22 de septiembre de 2012

Cómo escuchar a Dios

 
 







Hoy día, en un tiempo en el que hay ruido que impide escuchar a Dios no podemos, sin embargo, dejar de escuchar a Quién nos creó y a Quien nos salva porque merece atención y no podemos hacer como si no fuera importante para nosotros poner oído cuando debemos ponerlo.

Sabemos que mucho del ambiente que nos rodea no está muy relacionado ni con Dios o, simplemente, con lo religioso. Es más, las propuestas de una sociedad hedonista y relativista en nada o en poco pueden tener que ver con una concepción religiosa de la vida y, aquí, católica.

Por tanto, escuchar a Dios ha de resultar, por fuerza, un ejercicio bastante dificultoso pero no, por supuesto, imposible.

¿Dónde podemos acudir para mejor escuchar el Creador?

Cualquiera que se diga hijo de Dios sabe que es en Su Palabra donde podemos encontrar el mensaje que el Padre dejó escrito para sus hijos. Es ahí, entonces, donde debemos acudir en tanto en cuanto queramos hacer efectiva tal escucha.

Sin embargo, no podemos decir que la contemplación de la Palabra de Dios esté a la altura de lo que eso supone y, por lo tanto, tampoco podemos decir que se aprecie mucho la importancia que la misma tiene para nuestras vidas.

Escuchar a Dios, así, resulta bastante difícil.

¿Qué nos falta o qué nos sobra para poder llevar a buen puerto tan buena acción espiritual?

En cuanto a lo que nos falta, quizá, son las ganas de acercarnos a la Palabra de Dios que disimulamos acudiendo a la falta de tiempo como excusa a tanta falta de atención a lo que, en verdad, nos interesa o nos debería interesar.

Y sobrar… nos sobran muchas, demasiadas cosas: las propias palabras humanas, muchas veces superficiales, otras huecas y otras que nos impelen a consumir sin tener en cuenta que es más importante ser que tener.

Todo esto impide que escuchemos a Dios y eso nos aleja de Aquel que nos creó.

También podemos escuchar a Dios en aquello que nos sucede, en el mundo en el que vivimos, a través de las personas que con nosotros conviven, etc.

Por eso, escuchar a Dios ha de tener alguna consecuencia para nuestra vida porque, de otra forma, no podemos decir que somos hijos suyos con la responsabilidad que eso conlleva sino, al contrario, descendientes que poco tienen que ver con Quien los crea.

¿Cómo respondemos a Dios?

Cada cual tiene, por decirlo así, una forma muy particular de responde al Padre. Sin embargo, en nuestra respuesta a Dios no puede faltar, por ejemplo:

-La correspondencia entre lo que creemos y lo que hacemos.

-El acuerdo con La Palabra de Dios.

-Llevar a cabo la misión para la que hayamos sido elegidos.

-No renunciar a la defensa de la fe.

-Hacer frente al Mal que puede acecharnos.

Y así en cada una de las acciones que llevemos a cabo porque, de otra forma, escuchar a Dios va a resultar difícil porque si, después de haber tenido el gozo de acercarnos de tal manera al Padre no tiene tal realidad espiritual ningún efecto sobre nuestro corazón… nuestra fe, verdaderamente, podemos decir que es en vano.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Acción Digital

Recibir la Palabra de Dios



Sábado XXIV del tiempo ordinario

Lc 8,4-15

“En aquel tiempo, habiéndose congregado mucha gente, y viniendo a Él de todas las ciudades, dijo en parábola: ‘Salió un sembrador a sembrar su simiente; y al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino, fue pisada, y las aves del cielo se la comieron; otra cayó sobre piedra, y después de brotar, se secó, por no tener humedad; otra cayó en medio de abrojos, y creciendo con ella los abrojos, la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena, y creciendo dio fruto centuplicado’. Dicho esto, exclamó: ‘El que tenga oídos para oír, que oiga’.

Le preguntaban sus discípulos qué significaba esta parábola, y Él dijo: ‘A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás sólo en parábolas, para que viendo, no vean y, oyendo, no entiendan.

‘La parábola quiere decir esto: La simiente es la Palabra de Dios. Los de a lo largo del camino, son los que han oído; después viene el diablo y se lleva de su corazón la Palabra, no sea que crean y se salven. Los de sobre piedra son los que, al oír la Palabra, la reciben con alegría; pero éstos no tienen raíz; creen por algún tiempo, pero a la hora de la prueba desisten. Lo que cayó entre los abrojos, son los que han oído, pero a lo largo de su caminar son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurez. Lo que cae en buena tierra, son los que, después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia’”.


COMENTARIO

La parábola del sembrador es manifestación de que Dios quiere que sus hijos estén a su lado y no lo abandonen por las circunstancias de sus vidas. Siembra en el corazón de sus criaturas porque gusta que conozcan el bien, la misericordia y el perdón.

No siempre, sin embargo, las criaturas de Dios aceptan de buen grado lo que les propone el Padre. Unas veces porque no entienden lo que les quiere decir, otras porque no quieren entenderlo y la mayoría de las veces porque no les conviene. Por eso hay varias formas de comportarse ante lo que el Creador quiere y dice.

Cuando se acepta la Palabra de Dios y se lleva a la vida de cada cual se es tierra buena que no mata la semilla que envía el Padre. Por el contrario, no es tan infrecuente que al llegar las sílabas que conforman la voluntad de Dios, seamos como aquella tierra que no es capaz de aceptar la semilla porque está muerta.



JESÚS, sembrar la Palabra de Dios en los corazones de sus hijos fue la labor que llevaste a cabo en tu vida entre aquellos otros nosotros. Sin embargo, al igual que muchos de entonces, a veces somos como la tierra que admite la semilla que se le envía.




Eleuterio Fernández Guzmán


21 de septiembre de 2012

Laicos

 






Es evidente que en la Iglesia católica el número de laicos supera, en mucho, al de personas que tienen una misión que cumplir desde un punto de vista exactamente religioso por encontrarse en algún instituto de tal tipo o, simplemente, por ser sacerdotes (sea cual sea su situación por ser sacerdote diocesano, religioso, obispo, arzobispo o Santo Padre) Por tanto, el papel de los mismos ha de ser muy tenido en cuenta porque no sería posible hacer otra cosa.  

Nada más empezar la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Christifideles laici, del Beato Juan Pablo II, en concreto en su número 1, dice lo siguiente:

“Los fieles laicos (Christifideles laici), cuya ‘vocación y misión en la Iglesia y en el mundo a los veinte años del Concilio Vaticano II’ ha sido el tema del Sínodo de los Obispos de 1987, pertenecen a aquel Pueblo de Dios representado en los obreros de la viña, de los que habla el Evangelio de Mateo: ‘El Reino de los Cielos es semejante a un propietario, que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña’ (Mt 20, 1-2)”.

Por otra parte, la tal Exhortación se subtitula, indicando mucho de lo que significa, “Sobre la vocación y misión de los laicos en el Iglesia y en el mundo”.

Esto dice mucho de lo que aquí traemos.

Los laicos tenemos una vocación que seguir pero también tenemos algo que cumplir, una misión que llevar a cabo. Y, centrando todo esto, lo tenemos que hacer tanto dentro de la Iglesia católica como en el mundo porque no se entiende que no exista unidad de vida entre lo que se dice ser y lo que, en el mundo, se hace y dice.

Hemos dicho arriba, que los laicos han de desempeñar un papel muy importante en el seno de la Esposa de Cristo. Eso lo sabe muy bien el Santo Padre porque, en el Mensaje enviado a los participantes en la IV Asamblea Ordinaria del Foro Internacional de la Acción Católica que se celebró a fines de agosto pasado en Iasi, Rumanía, dijo que “La corresponsabilidad exige un cambio de mentalidad especialmente respecto al papel de los laicos en la Iglesia, que no se han de considerar como ‘colaboradores’ del clero, sino como personas realmente ‘corresponsables’ del ser y del actuar de la Iglesia. Es importante, por tanto, que se consolide un laicado maduro y comprometido, capaz de dar su contribución específica a la misión eclesial, en el respeto de los ministerios y de las tareas que cada uno tiene en la vida de la Iglesia y siempre en comunión cordial con los obispos”.

Es necesario, era necesario, pues, que cambiara una forma de hacer y de ver las cosas que tenía, digamos, un poco apartado al laico en el funcionamiento ordinario de la Iglesia católica. Por eso dice Benedicto XVI que los laicos con “corresponsables” del cada día de la Esposa de Cristo.

¿Qué hacer, pues?

A responder esto también nos ayuda el Santo Padre. En el mismo Mensaje citado arriba nos dice que “estáis llamados hoy a renovar el compromiso de caminar por la senda de la santidad, manteniendo una intensa vida de oración, favoreciendo y respetando itinerarios personales de fe y valorizando las riquezas de cada uno, con el acompañamiento de sacerdotes consiliarios y de responsables capaces de educar en la corresponsabilidad eclesial y social”.

Y no es poco lo que dice: tratar de ser santos, no perder la oración como instrumento espiritual de primer orden, mantener un camino de fe que no debemos dejar y, en fin, tener en cuenta en nuestra vida a personas que nos pueden echar una mano muy grande en el recorrido de nuestro camino hacia el definitivo Reino de Dios.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Análisis Digital

Y es que, por decirlo pronto, ser laico ha de se una muy buena forma de ser hijo de Dios.

Cristo, médico del alma



Mt 9,9-13

“En aquel tiempo, cuando Jesús se iba de allí, al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: ‘Sígueme’. Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: ‘¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?’. Mas Él, al oírlo, dijo: ‘No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores’”.


COMENTARIO

Mateo estaba trabajando. Lo hacía en algo que no era del gusto de sus compatriotas porque recaudaba impuestos para el romano invasor. Por eso cuando Jesús lo llamó debió ver algo muy bueno en su llamada porque lo dejó todo y lo siguió.

Es sabido que los que se consideraban fieles a la ley de Dios no estaban muy de acuerdo con aquellos que ellos entendían que no lo eran. Se extrañaban, por tanto, de que estuviera Jesús con aquellas personas que no eran fieles a Dios. Y así lo decían porque no entendían la predicación de Cristo.

Jesús, como dice Él mismo, había venido a salvar a los que tenían necesidad de ser salvados porque las personas que hacían según quería Dios y cumplían su voluntad ya se habían salvado ellos mismos.


JESÚS, salvar a los que estaban salvados no era labor tuya. Tenías que buscar, encontrar y sanar a los enfermos. ¡Ayúdanos, Hijo de Dios, a los que necesitamos salvación!




Eleuterio Fernández Guzmán


20 de septiembre de 2012

El catolicismo en el debate público









Cuando se dice, y difunde con razón, la expresión según la cual dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios fue un acierto del Hijo de Dios cuando le tendieron aquella trampa para ver si decía que no había que pagar impuestos, en determinadas ocasiones se pretende que, en efecto, el cristiano (aquí católico) se abstenga de participar en el debate público.

Claro está que tal interpretación de lo dicho por Jesucristo es una burda manipulación de la realidad.

En la visita ad Limina que realizaron a principios de 2010 los obispos de Inglaterra y Gales, Benedicto XVI dijo que “La fidelidad al Evangelio no restringe la libertad de los demás – por el contrario, sirve a su libertad, ofreciéndoles la verdad”.

Por tanto, a la hora de intervenir, o no, en el debate público, el católico ha de tener en cuenta que las Sagradas Escrituras no han de suponer un obstáculo para que se produzca aquella sino, en todo caso, un aliciente para que sí se produzca.

Pero antes, en concreto el 30 de marzo de 2006, el Santo Padre intervino como invitado en el congreso del Partido Popular Europeo. Allí dijo algo que no se debería olvidar y que debería servir de guía para el comportamiento del católico en la vida pública:

 “Cuando las iglesias o comunidades eclesiásticas intervienen en el debate público, expresando reservas o recordando una serie de principios, no cometen una interferencia o un acto de intolerancia, ya que tales intervenciones apuntan solamente a iluminar las conciencias para que las personas puedan actuar libremente y con responsabilidad, según las exigencias verdaderas de la justicia, incluso cuando esto contrasta con situaciones de poder o de interés personal".

En primer lugar, no supone interferencia la intervención de aquellas personas que, dentro de la Iglesia católica puede hacer uso de la legitimidad que ostentan para que su voz se oiga en la plaza pública.
En segundo lugar, la citada intervención no se hace por querer inmiscuirse en lo público sino, muy al contrario, para hacer ver el punto de vista de la doctrina eclesial y, así, poder transmitir lo que le corresponde como Iglesia.

En tercer lugar, se busca el ejercicio de la libertad personal iluminado por la doctrina de la Iglesia católica.

En cuarto lugar y, sobre todo, importa poco o debe importar poco que lo que se tenga que decir contraste mucho con la, digamos, opinión dominante. Tanto el poder que ostenten personas o instituciones como los egoísmos personales no pueden ser obstáculo para que en el debate público intervenga la Iglesia católica.

Por todo lo dicho arriba no es de extrañar que en la visita ad Limina citada arriba, dijera Benedicto XVI a los obispos allí presentes que tenían que alentar “A los fieles laicos a expresar su aprecio por los sacerdotes que les sirven, y reconoced las dificultades que a veces enfrentan a causa de su disminución y del aumento de las presiones”.

Y esto lo dijo porque es conocida la presión que están sufriendo, en Inglaterra, por parte del Ejecutivo de aquella nación que tiene un interés especial en limitar la libertad de la Iglesia católica por ejemplo, para nombrar sacerdotes y trata, sobre todo, de que las leyes laicistas más duras se tengan que aplicar, a la fuerza, en aquella nación.

Y, para esto, la intervención de la Iglesia católica en el debate público ha de ser firme y, sin duda, provechosa para el bien común.

A pesar de todo lo dicho hasta aquí y que apunta a la necesidad de intervención directa de la Iglesia católica (pastores y fieles) en el debate público, aún puede haber quien se pregunte por qué esto ha de ser así.
Alguna razón puede ser, por ejemplo que el laicismo está buscando una sociedad en la que Dios no aparezca. Tal ha de ser una razón más que suficiente como para que, siguiendo a san Pedro, demos razón de nuestra esperanza.

Y es así porque el laicismo trata, más que nada, de acallar la voz católica porque no le interesa, para nada, la doctrina de Cristo. Que quien la defienda y transmita diga lo que piensa no puede ser del gusto de tal modo de pensar.

Pero, sobre todo, la razón primordial en la que se debe basar el católico para intervenir en el debate público, es que no se puede haber una diferenciación entre lo que dice que es, católico, y el comportamiento que tiene en la vida pública.

La unidad de vida, aquí, especialmente aquí, no debería ser olvidada nunca a pesar de los tiempos que corren de despiste y desvarío espiritual.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Perdonar por amar




Lc 7, 36-50

“En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.

Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: ‘Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora’. Jesús le respondió: ‘Simón, tengo algo que decirte’. Él dijo: ‘Di, maestro’. ‘Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?’. Respondió Simón: ‘Supongo que aquel a quien perdonó más’. Él le dijo: ‘Has juzgado bien’, y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ‘¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra’.

Y le dijo a ella: ‘Tus pecados quedan perdonados’. Los comensales empezaron a decirse para sí: ‘¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?’. Pero Él dijo a la mujer: ‘Tu fe te ha salvado. Vete en paz’".



COMENTARIO

Muchos de los que estaban con Jesús creían que no era profeta porque no podían saber que el Mesías sabía lo que ellos mismos pensaban acerca de aquella mujer que había entrado en la fiesta que estaban celebrando.

El amor y la fe son muy importantes para Jesús. Por eso en muchas ocasiones, como es el que presenta el evangelio de san Lucas, aquella mujer que entre donde está comiendo el Hijo de Dios le muestra amor y fe y, por eso mismo, es atendida por el Maestro.

Dice Jesús que la fe ha salvado a la mujer que todos tienen por pecadora. Jesús, sin embargo, conoce muy bien su corazón y, por eso, perdona sus pecados. Además le dice que se vaya en paz porque en paz ha quedado con Dios.



JESÚS, los que se dirigen a Ti lo hacen porque saben que puedes hacerles mucho bien. Muchos sin embargo, como muchas veces nos pasa a nosotros, no queremos hacer lo mismo porque también sabemos que exiges en cuanto a la fe y al amor.




Eleuterio Fernández Guzmán


19 de septiembre de 2012

Conocer a Cristo

Miércoles XXIV del tiempo ordinario

Lc 7, 31-35

“En aquel tiempo, el Señor dijo: ‘¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonando endechas, y no habéis llorado’. Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: ‘Demonio tiene’. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos’·”.

COMENTARIO

No se equivoca Jesús cuando entiende que, muchas veces, somos en materia de fe como niños… pero como niños equivocados que son caprichosos y no entienden la verdad de lo que deben hacer o creer.

Muchos de los que conocieron a Juan el Bautista no lo tenían por profeta sino por persona muy alejada de la fe que decía transmitir. No comprendían porque no querían comprender lo que les decía porque les interrogaba sobre muchas cosas que hacían mal. Y eso le pasó, precisamente, con Herodes.

Tampoco creían a Jesús porque aún les convenía menos lo que les decía. Según muchos era amigo de los que no debía ser amigo porque no comprendían lo que deben tener médico aquellos que están enfermos y, en este caso, espiritualmente hablando.


JESÚS, los que te perseguían no querían conocer para nada muchas cosas que les decías porque no convenía a su sistema de vida. Eso es lo que, muchas veces, nos pasa a nosotros.




Eleuterio Fernández Guzmán


18 de septiembre de 2012

Jesús sabe lo que necesitamos





Lc 7,11-17


“En aquel tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: ‘No llores’. Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él dijo: ‘Joven, a ti te digo: levántate’. El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y ‘Dios ha visitado a su pueblo’. Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina".


COMENTARIO

Jesús curó a muchas personas de enfermedades que no sólo lo eran sino que las mismas apartaban al enfermo de la sociedad como un apestado. Sin embargo, sabía que haciendo lo que hacía el bien era tanto para la persona curada como para la sociedad en general.

Aquella viuda que, además, había perdido a su hijo que llevaban a enterrar, se encontraba más que sola. Seguramente abocada a una vida mísera y no muy alejada de la muerte. Jesús sabía que tenía que hacer algo muy importante con aquel joven. Y lo hizo al devolver a la madre al único sostén que le quedaba en la vida.

No es de extrañar que dijeran, aquellos que habían visto la vuelta a la vida del hijo de la viuda de Naím,  que había llegado al mundo un ser divino y que un gran profeta les había visitado. Tampoco extraña, por tanto, que la fama de santidad se extendiera allá donde podía llegar la misma.


JESÚS, cuando haces algo tan importante como aquello que hiciste como aquel joven muerto, la necesidad ajena juega un papel muy importante en tus acciones. Sin embargo, ni aún así somos capaces de seguirte siempre.


Eleuterio Fernández Guzmán

17 de septiembre de 2012

Orare humanum est







Perdóneseme, antes que nada, si la forma de titular en latín no es la correcta. Lo que se quiere decir es que, por mucho que se diga en cuenta, orar es una actividad puramente humana de ser evolucionado psicológicamente y no, como se sostiene de parte muchos, una forma de manifestar cierta alienación mental.

Muy bien sabemos que el Hijo de Dios era un hombre de oración y que oraba muchas veces. Así lo reflejan las Sagradas Escrituras cuando, antes de determinados hechos extraordinarios (por ejemplo, la multiplicación de los panes y los peces) se dirigía al Padre y oraba. También lo hizo antes de escoger a sus apóstoles…

Esto nos indica que Jesús, como Maestro, enseñaba a sus discípulos y nos enseña a nosotros, que orar es una labor muy importante a llevar a cabo por parte de los hijos de Dios.

Por eso dice San Alfonso María de Ligorio, en “El gran medio de la Oración”, que “Es además la oración el arma más necesaria par defendemos de los enemigos de nuestra alma. EL que no se vale de ella, dice Santo Tomás, está perdido. El Santo Doctor no duda en afirmar que cayó Adán porque no acudió a Dios en el momento de la tentación. Lo mismo dice San Gelasio, hablando de los ángeles rebeldes: No aprovecharon la gracia de Dios y porque no oraron, no pudieron conservarse en santidad. San Carlos Borromeo dice en una de sus cartas pastorales que de todos los medios que el Señor nos dio en el evangelio, el que ocupa el primer lugar es la oración. Y hasta quiso que la oración fuera el sello que distinguiera su Iglesia de las demás sectas, pues dijo de ella que su casa era casa de oración: Mi casa será llamada casa de oración. Con razón, pues, concluye San Carlos en la referida pastoral, que la oración es el principio, progreso y coronamiento de todas las virtudes”

En realidad, orar es manifestar lo que somos. En efecto, ser hijos supone tener un Padre que, en este caso es, además, nuestro Creador. Y nada más normal, lógico y es de esperar que deseado, que el hijo hable con el Padre, se dirija a Él para pedir lo que necesita o para dar gracias por lo que tiene o lo que ha recibido e, incluso, por lo que espera recibir de su bondad.

No es, por tanto, nada extraño ni debería parecer raro que un creyente en Dios Todopoderoso que sea católico ore. Y si, en todo caso, no sabe cómo hacerlo, bien está el consejo de San Josemaría, cuando en el número 90 de “Camino” dejó escrito esto:
¿Que no sabes orar? —Ponte en la presencia de Dios, y en cuanto comiences a decir: "Señor, ¡que no sé hacer oración!...", está seguro de que has empezado a hacerla” pues, muchas veces no sabemos qué decir ni cómo dirigirnos a Dios.

A este respecto, ha dicho recientemente Benedicto XVI en la audiencia del 12 de septiembre pasado que “La oración es como una ventana abierta que nos permite tener la mirada vuelta hacia Dios, no solamente para recordarnos la meta hacia la cual nos dirigimos, sino también para dejar que la voluntad de Dios ilumine nuestro camino terreno y nos ayude a vivirlo con intensidad y empeño”.

Por eso, por mucho que se diga, orar es humano o, lo que es lo mismo y en la lengua de la Iglesia católica, orare humanum est.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Verdadera fe







Lunes XXIV del tiempo ordinario

Lc 7,1-10

“En aquel tiempo, cuando Jesús hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde Él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Éstos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: ‘Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga’.

Jesús iba con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: ‘Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace’”.

Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: ´’Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande’. Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano'"


COMENTARIO

Para Jesús tener fe, lógicamente, era muy importante. Es más, sin ella no se entendería nada de lo que hacía ni de lo que transmitía. Por eso en muchas ocasiones demostrar que se tiene fe y, por lo tanto, confianza en Dios, es esencial para el resultado final de lo que se le pide al Maestro.

Cuando el soldado romano se presenta ante Jesús no lo hace solo porque acuden en su defensa muchos judíos que saben que no es mala persona sino que tiene en mucha estima al pueblo escogido por Dios. Piden, en tal sentido, por aquella persona que quiere, a su vez, interceder por una persona a su servicio.

No puede Jesús resistirse a tanta insistencia buena por el prójimo porque sabe que tal forma de comportarse es la propia de los hijos de Dios y que su Padre es lo que, precisamente, quiere. No extrañe, por lo tanto, que la curación de quien pedía el centurión, se llevase a cabo.


JESÚS,  cuando se te pide algo y se hace por el bien del prójimo, difícilmente puedes decir que no. Sabes que así actúan los que tienen misericordia. Muchas veces, sin embargo, no los tenemos en cuenta y eso nos pierde como hermanos tuyos.



Eleuterio Fernández Guzmán


16 de septiembre de 2012

Saber quién es Cristo





Domingo XXIV (B) del tiempo ordinario

Mc 8,27-35

“En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: ‘¿Quién dicen los hombres que soy yo?’  Ellos le dijeron: ¡Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas¡. Y Él les preguntaba: ¡Y vosotros, ¿quién decís que soy yo’. Pedro le contesta: ‘Tú eres el Cristo’.

Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero Él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: ‘¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres’.

Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará’”.


COMENTARIO

Jesús quería conocer qué se pensaba sobre Él porque era una forma de apreciar si estaban comprendiendo su doctrina y si podía seguir por el camino que estaba siguiendo. Pedro lo reconoce pero, de forma demasiado humana, no quiere que muera como dice Cristo que va a morir.

Seguir a Jesús no era, ni es, fácil. Quien quiera ser discípulo suyo debe abandonar lo que era hasta entonces en lo tocante al corazón y no tenerlo de piedra, ser misericordioso y no ser como, en fin, se había sido hasta entonces.

Perder la vida mortal por haberse entregado a Cristo es la mejor, única, manera, de entrar en la vida eterna que es la que no acaba nunca. Por eso Jesús les dice que deben aceptar lo que les venga porque es la voluntad del Dios.

JESÚS,  sabes que es muy importante tener claro lo que de verdad importa de cara a la vida eterna. Seguir a Ti supone olvidarnos de lo nuestro. Por eso, seguramente, no te seguimos tanto como deberíamos hacerlo.



Eleuterio Fernández Guzmán