26 de mayo de 2012

Ser fiel como Juan





Sábado VII de Pascua

Jn 21, 20-25

“En aquel tiempo, volviéndose Pedro vio que le seguía aquel discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: ‘Señor, ¿quién es el que te va a entregar?’. Viéndole Pedro, dice a Jesús: ‘Señor, y éste, ¿qué?’. Jesús le respondió: ‘Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme’. Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: ‘No morirá’, sino: ‘Si quiero que se quede hasta que yo venga’.

Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran.”

COMENTARIO

El discípulo que es considerado como el más amado por Cristo vivió intensamente la relación con el Maestro. Por eso su Evangelio es tierno y está lleno del gozo de conocer íntimamente al Hijo de Dios.

A lo mejor Pedro podía tener envidia de Juan. Le preocupaba que Jesús tuviera una relación más directa con el discípulo más joven. Sin embargo, Jesucristo sabía que tenía pensadas realidades distintas para uno y otro.

En realidad, Jesús no dijo que Juan no moriría sino que lo tendría siempre a su lado como, en efecto, así fue pues estuvo con Él en el momento crucial de la muerte en cruz y allí mismo le entregó a su Madre para que fuera Madre, también, nuestra.

JESÚS, Juan te amaba de una forma muy especial y, por eso mismo, lo querías siempre a tu lado porque sabías de su fidelidad. Seguro que quieres lo mismo para nosotros aunque, en realidad, no seamos tan fieles como lo fue él.




Eleuterio Fernández Guzmán


25 de mayo de 2012

También hoy es Pentecostés


 




Cuando los Apóstoles recibieron el Espíritu Santo en aquel día de Pentecostés supieron, de inmediato, que tenían una misión que cumplir y que, desde aquel mismo momento, nada iba a ser igual que antes y que sus vidas no serían las mismas.

Recoge el evangelista San Lucas en sus Hechos de los Apóstoles (2, 1-11) cuando escribe que “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía  expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: ‘¿Es que no son galileos todos estos que están hablando?’ Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios.”

Aquel fue un momento muy importante para la Iglesia católica naciente porque suponía el punto de partida desde el cual la Palabra de Dios y el ejemplo del proceder y del hacer de Cristo iban a difundirse por todo el mundo, a todas las gentes. Y lo fue porque, el primer Papa, a la pregunta de qué tenían que hacer para aceptar a Cristo, les dijo a los presentes (Hechos 2, 38-41) “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión  de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y  para  todos’  los que están lejos,  para cuantos llame el Señor  Dios nuestro. Con otras muchas palabras les conjuraba y les exhortaba: ‘Salvaos de esta generación perversa.’ Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas 3.000 almas.”

Pero no se debería creer que el envío del Espíritu Santo fue cosa de aquellas personas que estuvieron en el lugar adecuado y en el momento adecuado. Hoy mismo, Jesús nos envía el mismo Espíritu que llenó de espiritual vida a sus primeros discípulos. Y, sin embargo, con ser muy bueno esto no es menos buena la obligación que se nos impone a cada uno de los creyentes.

Por ejemplo, tenemos sobre nuestro corazón y, así, sobre nuestra vida, un compromiso firme de vivir nuestra fe de una forma completa y no alejada de la voluntad de Dios.

Por ejemplo, nos obliga (obligación gozosa) a mantener la esperanza que todo hijo de Dios nunca debe perder porque, de hacerlo, demostraría que ha dejado de creer en la Providencia del Creador y sería, tal, un pecado, precisamente, contra el Espíritu Santo que es, como sabemos, de los que no se perdona.

Pero también, por ejemplo, a ser fuertes en la adversidad y ante las asechanzas del Mal y del Príncipe de este mundo. El Espíritu lo es de fortaleza y, por lo tanto, la misma es un arma espiritual de la que no podemos ni debemos desprendernos nunca por nuestro propio bien.

Por eso hoy mismo, y mañana y pasado mañana, es, simbólicamente, Pentecostés. Y lo es porque cada uno de nosotros, fieles discípulos de Cristo, recibimos Su Espíritu que nos acompaña siempre y siempre nos auxilia.

En realidad, esto es así porque el Espíritu Santo nos lleva a los creyentes en Dios Todopoderoso y en su Hijo Jesucristo a un encuentro con Cristo, Salvador Nuestro que nos hace hermanos con todas sus consecuencias. Además también posibilita tener una relación profunda en el Emmanuel. Y esto es así porque Jesús, el Mesías enriqueció a la Iglesia católica y la sigue enriqueciendo con sus dones y carismas y los mismos se muestran en multitud de casos más que conocidos, siendo el primero de ellos, precisamente, el Espíritu Santo.

Pentecostés (el primero de ellos fue aquel día después de que hubieran pasado cincuenta días de la resurrección de Cristo) fue esencial para el cristianismo pero el que celebramos, espiritualmente, cada día (como envío y conversión) debería ser fundamental para cada uno de nosotros, herederos de aquellos primeros discípulos y no nos debería hacer olvidar ni quiénes somos ni a qué estamos destinados.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Como Cristo perdona




Viernes VII de Pascua

Jn 21, 15-19

“Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos y comiendo con ellos, dice Jesús a Simón Pedro: Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?’ Le dice él: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero’. Le dice Jesús: ‘Apacienta mis corderos’. Vuelve a decirle por segunda vez: ’Simón de Juan, ¿me amas?’. Le dice él: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero’. Le dice Jesús: ‘Apacienta mis ovejas’.

Le dice por tercera vez: ‘Simón de Juan, ¿me quieres?’. Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: ‘¿Me quieres?’ y le dijo: ‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero’. Le dice Jesús: ‘Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas a donde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras». Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme’”.


COMENTARIO


Jesús había sido traicionado claramente por Pedro cuando, en la noche de su Pasión se cumplió lo que le había profetizado y que era que antes de que cantara el gallo le habría negado tres veces. Aquella mancha quedó muy dentro del corazón de aquel apóstol.

Jesús sabe que perdona a Pedro de todo corazón pero tiene que hacérselo ver para que quite el peso tan grande que tenía prendido en su alma desde que le traicionara. Y le pregunta tres veces, las mismas que le había traicionado, si lo quería. Sabía que sí lo quería pero era el mismo Pedro el que tenía que responder.

No se limita Jesús a perdonarlo sino que le encomienda una labor muy importante como era apacentar a sus ovejas o, lo que es lo mismo, ser el pastor que las conduzca por el camino hacia el definitivo Reino de Dios.



JESÚS, como querías tanto a Pedro le perdonas para que sepa que lo amas. Es lo mismo que haces con nosotros cada vez que pecamos aunque, muchas veces, no queramos darnos cuenta.




Eleuterio Fernández Guzmán


24 de mayo de 2012

Ser uno como Cristo quiere




Jn 17, 20-26

“En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: ‘Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.

‘Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos’".

COMENTARIO

Incluso en el tiempo de Jesús había divisiones entre aquellos que le seguían. El Hijo de Dios no quería que tal cosa sucediera porque la voluntad del Creador es que todos seamos uno.

Jesús no se limitó a transmitir la Palabra de Dios sino que quiso que, en efecto, fuéramos uno como lo eran Él mismo y el Creador. Para eso nos transmite que desde antes de que el mundo fuera creado, desde la misma eternidad, Dios lo amó y que tal Amor es que nos transmite.

Cristo nos transmite el Amor de Dios a cada uno de nosotros. Nos da a conocer que el Padre quiere que no olvidemos que la primera Ley de su Reino es, precisamente, la de la caridad y que debemos ponerla en práctica en nuestra vida ordinaria.


JESÚS, quieres que seamos uno y que no haya separaciones entre nosotros. Sin embargo, cada cual tiene la tendencia de hacer según su parecer espiritual y por eso es tan difícil ser uno.


Eleuterio Fernández Guzmán

23 de mayo de 2012

No somos de este mundo





Miércoles VII de Pascua

Jn 17,11b-19

“En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: ‘Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura.

‘Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad’”.


COMENTARIO

Cristo intercede por nosotros pidiendo a Dios que nos tenga en cuenta. Le pide que seamos uno y que no nos separemos como, por desgracia, sucedía en su tiempo y ahora mismo.

Dice Jesús que no somos de este mundo. Con eso seguramente quería decir que estamos destinados al definitivo Reino de Dios y que quería que todos se convirtieran para poder entregar a su Padre a los que le había puesto bajo su amor y misericordia.

Jesucristo envió, en su tiempo, a sus discípulos, al mundo a predicar y a transmitir el Evangelio, la Buena Noticia según la cual el Reino de Dios había llegado con la venida del Mesías, Hijo de Dios y Ungido por el Padre. Aceptar tal verdad era y es importante para todos nosotros.



JESÚS, sabes que no somos de este mundo pero, también, que aquí vivimos y existimos hasta que seamos llamados a la Casa del Padre. Por eso es triste que en muchas ocasiones muchos de nosotros hagamos como si sólo existiera esta vida y olvidáramos la más importante.




Eleuterio Fernández Guzmán


22 de mayo de 2012

Cristo pide por nosotros







Martes VII de Pascua

Jn 17,1-11a

“En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: ‘Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar.

‘Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado.

‘Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti’”.

COMENTARIO

Jesús sabía que su misión en la tierra estaba a punto de concluir en su vertiente humana y, por eso mismo pide al Padre que tenga en cuenta que ha cumplido su voluntad.

Entiende el Hijo de Dios que ha transmitido lo que debían conocer sus discípulos y que al haber aceptado lo que les decía habían convertido su corazón y estaban preparados para proseguir con la misión que les había encomendado.

Jesús pide por ellos y, así, por todos nosotros. Sabe Cristo que el hombre vive en el mundo aunque no sea del mundo y, así, que debe permanecer en el mundo para glorificar a Dios y cumplir, también, con su particular misión evangelizadora.



JESÚS, cuando vas a subir al Padre y a su Casa a prepararnos las estancias que, luego, recibiremos cuando sea voluntad de Dios, pides a Dios que tenga en cuenta que nosotros nos quedamos en el mundo. Sin embargo, muchas veces, hacemos como si tal realidad no hubiera sucedido nunca.



Eleuterio Fernández Guzmán

21 de mayo de 2012

Recibir la paz de Cristo






Lunes VII de Pascua

Jn 16,29-33

“En aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús: ‘Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios’. Jesús les respondió: ‘¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo’”.

COMENTARIO

Muchos de aquellos que seguían a Jesús necesitaban de algo más que pruebas para creer en lo que decía y, en realidad, para tener bien asentado en su corazón el hecho de que era el Mesías. Al parece habían llegado a creer.

En realidad, Jesús sabía que no tenían tan claro lo que decían porque sabía a la perfección que cuando llegara el momento de la crucifixión y la subsiguiente muerte casi todos huirían y saldrían corriendo.

Sabía Jesús, sin embargo, que no estaba solo porque Dios estaba con Él. También sabía que aunque el mundo creyese que le había vencido era Él quien había resultado vencedor y, por eso mismo, podía dar ánimos a los que le seguían.


JESÚS,  sabes que seremos perseguidos como lo fuiste Tú. Sin embargo, bien nos puedes animar porque sabes que vences a la muerte y al Mal. Sin embargo, en muchas ocasiones parece que no nos importa lo que dices ni lo que has hecho por nosotros.



Eleuterio Fernández Guzmán


20 de mayo de 2012

¿Quién es, qué es, ser santo?


 




De muchas maneras se puede definir la palabra “Santo”. Por ejemplo, es santa aquella persona que ha amado a Dios sobre todas las cosas, cumpliendo, así, su voluntad. Por eso, no sólo lo son las personas que están en los altares porque a nosotros también nos es dado amar al Padre y podemos llamarnos, así, santos.

Por tanto, por la forma del amor, a nadie le está vedado ser santo sino, al contrario, favorecida tal posibilidad porque depende de nuestra voluntad cumplir tal mandamiento divino.

Así, sabemos cómo se puede ser santo y, entonces, quién puede serlo.

Por eso, ante la situación de la fe por la que pasa nuestra sociedad, bien podemos exclamar, con San Josemaría, lo que éste dice en el nº 301 de su libro “Camino”: “Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos.  —Dios quiere un puñado de hombres "suyos" en cada actividad humana. —Después... "pax Christi in regno Christi" —la paz de Cristo en el reino de Cristo”.

Por su parte, Benedicto XVI, al referirse al día de Todos los Santos, en 2007, dice que el cristiano “ya es santo, pues el Bautismo le une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo tiene que llegar a ser santo, conformándose con Él cada vez más íntimamente”. Entonces “A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, ¡llegar a ser santo es la tarea de cada cristiano, es más podríamos decir, de cada hombre!”

Realidad de Cristo es que los hijos de Dios formamos parte del Cuerpo de Aquel (imagen, ésta, dotada de mucha fuerza, porque representa todo el depósito de la fe en la que vivimos y existimos)
Por tanto, la santidad está destinada a todos.

Santidad actual

Dice el evangelista Mateo, o recoge, una expresión de Jesucristo que centra, muy bien, la cuestión de la santidad hoy día porque supone, en realidad, un buen punto de partida: “sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48) que es, más exactamente, una parte de lo que sigue al Sermón del Monte en el que predicó acerca de las Bienaventuranzas.

Hay que ser, pues, perfectos, aunque sabemos que no es, tal realidad espiritual, nada fácil de conseguir. Por eso, vale la pena recordar lo que en el Génesis (17, 1) dice Dios: “Anda en mi presencia y sé perfecto” porque, al menos, nos dice que hemos de tener presente, siempre, a Dios en nuestra vida y tal presencia la hemos de transformar en fruto para que pueda decirse de nosotros lo que San Josemaría dice y que no es otra cosa que “Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo” (número 2 de “Camino”)

Pero, para que tengamos conciencia de lo que la santidad supone, el Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium (11) dejó dicho que “Todos los fieles, cualesquiera que sean su estado y condición, están llamados por Dios, cada uno en su camino, a la perfección de la santidad, para lo que el mismo Padre es perfecto”. Entonces, “A todos los cristianos nos pertenece, por propia vocación, buscar el reino de Dios, tratado y ordenado según Dios los asuntos temporales” (Ibídem, 31)

Por tanto, además, de tener a Dios en nuestras vidas, hemos de llevar a la práctica lo que el Concilio Vaticano II llama “asuntos temporales” es decir, aquellos que corresponden a nuestras vidas mientras peregrinamos por el mundo hacia el definitivo reino de Dios.
Ordenar la vida según Dios es lo que, fundamentalmente, nos acerca a la santidad, lo que nos procura el Amor del Padre y lo que, al fin  y al cabo, nos hace santos.

Vemos, pues, que todos los santos que en el cielo no son todos los santos que en el mundo hubo sino una porción de las personas a las que se les reconoció, y se reconoce, el cumplimiento de la perfección citada supra.

Y, sobre todo esto dicho, las Sagradas Escrituras dice esto tan importante:

“Sed santos para mí, porque yo, Dios, soy santo, y os he separado de las gentes para que seáis míos”, en Lev 20:26.

“Pero el que guarda sus palabras, en ese la caridad de Dios es verdaderamente perfecto. En esto conocemos que estamos en Él”, en 1Jn 2, 5.

“Por cuanto que en Él  nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad”, en Ef 1, 4.

Por eso, porque fuimos elegidos desde la misma eternidad, merece Dios la santidad que nos reclama pero no como deuda sino como pura devoción y amor.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Cristo ascendió al definitivo Reino de Dios




Ascensión del Señor

Mc 16, 15-20

“En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: ‘Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».

Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.”

COMENTARIO

Antes de acudir, hasta su próxima venida en la Parusía, al Padre, Jesús, deja un mensaje y una voluntad a aquellos que, en ese momento, lo ven y escuchan. Tanto una cosa como otra será fundamental para la transmisión de la Palabra de Jesús.


El proceso es el siguiente: creer, bautizarse, salvarse. No es esto nada baladí ni carente de importancia. En primer lugar se hacía, y hace, necesario, en personas adultas o ya con suficiente uso de razón, el creer, a los que están alejados de Dios por la causa que sea. Luego, confirma esa aceptación de su voluntad con el bautismo para conseguir salvarse en tanto en cuanto se practique la voluntad de quien envió a Jesús.

La salvación, pues, es trasunto de un hacer y no gratuidad sólo. A la gratuidad, que sólo tiene Dios, cabe añadir un comportarse, un hacer, un ser.


JESÚS,  cuando asciendes a los cielos dejas a tus discípulos una misión importante: ayudar a que se conviertan y se salven quien crea en Ti. Nosotros, sin embargo, en demasiadas ocasiones, nuestra confesión de fe no es demasiado real ni verdadera.



Eleuterio Fernández Guzmán