15 de diciembre de 2012

Ser fieles como el Bautista lo fue



Sábado II de Adviento

Mt 17,10-13

“Bajando Jesús del monte con ellos, sus discípulos le preguntaron: ‘¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?’. Respondió Él: ‘Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos’. Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista".

COMENTARIO

La persona y figura de Juan Bautista era importante para la historia de la salvación. Dios lo envía al desierto a predicar una conversión del corazón que era muy necesaria para el pueblo elegido por el Creador para transmitir su Palabra.

Como todo había sido dicho en las Sagradas Escrituras, aquellos que seguían a Jesús sabían, por lo oído y escuchado, que el profeta Elías tenía que venir. Sin embargo, se quería decir con eso que vendría no el mismo profeta sino el espíritu que representaba. Y tal estaba en el corazón del hijo de Zacarías e Isabel.

Jesús profetiza, aquí mismo, acerca de su futuro. No será bueno como no lo fue el de su primo Juan, decapitado por orden de Herodes. Sabía que iba a padecer y que, por eso mismo, su misión acabará por cumplir la que Dios le había encomendado.


JESÚS, para que comprendiesen lo que decías les pones el ejemplo de Juan el Bautista. Fiel al compromiso adquirido con Dios murió por ser coherente con su fe. ¿Cuántos, hoy día, haríamos lo mismo?




Eleuterio Fernández Guzmán


14 de diciembre de 2012

En este Adviento








El Adviento es, más que nada, un tiempo de esperanza porque conociendo a Quien esperamos (Jesús) es bien cierto, como dice San Josemaría en la Homilía del primer domingo de Adviento de 1951, que “Hemos de echar fuera todas las preocupaciones que nos aparten de Él, y así Cristo en tu inteligencia, Cristo en tus labios, Cristo en tu corazón, Cristo en tus obras”.
Por eso, en este Adviento, el Hijo de Dios, Quien viene, el Emmanuel, ha de estar siempre en nuestro corazón y, desde ahí hacia fuera en el mundo en el que vivimos, nos movemos y existimos.

Así, recibiremos a Jesús cuando vuelva a venir, tras pasar otro tiempo de Adviento, como luz que ilumina nuestra existencia, como estrella perenne y eterna que nos deja su aliento.

El 20 de diciembre de 1978, el Beato Juan Pablo II, impartía una Catequesis (a modo de meditación) sobre el Adviento. Se refería, en ella, al sentido esencial de tal tiempo espiritual: Dios viene. Y viene “porque ha creado al mundo y al hombre por amor, y con él ha establecido el orden de la gracia”.
Sin embargo, además, la venida de Dios tiene una causa que no deberíamos olvidar: el pecado. Por eso dice el que fuera Papa que “por causa del pecado”, viene “a pesar del pecado”, viene “para quitar el pecado”.

Viene, pues, Dios; y, haciéndose hombre, cumple con su propia voluntad que consiste, sobre todo, en que “la gracia, es decir, la voluntad de Dios para salvar al hombre, es más poderosa que el pecado” siendo, éste, el principal motivo que separa al Creador de su criatura.

Por lo dicho hasta ahora el Adviento es, básicamente, un tiempo de Jesucristo. En este sentido, dos son los momentos, incluso, históricos (uno real, otro escatológico), que determinan la importancia absoluta de Cristo:

1.-La Navidad misma.
2.-La Parusía.

En cuanto Navidad, el Marana-Tha (Ven Señor) que tantas veces proclamamos en la liturgia o en las plegarias particulares, se hace real, efectivo, a modo de recordatorio de aquel momento en que María cumplió la promesa, en forma de Fiat, que le hizo a Dios.

Y así Jesús, en su pequeñez de niño, viene. Y está aquí, entre nosotros. Y es en este Adviento, ahora mismo, cuando Cristo no deja de estar con nosotros. De una forma misteriosa está y es esperado.

En cuanto a Parusía, no es poco cierto que cada vez que recordamos que Cristo nace, se acerca el momento de la segunda venida del Hijo de Dios. Por eso, el Mesías, al nacer, cumple la Misericordia del Padre que, otra vez más, vuelve a perdonar al pueblo que eligió y le ofrece la posibilidad de aceptar a su Hijo para ser salvado a través de un sacrificio que, ya, por ejemplo, había profetizado el profeta Isaías (capítulo 53).

Sabemos que muchos no aceptaron que aquel hijo de un carpintero de Nazaret llamado José fuera lo que parecía que era. Sin embargo, los que le creyeron (aunque tuvieran que esperar a la Resurrección para comprenderlo todo) nos transmitieron lo que, desde entonces, sabemos: en aquel establo de Belén Dios dijo “perdono”.

Es, por eso, este tiempo de Adviento tiempo del que viene, del que está entre nosotros para siempre, siempre, siempre.

Sin embargo, no podemos olvidar que también es un tiempo de María, Madre. También este Adviento lo es porque nunca podemos dejar de lado a quien, con su expresión de voluntad, quiso que la humanidad fuese salvada.

De dos formas María nos trae, cada Adviento: como presencia y como ejemplaridad.

Así, el estar de aquella joven que aceptó la propuesta hecha por Gabriel, nos sirve para traer, al ahora mismo, lo que ella quiso hacer y lo que eso supuso para la humanidad y que, como ejemplo, le sirve a la Iglesia como imagen de entrega a la voluntad de Dios porque hizo posible (y hace, cada Navidad, cada momento) que el Hijo del Creador entrara en la historia de su semejanza.

No podemos olvidar que, además de todo lo dicho, también este Adviento es tiempo de la misma Iglesia, Esposa del que viene.

También aquí hay que tener en cuenta dos aspectos: la Iglesia como misionera y la Iglesia como peregrina.

La misión de la Iglesia recibe un impulso cada vez que nace Jesús. Tal nacimiento no es, sólo, el momento en que comienza el año, digamos, espiritual o litúrgico sino que, además, supone la confirmación de lo hecho entonces por Cristo. El reinicio, por tanto, de la misión, justifica que hagamos todo lo posible para que se sepa que Cristo nace pero que se sepa que está, ya, aquí mismo.

Pero también la Iglesia en este Adviento se reafirma en su peregrinación hacia el definitivo Reino de Dios sabiendo que tiene siempre la compañía de Cristo, como Él mismo prometió y como ha cumplido, fiel Dios a su Palabra.

Es, éste, pues, un tiempo de clara esperanza, de reconocimiento de Dios en nuestra vida, de saber que, cuando transcurran los  pocos días desde ahora mismo, también nosotros, en la fe, volveremos a nacer y seremos, así, salvados por el Salvador.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Creer que Cristo es Dios




Viernes II de Adviento

Mt 11,13-19

“En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: ‘¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras’”.


COMENTARIO

A lo largo de la historia del pueblo elegido Dios había enviado a muchos profetas para que el camino que llevaba el mismo se enderezada y no siguiera por la senda equivocada por la que iba caminando.

A muchos de tales profetas los habían matado porque no gustaba lo que decían. Si predicaban para que cambiaran, no era bueno lo que decían; si querían que cumpliesen la voluntad de Dios… tampoco era bueno lo que decía.

Juan el Bautista era otro profeta, el último del Antiguo Testamento. Tampoco gustaba mucho lo que le decía a Herodes. Pero de ninguna de las maneras era del gusto de los que le escuchaban lo que decía Jesús. Por eso lo perseguían los poderosos.


JESÚS, muchos de los que te escuchaban no querían que les dijeras lo que les decías. Eso es lo que, en muchas ocasiones, nos pasa a nosotros.






Eleuterio Fernández Guzmán


13 de diciembre de 2012

Escuchar a Juan el Bautista




Jueves II de Adviento

Mt 11,11-15


“En aquel tiempo, dijo Jesús a las turbas: ‘En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga’”.

COMENTARIO

Jesús dice que quien tiene oídos tiene que oír. Lo dice en un sentido distinto, a lo mejor, al que solemos entender. Y lo hace porque lo que el Maestro dice es muy importante para aquellos que le escuchan.

Jesús alaba a Juan el Bautista. Sabe que la labor que ha de realizar es crucial para la salvación de la humanidad y reconoce que Dios le ha enviado a cumplir una misión que nadie puede olvidar. El espíritu del profeta Elías vive en él y, por eso mismo, han de escuchar lo que dice.

Jesús sabe que el Reino de Dios, entonces y ahora mismo, sufre de parte de aquellos que lo persiguen y necesita de personas que, como Juan el Bautista, digan lo que pasa y ponga sobre el corazón de aquellos que le escuchan, la verdad. Y, por eso mismo, han de escucharlo.


JESÚS, aquellos que escuchaban a Juan el Bautista lo tenían por un profeta. Avisaba sobre el camino recto hacia el Reino de Dios. Nosotros, sin embargo, no hacemos mucho caso, por desgracia, a lo que aquel enjuto hombre pronunció en aquel desierto de sus días.




Eleuterio Fernández Guzmán


12 de diciembre de 2012

Ser como Cristo quiere que seamos





Mt 11, 28-30

“En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: ‘Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera’”.

COMENTARIO

Jesús vino al mundo para atraer a todos hacia Dios. Buscaba a los que se habían alejado de la voluntad del Creador y los ponía en el camino recto que va al definitivo Reino del Padre. Y quería que se acercasen a Él los que sentía un peso grave sobre sí mismos.

Jesús no recomienda hacer grandes cosas ni llevar a cabo grandes batallas ni siquiera contra el Mal. Sin embargo, pudiera parecer que lo que nos pide es algo más que difícil por el normal comportamiento del ser humano.

Ser mansos, ser humildes y tener un corazón de carne… Tan sólo quiere Cristo que seamos así. Él es así y así nos pide que seamos nosotros. Además bien sabe que su yugo es muy suave, y gozoso, y que la carga que nos hace llevar es tan ligera como nosotros queramos que sea.


JESÚS, nos pides llevar a cabo cosas que no son muy difíciles. Sin embargo, nuestra soberbia y nuestra forma de ser nos impiden, en demasiadas ocasiones, ser como quieres que seamos y como Dios quiere que seamos.




Eleuterio Fernández Guzmán


11 de diciembre de 2012

No alejarse de Dios



Martes II de Adviento

Mt 18,12-14

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños’".

COMENTARIO

En el tema de la fe es más que posible que muchas veces nos sintamos sorprendidos por lo que nos dice que hizo el Hijo de Dios. Como su corazón era el de Dios no podemos esperar que se comportara, espiritualmente, como lo hubiera hecho otro ser humano.

Perderse en la fe no es muy difícil. Es más, muy a menudo miramos para otro lado cuando nos alejamos de Dios y pretextamos que, a lo mejor, es bueno para nuestra vida una cierta distancia de Aquel que nos creó.

Jesús, sin embargo, entiende que debe buscarnos a todos aquellos que nos hayamos perdido y así lo hace. Lo deja todo, lo entrega todo, para que volvamos al seno de Dios y seamos, en verdad, buenos hijos.


JESÚS, en muchas ocasiones somos como aquellas ovejas que se pierden. Ellas, a lo mejor, lo hacen por instinto natural pero nosotros, que es de suponer que tenemos mayor inteligencia, no actuamos como debíamos.




Eleuterio Fernández Guzmán


10 de diciembre de 2012

Con el poder de Dios





Lunes II de Adviento

Lc 5,17-26

“Un día que Jesús estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de Él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: ‘Hombre, tus pecados te quedan perdonados’.



Los escribas y fariseos empezaron a pensar: ‘¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?’. Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: ‘¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dijo al paralítico- ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’’. Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: ‘Hoy hemos visto cosas increíbles’”.


COMENTARIO

El caso que relata el evangelio de san Lucas muestra, a la perfección, mucho de lo que Jesús quería que fuese aprendido: fe y entrega por los demás en el momento más necesario para un semejante. Aquellos amigos hacen, del paralítico, una causa grande de esperanza en la humanidad y en la bondad de Dios.

Muchos de los que allí estaban se preguntan quién es aquel hombre que se cree capaz de perdonar pecados. Lo decían porque creían que la enfermedad de aquel hombre la producía su vida pecaminosa. Sin embargo, Jesús sabía que nada tenía que ver una cosa con la otra.

Cuando Jesús cura al paralítico hace muchas cosas a la vez: le perdona, en efecto los pecados y demuestra, además, que es Dios, único capaz de perdonar nuestros pecados. Y así muchos, entonces, creyeron.

JESÚS,  perdonas los pecados con el poder de Dios porque eres Dios hecho hombre. Muchos, entonces, no lo comprendieron y muchos, otros muchos, ahora mismo, nos cuesta, a veces, entenderlo



Eleuterio Fernández Guzmán


9 de diciembre de 2012

El Bautista, precursor




 
Lc 3,1-6

“En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: ‘Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios’”


COMENTARIO

Desde toda la eternidad Dios había previsto que un gran profeta, cumpliendo una misión muy especial, tenía que anunciar a Su Hijo. Así, la mujer de Zacarías, a la que llamaban estéril, quedó embarazada y dio a luz a quien se llamaría Juan.

La labor de Juan el Bautista, pues bautizaba con agua en el Jordán para perdonar los pecados de los conversos, estaba prevista desde hacía mucho tiempo: era la voz que clamaría en desierto de la fe la que había llegado el pueblo elegido por Dios.

El fruto de la labor de Juan queda más que especificada en este evangelio de san Lucas: lo torcido se enderezará, aquello que iba por mal camino seguirá el recto hacia el definitivo Reino de Dios y lo que había parecido imposible, cumplir con la verdadera voluntad del Creador, será posible llevarlo a cabo.


JESÚS,  tu primo Juan, el hijo de Isabel y Zacarías iba a ser tu anunciador al mundo. Tuvo fe y confianza en Dios y cumplió con su misión. Muchas veces nosotros no somos tan fieles ni tenemos tanta fe como aquel hombre enjuto y entregado al Creador.




Eleuterio Fernández Guzmán