llevando a cabo, así, y haciendo cumplir, un “coherencia eucarística” mediante la cual damos “testimonio público de la propia fe” (SC 83) y ese testimonio de vida que no separe Eucaristía y vida, que no rompa el vínculo de amor que recibimos en ese Sacramento de Caridad con el cual celebramos nuestra fe. Porque cabe, como lógico devenir de toda esta vivencia, un anuncio, un decir, un mostrar; porque cabe, también, llevar a cabo esa misión a la que nos comprometemos al fundirnos con Cristo, siendo, así, apóstoles modernos, otros Pedros y otros Juanes.


Así, “la misión primera y fundamental que  recibimos de los santos Misterios que celebramos es la de dar testimonio con nuestra fe” (SC 85) porque lo que, en verdad, se ha de entender es que la Eucaristía, como Sacramento, hace que “el impulso misionero” sea “parte constitutivo de la forma eucarística de la vida cristiana “(SC 84, por los dos últimos entrecomillados”) y que hoy se hace necesario anunciar a Jesucristo como único Salvador pues es lo que, en definitiva, amamos y admiramos, compartimos y sentimos como comunidad cristiana. Vivir por Cristo, pues de Él tomamos alimento de eternidad, Misterio que, quizá, no entendamos pero que sabemos cierto porque lo tenemos arraigado en la fe que nos sustenta; vivir por Cristo porque Él “a precio de su sangre”, con ese precio, ganó para nosotros la salvación eterna, nuestra justificación, nuestro perdón al Padre; vivir por Cristo porque el mundo necesita esa vivencia y se hace, por ser hijo de Dios, acreedor de ese merecimiento.


Así, bien dijo Jesús (y recoge SC 88) que “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Es ese mundo que espera (porque aún muchos lo esperan aunque no lo sepan porque su corazón está necesitado de sentido escatológico) es el que lo necesita; ese anuncio, ese ofrecimiento de Dios que, a través de Jesús y de la Eucaristía, los puede salvar para siempre, por siempre, es lo que esperan, quizá, sin reconocer eso o, lo que es peor, sin verlo siquiera porque está cegado, el siglo, por el poder inmenso del tener y el sistema terrible de lo pragmático.


Es cierto que el Sacramento (éste) no es  algo que se ha de circunscribir a cada individuo como tal sino que, al contrario, tiene un evidente sentido comunitario, que ese “cuando dos o más de vosotros…” como ya sabemos, es cierto, que no es una mera expresión que sirva de recordatorio sino que, al contrario, tiene plenos poderes traídos desde el Reino de Dios. Por eso, como todos son hermanos y hermanas nuestras, todos necesitarán conocer la Verdad que está inscrita en la Eucaristía, cómo pueden alimentarse con ese ser Cristo porque con ser Cristo se realiza el Misterio mismo, y ser otros Cristos no es, sino, llevar a cabo el anuncio esperado, transmitir el bien común que nos da en este Sacramento de Caridad porque el mundo necesita santificarse y salvaguardar, en sí mismo y para sí, la creación en la que se encuentra incluido como manifestación de la sabiduría eterna de Dios, Creador de todo eso que llamamos mundo y hombre.


Dice Jesús (y recoge SC 97) que “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo“ y es aquí, en la Eucaristía que el Mesías constituyó, creó y formó, en la última Cena, para perpetuación de Su memoria y de la Palabra de Dios y recuerdo eterno de su doctrina, donde cabe buscarlo, donde cabe encontrarnos.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

El Bautista, testigo de Cristo





IV viernes del tiempo ordinario

Mc 6,14-29

“En aquel tiempo, se había hecho notorio el nombre de Jesús y llegó esto a noticia del rey Herodes. Algunos decían: ‘Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas’. Otros decían: ‘Es Elías’; otros: ‘Es un profeta como los demás profetas’. Al enterarse Herodes, dijo: ‘Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado’. Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: ‘No te está permitido tener la mujer de tu hermano’. Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto. 

Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: ‘Pídeme lo que quieras y te lo daré’. Y le juró: ‘Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino’. Salió la muchacha y preguntó a su madre: ‘¿Qué voy a pedir?’. Y ella le dijo: La cabeza de Juan el Bautista’. Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: ‘Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista’. El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.”


COMENTARIO

Juan el Bautista fue testigo de Cristo y, también, fue mártir de la Ley de Dios. La misión que tenía encomendada cumplir la había llevado a cabo según la misma y sólo le quedaba dar su vida por ser auténtico profeta. Y, salvadas las distancias, Jesús sufrirá la muerte por causas similares a las de su primo Juan.

Juan sabía que no se podía permitir, espiritualmente hablando, la situación aberrante del rey Herodes. Ni corto ni perezoso así lo dijo donde tenía que decirlo. Era de esperar que no a todas las personas les pareciese bien lo que por la boca de aquel profeta salía.

El odio y el egoísmo se apoderan de aquella mujer a la que bastaba, para continuar con su unión ilícita, matar a quien tanto daño parece que le estaba haciendo. Y, encontrada la ocasión, no la desperdicia. Otro profeta, ¡historia repetida muchas veces! No había sido del gusto del poder.



JESÚS, tu primo Juan dio su vida por la Ley de Dios. Fue franco en defensa de la misma sin importante nada. No tuvo respetos humanos ni fue políticamente correcto que es, justamente, lo que en demasiadas ocasiones caemos nosotros.




Eleuterio Fernández Guzmán


7 de febrero de 2013

Enviados de Cristo



Mc 6, 7-13

“En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: ‘Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas’. Y les dijo: ‘Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos’. Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban."


COMENTARIO

Sabía Jesús que el mensaje que traía al mundo y la razón por la que había sido enviado por Dios tenía que cumplirla. Envía a los apóstoles a evangelizar y los envía con su poder. Por eso pueden expulsar demonios y llevar a cabo hechos extraordinarios.

Jesús no sólo los envía sino que, además, les da instrucciones que son útiles para entender acerca de la humildad que tenemos que llevar en nuestro corazón. Por eso no han de llevar demasiados bienes con ellos y ni pedir tener mucho.

Predican, así, los apóstoles, la salvación eterna que les había traído su Maestro. Y allí donde son acogidos enseñan lo que Jesús les había enseñado; allí donde no son aceptados, ni siquiera se quedan. Y esto porque a Dios somos libres de tenerlo como Padre, aunque siempre lo sea, o no aceptar tal realidad.



JESÚS, envías a tus apóstoles para que prediquen la Verdad. Y cumplen, a la perfección, con su misión. El ejemplo de ellos tendríamos que seguirlo siempre.




Eleuterio Fernández Guzmán


6 de febrero de 2013

No confiar en Jesús





Mc 6, 1-6

“En aquel tiempo, Jesús salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: ‘¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?¡. Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: ¡Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio¡. Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando".

COMENTARIO

Jesús, de tanto en tanto, caminaba hacia Galilea, su patria, para predicar y transmitir la Palabra de Dios. Allí también era el Hijo del Creador y, por eso mismo, no podía dejar de hacer lo que tenía mandado hacer. Pero también era, entre los suyos, el hijo del carpintero José.

Resulta curioso que, a pesar de que escuchaban lo que decían y sabían lo que, de extraordinario, había hecho en otras tierras, aquellas personas dudaran de que el joven que tanto había caminado por las calles de su pueblo fuera un gran Maestro. Seguramente creían que eso tenía que venir de familia y, en efecto, en el caso de Jesús, así era porque era Hijo de dios.

Jesús sabe que allí hay poca fe al respecto de Él porque creen conocerlo y no saben, en realidad, tener en cuenta Quién es. En otros lugar, allí mismo, de su pueblo, enseñaba y, seguramente hacía muchos milagros porque, como Él mismo dice en otra ocasión, para eso había salido del Padre.



JESÚS, muchos de las personas que te habían sido más cercanas podría dar la impresión de que no entendían Quién eras. Eso es lo que, en demasiadas ocasiones, nos parece a nosotros mismos.




Eleuterio Fernández Guzmán


5 de febrero de 2013

¡Cuánto puede la fe!




Mc 5,21-43

“En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: ‘Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva’. Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: ‘Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré’. Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: ‘¿Quién me ha tocado los vestidos?’. Sus discípulos le contestaron: ‘Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’. Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: ‘Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad’.

Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: ‘Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?’. Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: ‘No temas; solamente ten fe’. Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: ‘¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida’. Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: ‘Talitá kum’, que quiere decir: ‘Muchacha, a ti te digo, levántate’. La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.

COMENTARIO

En muchos casos y en muchos momentos la fe puede mover, como se suele decir, montañas. Eso pasa en los casos que trae el evangelio de hoy. La fe puede con todos los obstáculos que se le ponga por delante a quien la tenga.

Jesús tiene muy en cuenta la fe de las personas que dicen ser hijos de Dios. Tanto aquel hombre que pide por su hija como aquella mujer que está más que segura que podrá curarse tan sólo con tocar a Jesús, son ejemplo más claro de hasta dónde puede llegar la confianza en Jesucristo y, por lo tanto, en Dios.

Jesús le dice a Jairo, padre de la niña que ha muerto, que lo único que tiene que tener es fe. Fe. Lo único que tiene que saber es que la fe todo lo puede y eso es lo que, al tenerla y demostrar que la tiene al seguir a Cristo hasta que consigue que vaya a su casa, es lo que salva a su hija.


JESÚS, las personas que tienen fe en ti y saben que todo lo puedes, logran lo que es voluntad de Dios que logren. Por eso, seguramente, en muchas ocasiones no alcanzamos lo que queremos.




Eleuterio Fernández Guzmán


4 de febrero de 2013

Compadecidos por Dios





Lunes IV del tiempo ordinario

Mc 5, 1-20

“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: ‘¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes’. Es que Él le había dicho: ‘Espíritu inmundo, sal de este hombre’. Y le preguntó: ‘¿Cuál es tu nombre?’. Le contesta: ‘Mi nombre es Legión, porque somos muchos’. Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.



Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: ‘Envíanos a los puercos para que entremos en ellos’. Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.



Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: ‘Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti’. Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.”

COMENTARIO

Lo que cuenta en evangelio de San Marcos acerca de aquellos cerdos pudiera parecer cosa extraña. Sin embargo, a los dueños de aquellos animales no les debió gustar que, por causa de la intervención de Jesús, perdieran todo aquel dinero con patas.

Aquellos dueños querían que Jesús se fuera de sus tierras porque, aunque había hecho un bien grande al endemoniado, ellos habían dejado de tener los animales que luego vendían par a ganar dinero. Actuaban, así, de forma egoísta.

Jesús convirtió al que había sido endemoniado en enviado suyo. Lo envía a que comunique a los suyos lo que le ha pasado para que se sepa que ha intervenido el Hijo de Dios en su curación. De aquí que todos cuanto escuchaban aquellos que se quedaran maravillados.

JESÚS,  cuando curaste al endemoniado muchos se molestaron. Actuaron de forma egoísta que es la forma, exacta, a cómo nos comportamos muchas veces nosotros.



Eleuterio Fernández Guzmán

3 de febrero de 2013

La verdad puede doler mucho



Domingo IV (C) del tiempo ordinario

Lc 4,21-30

“En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga: ‘Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy’. Y todos daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: ‘¿No es éste el hijo de José?’. Él les dijo: ‘Seguramente me vais a decir el refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria’. Y añadió: ‘En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio’.



Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó.”

COMENTARIO

Ser culpables de algo que se ignora puede resultar desesperante. Eso les pasaba a los que escuchaban a Jesús y creían que estaba diciendo cosas sabias. En realidad las estaba diciendo pero cuando se dieron cuenta de que se refería a ellos, no les gustó mucho lo que escuchaban.

Aquellos que le escuchaban, a pesar de que tenían por bueno lo que decía, no les acababa de quedar claro que el hijo de un carpintero dijera aquello que decía. Eso lo tenían reservado, corazón tan mundano el suyo, para algún rey o algo así.

La ira se apodera de quien se da cuenta de que le están contando las verdades, como suele decirse, a la cara. Sin rodeos Jesús les dijo que muchos de ellos, que eran del pueblo elegido, eran indignos de ocupar plaza en el mismo. Y eso no les gustó.



JESÚS,  decir la verdad no fue, tampoco para Ti, buena cosa. Los que te odiaban por lo que decías no esperaron nada para tratar de matarte. Algo así hacemos nosotros cuando no creemos en lo que dices y no lo llevamos a nuestra vida.



Eleuterio Fernández Guzmán