6 de diciembre de 2013

Una fe proclamada



Viernes I de Adviento



“Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: ‘¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!’ Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: ‘¿Creéis que puedo hacer eso?’ Dícenle: ‘Sí, Señor.’ Entonces les tocó los ojos diciendo: ‘Hágase en vosotros según vuestra fe.’ Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: ‘¡Mirad que nadie lo sepa!’ Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.”
       
COMENTARIO


En tiempos de Jesús había enfermedades que incapacitaban mucho más de lo que físicamente suponían. En realidad, apartaban a las personas de la sociedad. Y tal era el caso de los ciegos que se veían abocados a pedir limosna. Y es lo que hacen con Jesús.

Aquel Maestro es querido por muchas personas porque reconocen su naturaleza divina. Aquellos ciegos le llaman “Hijo de David” que era lo mismo que decir Mesías. Y le piden con confianza una curación que, por otros medios, era imposible.

Jesús atiende a los que de tal manera se dirigen a Él. Sabe que debe hacer eso y lo hace. Sin embargo, aquellos hombres no atienden su requerimiento de que a nadie digan lo que había pasado pues estaban demasiado felices como para callar.


JESÚS, curas a quien necesitan ser curados por estar necesitados de la salud física y, también, la espiritual. Ayúdanos a proclamar tu bondad.





Eleuterio Fernández Guzmán


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