11 de agosto de 2012

La respuesta de Dios al hombre

 




No es poco cierto que en algunas ocasiones y según qué circunstancias puede tener asiento en nuestro corazón la duda acerca de si Dios nos escucha y, lo que es peor para nosotros, si responde a lo que le decimos en nuestras oraciones o súplicas.

Las Sagradas Escrituras tienen respuesta, también, para esto. Lo dice el Salmo 4:

“Cuando clamo, respóndeme, oh Dios mi justiciero,   en la angustia tú me abres salida;  tenme piedad, escucha mi oración.
Vosotros, hombres, ¿hasta cuándo seréis torpes de corazón, amando vanidad, rebuscando mentira?
¡Sabed que Dios mima a su amigo,  Dios escucha
cuando yo le invoco.
Temblad, y no pequéis; hablad con vuestro corazón en el lecho
¡y silencio!
Ofreced sacrificios de justicia y confiad en Dios.
Muchos dicen: ‘¿Quién nos hará ver la dicha?’ 
¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro!
Dios, tú has dado a mi corazón más alegría  que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo.
En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo, pues tú solo,
Dios, me asientas en seguro”.

Y el Santo Padre también tuvo algo que decir al respecto porque resulta muy peligroso, para un fiel católico, caer en ciertas dudas. Fue en la Audiencia General del  7 de septiembre de 2011 cuando dijo que “La situación de angustia y de peligro experimentada por David es el telón de fondo de esta oración y ayuda a su comprensión”, porque “en el grito del salmista todo hombre puede reconocer estos sentimientos de dolor, de amargura, a la vez que de confianza en Dios que, según la narración bíblica, acompañó a David en su huida de la ciudad”.

Vemos, pues, que en la necesidad más imperiosa que tengamos o que así la consideremos nosotros el corazón de Dios está atento a lo que le manifestemos. Dolor, amargura… y todo aquello que oprima nuestro ser y que nos mantenga alejados de la tranquilidad de espíritu nos hace mirar a Dios. Pedimos lo que necesitamos como, por ejemplo, aquello que pueda tranquilizar y serenar nuestra alma y que nos impela a mirar al futuro con la visión optimista que nunca debe perder el hijo de Dios.

Con toda claridad dice el salmista que “Dios escucha cuando le invoco” y, así, se siente en la seguridad de no estar orando a la nada o a nadie sino, muy al contrario, al Padre que lo creó y que, con su misericordia, le permite seguir viviendo porque el Creador nos contempla y nos comprende.

Y Dios responde porque un Padre nunca puede quedar impertérrito ante la petición de su hijo que, seguro de la bondad de quien lo trajo al mundo, espera, del mismo, comprensión y, ante las insinuaciones que el salmista hace de que puedan pensar los que le acosa que Dios no lo escucha, se manifiesta con rotundidad diciendo “Tú, Dios, me asientas en seguro” porque reconoce que nunca ha dejado de responderle ante sus súplicas y que sostiene, por eso mismo, su vida de mortal.

Por eso dice el Santo Padre, en la catequesis citada arriba, que “En el dolor, en el peligro, en la amargura de la incomprensión y de la ofensa, las palabras del Salmo abren nuestro corazón a la certeza consoladora de la fe. Dios está siempre cerca -también en las dificultades, en los problemas, en las tinieblas de la vida- escucha, responde y salva a su modo”.

Tenemos, por tanto, que estar en la seguridad de que el Creador no deja de respondernos y que, en todo caso, es realidad espiritual nuestra darnos cuenta de qué nos dice y cuándo nos lo dice. Así, permanecer a la escucha de la manifestación de la voluntad de Dios es tarea que cada discípulo de Jesucristo ha de llevar a cabo si es que quiere, en realidad, estar a la voluntad del Todopoderoso.

Algo, por otra parte, que no debemos olvidar es la actitud que muestra el salmista ante la persecución que está sufriendo. No responde con soberbia humana y no se enfrenta a los perseguidores con armas y bagajes sino, en todo caso, con el recurso a la oración y, dirigiéndose a Dios, sabe que será escuchado y, como el Creador quiera, respondido.

Es decir, muestra fe ante lo que es ambición humana y, por eso mismo, sabe que Dios lo escuchará y que atenderá su orar y su demanda de auxilio. Esto muestra, una vez más, el sentido de fidelidad que tenía aquella persona que, inspirada por el Espíritu Santo, ponía por escrito lo que le dictaba su corazón de hijo que se siente poco ante el Padre pero que sabe, por eso mismo, que nunca le defraudará y que le responderá con gran beneficio y gozo para su alma y para su vida ordinaria.

Que Dios responde a cada uno de los que se dirigen a Él es algo que a cada cual corresponde conocer y reconocer. Que no puede hacer otra cosa el Padre es algo que, sin duda alguna, todos sabemos. Lo que nos falta, muchas veces, es la intención de ponernos a la escucha y nos basta, en demasiadas ocasiones, con pedir sin saber que no siempre nos conviene lo que pedimos y que Dios sí sabe lo que, en cada momento, tenemos que demandar a su voluntad.

Escuchar a Dios es, por eso mismo, una forma de manifestar nuestra filiación divina y de demostrar que, al menos en eso, no faltamos a nuestra obligación pues Quien responde merece ser escuchado.
Dios quiera que sepamos escucharlo y que, luego, llevemos a cabo lo que Él quiera que hagamos en nuestra vida de hijos del Padre.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Soto de la Marina

Si tuviéramos un poco de fe…



Sábado XVIII del tiempo ordinario

Mt 17,14-20

“En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre que, arrodillándose ante Él, le dijo: ‘Señor, ten piedad de mi hijo, porque es lunático y está mal; pues muchas veces cae en el fuego y muchas en el agua. Se lo he presentado a tus discípulos, pero ellos no han podido curarle’. Jesús respondió: ‘¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo acá!’. Jesús le increpó y el demonio salió de él; y quedó sano el niño desde aquel momento.

Entonces los discípulos se acercaron a Jesús, en privado, y le dijeron: ‘¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?’. Díceles: ‘Por vuestra poca fe. Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: “Desplázate de aquí allá”, y se desplazará, y nada os será imposible’".

COMENTARIO

Muchos se dirigían a Jesús porque sabían que podía hacer algo bueno por ellos mismos o por las personas por las que pedían. Si tenían fe, el Hijo de  Dios siempre atendía lo que decían porque estaba en la seguridad de hacer lo que debía.

Los discípulos más allegados de Cristo también eran requeridos para hacer el bien. Sin embargo, no siempre conseguían que un mal saliera de una persona y lo dejara sano. Y eso no lo entendían aquellos que, a lo mejor, pedían sin fe y sin ella se dirigían a ellos.

Jesús sabe que la fe es muy importante. Confiar en Él y, antes que nada, en Dios, asegura el camino hacia el definitivo reino del Padre. Por eso les conmina a tener fe. Tal es así que debían haber pensado que tenían muy poca sin, en efecto, no podían mover una montaña.



JESÚS, los que te siguen quieren que hagas el bien pero, muchas veces, no están por la labor de entregar sus vidas con fe y de, en fin, tenerte confianza. Y eso es lo mismo que muchas veces nos pasa a nosotros mismos.




Eleuterio Fernández Guzmán


10 de agosto de 2012

El desarrollo humano según Benedicto XVI







El Santo Padre aborda, en su encíclica Caritas in Veritate (Cv desde ahora) un tema muy importante como es el del desarrollo humano que hoy día puede apreciarse con cierta facilidad al menos en occidente.

Desde un punto de vista cristiano, el desarrollo supone, es, algo más que un mero avance económico o tecnológico. No es, por tanto, la expresión de un ir más allá de lo que se tiene sin ninguna intención más.

Muy al contrario, desarrollo es, ante todo, solución de los problemas que acucian a cada vez más personas: “el hambre, la miseria, las enfermedades endémicas y el analfabetismo” (Cv 21)

Sobre esto ya tenía dicho Jesucristo, o más bien pensado y aplicado a la realidad, que no tiene demasiada importancia que haya ricos sino que lo que venía a destacarse es qué hacían tales personas con su riqueza.

Pues esto es lo que busca el desarrollo: solución a situaciones que, actualmente, se están viendo agravadas por la crisis galopante por la que estamos pasando.

De aquí que Benedicto XVI entienda que “La ganancia es útil si, como medio, se orienta a un fin que le dé un sentido”. Además, “El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza” (Ídem anterior)

Hasta aquí lo que podemos considerar general de la ley cristiana sobre el desarrollo.

Sobre el tema de la segunda parte de la Caritas in Veritate, para que el desarrollo pueda llamarse de tal forma tiene que ser auténtico e integral. Dicho de otra manera, para que sea auténtico ha de ser integral y afectar, además de a aquellos que lo procuran, a aquellos que lo necesitan por estar en peor situación pues, a tenor de de lo dicho en la Constitución pastoral Gaudium et spes (sobre la Iglesia en el mundo actual) “El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social”. 

Y dice “el hombre” y no una parte de la humanidad en exclusiva.

Sin embargo, el caldo de cultivo del pensamiento actual no colabora, precisamente, en que pueda llevarse a cabo tal sentido del desarrollo económico. Aquel se fundamenta, sobre todo, en la existencia de un “eclecticismo cultural” (Cv 26) según el cual todas las culturas existentes son equivalentes. Así, y en realidad, ninguna tiene valor de por sí por lo que el relativismo conforma de tal forma del modo de pensar que al querer aplicar modelos económicos propios a otros ajenos se produce una clara contraposición entre unos y otros y no hay, digamos “trasvase” de desarrollo quedando anquilosada la economía de muchas naciones.

Por otra parte, Benedicto XVI incide en un tema que, en cuanto al desarrollo tiene sentido. Es el referido al “respeto a la vida”. 

Puede parecer, esto dicho, muy alejado del desarrollo económico pero no lo está, sin embargo, tanto como pueda creerse.

Así, vida y políticas antinatalistas (muy de moda hoy día en las naciones “desarrolladas”) se contraponen muy claramente y traen, como consecuencia que, “si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social” (Cv 28, extracto del Mensaje para la Jornada de la Paz de 2008)

No obstante, la importancia que tiene el respeto a la vida, no lo es menos el escaso respeto que se tiene por la libertad religiosa que también tiene una importancia vital en el desarrollo.

Cuando se niega tal derecho se produce una “promoción programa de la indiferencia religiosa o del ateísmo práctico por parte de muchos países (Cv 29) Entonces se sustraen “bienes espirituales y humanos” que muy bien pueden colaborar en el desarrollo que, como ha quedado dicho supra, ha de ser “integral”. 

Resulta, pues, de todo punto necesario que “los diferentes ámbitos del saber humano sean interactivos, con vistas a la promoción de un verdadero desarrollo de los pueblos” (Cv 30)

Esto lo que, en concreto, quiere decir es que “la valoración moral y la investigación deben crecer juntas” (Cv 31)

En realidad, tal forma de proceder o, mejor, procediendo de tal forma, “a la fe, a la teología, a la metafísica y a las ciencias”permite encontrar su lugar dentro de una colaboración al servicio del hombre.

Así, se “trata de ensanchar la razón y hacerla capaz de de conocer y orientar estas nuevas e imponentes dinámicas, animándolas en la perspectiva de esa ‘civilización del amor’ de la Cual Dios ha puesto la semilla en cada pueblo y en cada cultura” (Cv 33)

Sólo falta hacerla fructificar.


Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Seguir a Cristo supone la vida eterna



Jn 12,  24-26

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará’”.


COMENTARIO

Dejar de ser lo que éramos antes de convertirnos o de darnos cuenta de la importancia de la fe que teníamos, es fundamental para poder seguir a Cristo. Morir al pasado y abrir las puertas y ventanas de nuestro corazón para que la luz de Dios entre en él es requisito necesario y obligado que debemos cumplir. Perdemos, así, para ganar lo que de verdad importa.

No debemos, como ya dice Cristo, acumular en este mundo donde la polilla de la mundanidad lo corroe todo. Al contrario, deberíamos tener en cuenta más el valor que tiene para nosotros la vida futura, la eterna, y actuar en consecuencia.

Seguir a Cristo es servir a la Palabra de Dios y tener presente la doctrina que el Mesías enseñó a lo largo de su vida pública tal como la conocemos hoy día. Así se sirve a Jesucristo y así, exactamente así, somos justos herederos del Reino de Dios.



JESÚS, conoces la importancia de seguirte. Y no es por egoísmo tuyo sino porque conoces la voluntad de Dios y quieres que todos nos acojamos a ella y la sigamos. Sin embargo, la fuerza del mundo nos atrae, en demasiadas ocasiones, hacia abajo.




Eleuterio Fernández Guzmán


9 de agosto de 2012

Cristo es la Verdad




Jueves XVIII del tiempo ordinario

Mt 16, 13-23

“En aquellos días, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: ‘¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?’. Ellos dijeron: ‘Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas’. Díceles Él: ‘Y vosotros ¿quién decís que soy yo?’. Simón Pedro contestó: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’. Replicando Jesús le dijo: ‘Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos’. Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo.

Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: ‘¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!’. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ‘¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!’".


COMENTARIO

El interés de Jesús por saber qué piensa la gente de Él es lógico. Quiere saber si van comprendiendo lo que les dice y si su magisterio está siendo aceptado. Y, en general, existe un despiste bastante generalizado y pocos saben Quién, en verdad.

Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, dice la verdad y pone, sobre la realidad que viven, lo que Jesús sabe que necesita que se comprenda: es el Hijo de Dios y por eso deben escucharle. Y, entonces, convierte a Pedro en el primer Papa de la Iglesia católica.

Sin embargo, no está alejado aquel pescador de la maldad del Maligno. No quiere, en verdad, creer que a su Maestro le pase lo que dice que le va a pasar. Se comporta como hombre carnal y no espiritual y eso se lo hace ver Jesús. La Verdad ha de prevalecer.


JESÚS, aunque parece que Pedro sí sabe Quién eres no lo acaba de comprender y se manifiesta como hombre, en exclusiva. Lo mismo nos pasa a nosotros que no acabamos de creer que seas el Envidado de Dios al mundo para que el mundo se salve.




Eleuterio Fernández Guzmán


8 de agosto de 2012

La fe siempre salva




Miércoles XVIII del tiempo ordinario

Mt 15,  21-28

“En aquel tiempo, Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: ‘¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada’. Pero Él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: ‘Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros”. Respondió Él: ‘No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel’. Ella, no obstante, vino a postrarse ante Él y le dijo: ‘¡Señor, socórreme!’. Él respondió: ‘No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos’. ‘Sí, Señor -repuso ella-, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: ‘Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas’. Y desde aquel momento quedó curada su hija."


COMENTARIO

Nunca se dirá suficientes veces la importancia que tiene la fe en la vida de Jesucristo y, sobre todo, lo que era, en aquel entonces, para el Hijo de Dios que alguien manifestara que tenía confianza en Él. En realidad, lo era todo.

Es sabido que el pueblo judío no se llevaba bien con otros pueblos que no lo fueran. Eso podría parecer decisivo para que Cristo hiciera o no a favor de personas que no fueran de su propia espiritualidad. Sin embargo, Jesús, que es Dios hecho hombre, muestra las entrañas de misericordia del Creador y comprende a la perfección que cuando alguien manifiesta fe no puede irse de vacío a su casa.

Cuando se manifiesta aunque sea un mínimo de confianza en Jesús (pero cierta y verdadera) no puede quedar sin recompensa tal forma de ser y de actuar. Eso pasa en el caso de la mujer que pide no para ella sino para una hija que se encuentra endemoniada. Y tal forma de proceder obtiene el favor de Cristo al que conmueve la fe franca de las personas.


JESÚS, cuando alguien manifiesta que, de verdad, tiene confianza en Ti,  no puedes quedarte con los brazos cruzados y con el corazón quieto. Sin embargo, nosotros, aún sabiendo esto, solemos olvidarte en nuestra vida y no decimos lo que creemos si es que, en verdad, lo creemos.




Eleuterio Fernández Guzmán


7 de agosto de 2012

Confiar en Cristo




 
Martes XVIII del tiempo ordinario

Mt 14, 22-36

“En aquellos días, cuando la gente hubo comido, Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.

La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: ‘Es un fantasma’, y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: ‘¡Animo!, que soy yo; no temáis’. Pedro le respondió: ‘Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas’. ‘¡Ven!’, le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: ‘¡Señor, sálvame!’. Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: ‘Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?’. Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: ‘Verdaderamente eres Hijo de Dios’”.

Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados."

COMENTARIO

En muchas ocasiones, a pesar de la fe que decimos tener, nos falla, precisamente, la confianza que debemos tener en Aquel que nos conforta y hacemos como si, en realidad, todo dependiese de nosotros.

Algo parecido le pasó a Pedro que, aún confiando en lo que Cristo le decía, no tuvo la suficiente confianza como para creer, en definitiva, de forma total en Quien tanto le había enseñado. Dudó, en un momento determinado y eso le hizo caer al agua. Pero Jesús sí confió en él y le tendió la mano.

Otros, sin embargo, tenían tanta confianza en Cristo que les bastaba, para sanar, con poder tocar la orla de su manto o, lo que es lo mismo, algo muy pequeño en comparación con Jesús. Ellos sí sabían que Cristo les iba a salvar y no dudaban para nada ante su propia realidad.



JESÚS,  ante las dudas que, muchas veces, nos acechan y que hacen vencer nuestra fe, tan sólo nos queda afianzar nuestra confianza en Ti y en Quien eres. Es una lástima que, a veces, se nos olvide.



Eleuterio Fernández Guzmán


6 de agosto de 2012

Escuchar a Cristo, Hijo de Dios





La Transfiguración del Señor

Mt 17,1-9

“En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: ‘Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’.

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: ‘Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle’. Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: ‘Levantaos, no tengáis miedo’. Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: ‘No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos’".

COMENTARIO

Los hechos puntuales y determinantes son muy importantes en la vida de Jesucristo. Así, su Bautismo, los hechos extraordinarios que lleva a cabo y éste, el de la Transfiguración, hay que destacarlos por ser, teológicamente, decisivos para los discípulos de Cristo.

Dios lo dice con toda claridad refiriéndose a Jesús: es su hijo y, por lo tanto, hay que escucharle. Eso, en general, ha de querer decir que no nos debemos limitar a oírle sino que debemos ir más allá de tal gesto simple y profundizar, en nuestro corazón, aquello que nos dice. 

Como en otras ocasiones, Jesús tranquiliza a los suyos. Humanamente tienen miedo por aquello que no comprenden. Y Cristo, haciendo uso de su amor y misericordia, les avisa de algo que no deben hacer: no decir a nadie aquello que habían visto. ¿Fueron fieles hasta tanto?


JESÚS,  Dios sabe que eres Su Hijo y que, así, debemos tenerlo en cuenta en nuestra vida. Escucharte y hacer, como en una ocasión diría tu Madre, lo que tú digas, ha de ser esencial para nuestra existencia. Sin embargo, muchas veces ni te escuchamos a Ti ni, lo que es más grave, hacemos lo propio con Dios.



Eleuterio Fernández Guzmán


5 de agosto de 2012

Sentido de la Biblia en nuestra vida

 
 




Dice Francisco Varo (1), tomando palabras de Gregorio Magno, que la Biblia es, al fin y al cabo, “una carta de Dios dirigida a su criatura”. Y, por eso mismo, un “mensaje que le hace llegar quien lo conoce bien y lo quiere”.

La Palabra de Dios, contenida en los libros que forman las Sagradas Escrituras, es, pues, para los que nos consideramos hijos del Padre, un instrumento poderoso que, bien conocido y utilizado, fundamenta nuestra propia existencia y da sentido a nuestro caminar hacia el definitivo Reino de Dios.

Supone, por tanto, una especie de asidero al que poder acudir en nuestro quehacer; un, a modo, de piedra angular sobre la que se construye nuestra vida.

Así, seguimos las palabras de San Juan, que, en su Primera Epístola (1, 2-3) dejó escrito que “Os anunciamos la vida eterna: que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros viváis en esta unión nuestra que nos une con el Padre y con su Hijo Jesucristo”.

Por otra parte, el sentido que tiene la Biblia para los cristianos, aquí católicos, lo expresa bien la Constitución Dei Verbum cuando, en su número 13 dice que “Sin mengua de la verdad y de la santidad de Dios, la Sagrada Escritura nos muestra la admirable condescendencia de Dios, ‘para que aprendamos su amor inefable y cómo adapta su lenguaje con providencia solícita por nuestra naturaleza’” (2)

¿Podemos entender, por otra parte, que lo dicho en las Sagradas Escrituras tiene alguna utilidad en un mundo tan alejado de Dios como el que nos ha tocado vivir?

En primer lugar, lo que, en realidad, supone, es una voluntad (en quien se acerca a ellas) de ver transformada su vida. Bien sabemos que, siendo Palabra de Dios está, ahí, puesta, para mostrarnos el camino hacia el Padre y no como una bella forma de decir las cosas.

Tenemos pues, como dice Francisco Varo (en el libro citado supra) “un largo forcejeo íntimo contra sí mismo” que cada cual realizamos cuando, al enfrentarnos con la lectura de la Biblia, vemos que lo que allí se propone dista mucho de nuestra voluntad, muchas veces mundana.

Al transformar nuestro corazón (de uno de piedra, si lo era, a uno de carne) nuestras relaciones con los demás han de cambiar porque bajo el prisma de las Sagradas Escrituras la relación con el otro deviene fraterna y con eso, seguramente, dejaremos de apuntar los errores ajenos en piedra para escribirlos, cribados por la misericordia de tan nuevo corazón, en el agua donde, fácilmente, se borran. Y eso porque habrá perdón.

Por otra parte, ver el mundo a la luz de la Biblia no es, por decirlo así, una manifestación de buenismo ni algo como alejado de la dureza de las cosas sino, al contrario, un afrontar las mismas con el consejo sabio de Cristo y la mano experta y paterna de Dios.

Es, sobre todo, y más que nada, algo eminentemente útil la lectura y comprensión de las Sagradas Escrituras.

A la luz de Dios el encuentro con el Padre en los libros que componen el Antiguo y el Nuevo Testamento, es tan válido para nuestra vida que prescindir de ello no es algo recomendable ni, tampoco, admisible para un cristiano. Agua viva que no podemos dejar de beber.


 
NOTAS


(1) Profesor del Antiguo Testamento en la Universidad de Navarra. Aquí la referencia es al libro “¿Sabes leer la Biblia?”, publicado en la Editorial Planeta.
(2) San Juan Crisóstomo (último entrecomillado), In Gen.3.8.hom 17,1.


Eleuterio Fernández Guzmán


 Publicado en Soto de la Marina 
 

El alma, ciertamente, corrompida de más de uno


Cuando tras cada asesinato de la banda terrorista ETA se ha sucedido la justa repulsa por el mismo y por haber demostrado, una vez más, que hay un grupo de personas que se creen con derecho a disponer de la vida de otros semejantes, hay una realidad que, a lo mejor, no ha sido bien definida y puesta sobre el papel. Y es esto: atentar contra la vida de una persona, arrogándose un inexistente derecho a disponer de ella, es muy propio de seres que, más que humanos, hay que considerarlos alejados de la misma naturaleza que Dios nos dio como especie y, más bien, incluirlos en alguna de las que, como alimañas, pululan por la Tierra.

Son, por decirlo pronto, los sin alma o, como poco, los de alma corrompida.

Es muy conocida la frase de San Agustín según la cual “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti” porque pone, sobre el tapete de la realidad de cada cual, que, el Creador, aún dándonos la vida y haciendo posible, incluso, el perdón del pecado original en el bautismo (o de la forma que Dios quiera en otras manifestaciones religiosas y que, seguramente, ignoramos) nos da la libertad para que, aceptando su voluntad, caminemos hacia su Reino de una forma, digamos, correcta y adecuada.

Muchas veces se argumenta que tal predicación no sirve si no es aceptada por quien la puede recibir. Y eso, en esencia, es cierto, porque entra, de lleno, dentro de la libertad donada por Dios a cada uno de nosotros.
Sin embargo, no es menos cierto que, a pesar de eso, la verdad no deja de ser verdad aunque no la aceptemos porque está ahí y, por decirlo así, permanece sobre nuestros pensamientos y obras.

Por tanto, las personas que, a lo largo de las décadas, han tomado la decisión de decidir sobre la vida ajena de tal forma que, bien tiroteando o poniendo bombas o de la forma que haya sido, han acabado con la de sus semejantes (¡Hijos e hijas de Dios, también!) deben saber que también serán juzgados cuando corresponda y, por la forma que le hayan dado al contenido de su alma, las decisiones tomadas no serán olvidadas.

Seguramente eso les importará muy poco porque, de ser de otra forma, jamás hubieran empuñado el arma que mató a Ignacio ni hubieran puesto los explosivos que tantas vidas han segado, ni, ni ni…

No podemos pensar, por otra parte, que carecen de alma porque, como dice el número 366 del Catecismo de la Iglesia Católica, “La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios”

En eso son iguales a los demás seres humanos: en tener alma, pero no en corromperla que es, por eso mismo de la corrupción, acción propia de cada cual, decisión personal e intransferible.

Y, sin embargo, como fieles de la Iglesia católica también afirmamos, con el Catecismo (el mismo número 366 citado arriba) que el alma “no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final”.

Lo que yo no sé es qué tipo de alma van a presentar algunos cuando les llegue tal momento y ya no tengan remedio sus malas acciones, sus tergiversaciones de la Ley de Dios y, sobre todo, el escaso conocimiento que demuestran de la naturaleza que, con benevolencia, les entregó el Creador.

Y, a pesar de todo lo dicho, les hemos de tener, a los asesinos y a los instigadores de las muertes, bastante pena porque parecen desconocer lo más básico de un comportamiento adecuado y necesitan, seguro, de mucha oración a su favor.

Sin embargo aunque comprendo que resulte difícil dar el paso que hay del odio al perdón tenemos que saber que existe, a pesar de ser, todos, hijos de Dios, una notable diferencia entre quien sabe que matar es pecado y ha de perdonar y quienes, al contrario, ven, en la muerte ajena, un escabel desde donde ver la parte de infierno que han escogido habitar.

Por eso sabemos que Dios existe.


Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Análisis Digital

Cristo es el Pan de vida





Domingo XVIII del tiempo ordinario

Jn 6, 24-35

“En aquel tiempo, cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: ‘Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?’. Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello’.

Ellos le dijeron: ‘¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?’. Jesús les respondió: ‘La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado’. Ellos entonces le dijeron: ‘¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: ‘Pan del cielo les dio a comer’’. Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo’. Entonces le dijeron: ‘Señor, danos siempre de ese pan’. Les dijo Jesús: ‘Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed’”.

COMENTARIO


Muchas personas seguían a Jesús. Unas lo hacían porque habían escuchado lo que decía y les parecía bueno y, además, les enseñaba con la Verdad y no como otros de sus maestros; otras porque habían visto algún milagros de los muchos que hasta entonces había hecho.  Pero cada cual, según su interés, seguían a Cristo.

Alguno, pobre hombre, le pregunta que qué deben hacer para hacer lo mismo que Él hace. Y la respuesta debió sorprenderle bastante porque hacer lo que Dios permite hacer supone, antes que nada, creer en su Enviado o, lo que es lo mismo, en Jesús.

Pero Cristo es, sobre todo, lo que Él mismo dice: el pan de vida. No como el que comieron los israelitas cuando Dios les envió el maná al desierto. Cristo es, en verdad, el alimento que no perece y que sacia el corazón del creyente.  



JESÚS,  sabes que es muy importante que re reconozcamos en el prójimo porque es la manera más correcta de vivir. Sin embargo, muchas veces se nos olvida tan gran verdad.



Eleuterio Fernández Guzmán