31 de marzo de 2012

Perseguir a Jesús con lo que hacemos





Sábado V de Cuaresma

Jn 11, 45-56

“En aquel tiempo, muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en Él. Pero algunos de ellos fueron donde los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: ‘¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en Él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación’. Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: ‘Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación’. Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación —y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos—. Desde este día, decidieron darle muerte.

Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino que se retiró de allí a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efraim, y allí residía con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua de los judíos, y muchos del país habían subido a Jerusalén, antes de la Pascua para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros estando en el Templo: ‘¿Qué os parece? ¿Que no vendrá a la fiesta?’. Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes de que, si alguno sabía dónde estaba, lo notificara para detenerle.

COMENTARIO

La conjura para matar a Jesús se estaba urdiendo entre aquellos que eran considerados sabios y se presentaban, al pueblo elegido, como los más poderosos de entre los suyos. Maquinaban perseguirlo y no acertaban, exactamente, a saber cómo.

Podría pensarse que Jesús tenía miedo a ser apresado. Sin embargo, aún no había terminado su labor predicadora y de enseñanza a sus discípulos más allegados. Se retira, por eso mismo, lejos de Jerusalén y allí continúa con la labor encomendada por Dios.

Muchos se preguntaban si Jesús acudiría a celebrar la Pascua a la capital de Israel. No creían que, sabiendo cómo estaba la situación en su contra, lo hiciera pero es que, en realidad, ignoraban que la voluntad de Dios tenía que ser cumplida.


JESÚS, urden tu muerte pero no te arredras ni te echas para atrás. Es más, continúas con tu misión cumpliendo, palabra por palabra, la voluntad de tu Padre. Nosotros, sin embargo, ¡cuántas veces nos echamos atrás!




Eleuterio Fernández Guzmán


30 de marzo de 2012

Cree en Jesucristo




Viernes V de Cuaresma

Jn 10, 31-42

“En aquel tiempo, los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: ‘Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?’. Le respondieron los judíos: ‘No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios’. Jesús les respondió: ‘¿No está escrito en vuestra Ley: ‘Yo he dicho: dioses sois’? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura— a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre’. Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron donde Él y decían: ‘Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad’. Y muchos allí creyeron en Él.

COMENTARIO

Muchos de los contemporáneos de Jesús tenían la manía de querer apedrearlo. Por una cosa o por otra siempre tenían las piedras preparadas para enviarlo al otro mundo antes de tiempo. Que si decía que era Hijo de Dios, que si hacía tales o cuales cosas…

Jesús sabe que, como Hijo de Dios, es el Creador el que lo ha enviado. Trata, por eso mismo, de que comprendan que no está ni medio bien que vayan dudando acerca de lo que dice porque es muy importante que hace las obras que hace y dice lo que dice en nombre de Dios.

Muchos, sin embargo, sí le creyeron. Llegaron a sus corazones las palabras que Cristo decía y, en efecto, vieron en las mismas un mensaje de Dios que no podían dejar de seguir. Aquellos, entonces, se salvaron.



JESÚS, muchos quieren apedrearte porque no creen que lo que dices sea cierto. Ni creen que seas Hijo de Dios ni, tampoco, que puedas decir ciertas cosas que están, ellos creen, contra su pensar espiritual. Sin embargo, otros sí creen en Ti. De tales personas deberíamos tomar ejemplo.



Eleuterio Fernández Guzmán

29 de marzo de 2012

Mirar al futuro con esperanza







Ciertamente, si miramos a nuestro alrededor, como creyentes en ejercicio, como personas que nos sentimos afectadas por lo que pasa en el mundo y, mucho más cerca, por lo que sucede en España, patria nuestra, nos podemos sentir, ciertamente, preocupados por lo que ocurre y por lo que pasa.

Ciertamente, si nos dejamos llevar por la molicie y la tranquilidad de espíritu o si nos vemos dominados por ese comportamiento light que consiste en creer que todo es bueno para evitar, así, la colisión con otros o, simplemente, vivir mejor, seguramente creeremos vivir en el mejor de los mundos, satisfechas nuestras necesidades básicas y disfrutando, digamos, de un presente no exento de fruto y futuro.

Ciertamente, si somos de ese pensar tibio que consiste en menospreciar lo que es nuestro: nuestro pensamiento, nuestros valores, nuestras tradiciones morales, nuestro milenario pasado de fe... entonces, si somos de esos que entregamos a los que con gusto enterrarían, bajo cuatro candados, todo eso que es nuestro para que nunca más, por los siglos de los siglos, volviera a surgir socialmente este tipo de ser, entonces, digo, podemos estar contentos porque nuestra conciencia, o lo que quede de ella, no sufrirá lo más mínimo.

Ciertamente, si somos así, como antes ha quedado descrito, de esa forma de ser tan, digamos, moderna y progre, seguramente llegaremos lejos en este mundo que nos tienen preparado, y que viene ya, donde tiramos a la basura de nuestro pensamiento las mejores formas de ser y pasamos a ansiar por sobre todas las cosas bienes y lugares donde reposar nuestra pérdida.

Sin embargo, si no somos así ni disfrutamos de la materia como si sólo fuéramos mundanos (a pesar de estar en el mundo) ni, por otra parte, queremos que se nos arrebate lo que es, legítimamente, nuestro, por poseerlo como donación de Dios, entonces hemos de echar mano de una virtud, a veces arrinconada, para cuando nada es posible salvar ya: la Esperanza (con mayúscula), sin la cual el cristiano deja de ser cristiano porque ha perdido la fe en la Providencia del Creador.

Como parece que estamos retrocediendo, los católicos, en la estima del poder y como, al parecer, nos quieren arrinconar bien en la sacristía bien en la alcoba, pues quizá deberíamos reaccionar de alguna manera, haciendo valer esa virtud de la que hablamos y no dejándonos dominar por quien quiere mantener una apariencia de fe sin, en el fondo, tenerla.

Deberíamos, estamos obligados a, tener la esperanza de que el corazón no se nos haya corroído y se haya ido, por sus huecos, la creencia en la misericordia de Dios porque podamos pensar que no nos es necesario cuando, al contrario, estamos más necesitados de Él que de otra cosa y que nunca.

Deberíamos, estamos obligados a, tener la esperanza de que nuestra bondad no se hubiera dejado mancillar por los egoísmos que nos proporcionan, desde instancias bien determinadas, para acortar nuestro deseo y proporcionar todo a nuestra ansia.

Deberíamos, estamos obligados a, tener la esperanza de que todo puede cambiar, que podemos cambiarlo, que, como dice la oración, hemos de ser capaces de tener valor de cambiar lo que podamos, y que eso sólo es posible desde dentro, desde el corazón que es de donde salen las obras y no sólo un músculo que bombea.

Deberíamos, estamos obligados a, tener la esperanza de que, a pesar de las asechanzas que desde el poder nos acometen con ánimos viles, a pesar de la ingratitud ciega que muestra, seremos capaces de resistir su empuje, que no nos dejaremos vencer tan fácilmente pues también podemos pasar nuestro calvario y cargar con esa cruz que es la nuestra. Esa es la nuestra.

Deberíamos, estamos obligados a, tener la esperanza que, a veces, olvidamos porque es más cómodo, ciertamente, ejercer de bueno cuando en realidad se ha hecho el tonto, de verdad, por vender tan barata nuestra dignidad de hijos de Dios.

Deberíamos, estamos obligados a, tener la esperanza, por último, de no aceptar los parabienes de los panegiristas del olvido, tan buenos ellos que, si nos descuidamos, nos robarán hasta el último ápice de virtud que tengamos.

Deberíamos, estamos obligados a, tener la esperanza de mirar, así, al futuro, con eso mismo, ejercitando esa virtud, dando la oportunidad de manifestarse a la que es tan zaherida y maltratada.

Al menos porque, quizá, sea lo único que nos quede.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Guardar la Palabra de Dios es vivir para siempre




Jueves V de Cuaresma

Jn 8, 51-59

“En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: ‘En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás’. Le dijeron los judíos: ‘Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: ‘Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás’. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?’. Jesús respondió: ‘Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: ‘Él es nuestro Dios’, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró’. Entonces los judíos le dijeron: ‘¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?’. Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy’. Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.

COMENTARIO

Guardar su Palabra. Jesús dice, entonces y ahora, que hay algo que es muy importante. Cuando habla no lo hace un ser humano cualquiera sino Dios mismo hecho hombre y, en todo caso, en Ungido y Enviado de Dios.

Escuchar a Cristo y hacer como si nada se hubiese escuchado es algo que era de esperar en personas que no creían en aquel hombre que decía y predicaba como hasta entonces nadie lo había hecho y al que muchos reconocían una especial autoridad. Escucharle y hacer según decía era lo recomendable.

Muchos de los que escuchaban a Jesús no entendían que había venido de al lado del Padre Dios y que, por eso mismo, todo lo había visto y todo lo sabía y entendía. Si hubiesen sido capaces de dar con tal Verdad no lo hubieran perseguido a muerte. Pero ellos estaban a otras cosas…



JESÚS, por mucho que les decías que debían escucharte y, sobre todo, guardar (tenerla como propia) tu Palabra no había muchos que te escucharan de verdad y sintiesen en su corazón que algo les había llenado de Dios. Nosotros, muchas veces, somos como aquellos que te perseguían y lo hacemos ignorándote o dejándote de lado.

Eleuterio Fernández Guzmán

28 de marzo de 2012

Cuando Cristo impera







“En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. No tengo por inútil la gracia de Dios, pues si por la ley se obtuviera la justificación, entonces hubiese muerto  Cristo en vano.”

San Pablo reconoce muchas cosas en este texto que envía a los Gálatas (2, 19-21) y lo que reconoce no es cosa que le correspondiera a él solo entender sino que, a modo de extensión a todos los hermanos en la fe, nos corresponde a cada uno de nosotros tener en cuenta.

Y, como para que no quede nada en duda y todo nos sea limpio y fácilmente entendible, en otra Epístola, ahora a los de Éfeso (4, 17-24) concreta lo que significa que Cristo impera en nosotros o que, en todo caso, debería imperar:

“Os digo, pues, esto y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente,   sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su cabeza  los cuales, habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas. Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús      a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las  concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad.”

Pablo, aquel que perseguía a los discípulos de Cristo y que sostuvo las vestimentas de aquellos que lapidaban al protomártir Esteban, comprendió a la perfección lo que suponía tener a Cristo como a Alguien fundamental en su vida y cómo debía conducir la misma por el camino recto hacia el definitivo Reino de Dios.

No vivir como el mundo vive y no ser mundanos.

Desprenderse del hombre viejo y tener un corazón nuevo, un vino nuevo en odre nuevo.

Tener a la Verdad como guía de nuestra vida.

Tales, digamos, condiciones, establece San Pablo a cerca del imperio de Cristo en nuestro ser y estar. No es poco lo que nos pide porque para vivir en el mundo sin ser mundano se requiere un comportamiento espiritual y no carnal de poca importancia y porque dejar de ser como se era para tener un corazón blando y de carne y no de piedra tampoco es realidad fácil. Sin embargo, Dios no nos pide cosas que no podamos alcanzar o que no podamos llegar a sentir como buenas y benéficas para nuestra existencia.

Por eso, cuando Cristo impera en nuestra vida muchas malas cosas desaparecen como, por ejemplo,

El odio
La rabia
La desesperanza
La falta de humildad
La falta de mansedumbre
La falta de conciencia ante el pecado
El olvido del prójimo
El no amor
La desazón
La tristeza
La falta de luz

Nos conviene, también egoístamente, que Cristo impere en nuestra vida para que la misma pueda ser digna de ser llamada propia de un hijo de Dios y de alguien que, como diría San Josemaría, ha leído la vida de Jesucristo (cf. Camino, 2) y que la misma no se ha quedado en mera lectura pues ya dijo Cristo aquello de que era importante guardar su Palabra (cf. Jn 8, 51) pero no para esconderla sino para protegerla en nuestro corazón y que, desde él saliese por la boca, por las manos y por nuestro hacer y decir.

Que Cristo impere en nuestra vida y que tal vida sea, para siempre, de Dios.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Conocer la Verdad



Miércoles V de Cuaresma



Jn 8, 31-42

“En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: ‘Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’. Ellos le respondieron: ‘Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?’. Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre’.

Ellos le respondieron: ‘Nuestro padre es Abraham’. Jesús les dice: ‘Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre’. Ellos le dijeron: ‘Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios’. Jesús les respondió: ‘Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado’.

COMENTARIO

Jesús es la Palabra y, por eso mismo, ha de ser escuchada si es que queremos salvarnos. El Hijo de Dios insiste muchas veces sobre tal realidad porque es fácil entender que quiere que se salven todos aquellos que le escuchen o que tengan conocimiento de su existencia.

En este texto Jesús dice mucho e importante. Que ha sido enviado por Dios y que, por lo tanto, es el Mesías esperado por el pueblo de Israel; que, como son linaje de Abraham debe reconocerlo como Quien es o que, también, no pueden querer matarlo si se consideran hijos de Dios.

Jesús sabe que lo que dice a muchas personas no gusta y que, por eso mismo, no van a salvarse. Prefieren el mundo y no el espíritu; la mundanidad y no la verdadera y única Palabra de Dios que es Cristo.


JESÚS, muchas veces pones sobre la mesa una verdad muy importante y muy grande: eres el Enviado de Dios, el Ungido y, por eso mismo, es necesario escucharte y llevar lo que dices a nuestras vidas. ¿Cuántas veces haremos nosotros lo mismo?




Eleuterio Fernández Guzmán


27 de marzo de 2012

Reconocer a Cristo


Martes V de Cuaresma

Jn 8, 21-30

“En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos:’Yo me voy y vosotros me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado. Adonde yo voy, vosotros no podéis ir’. Los judíos se decían: ‘¿Es que se va a suicidar, pues dice: ‘Adonde yo voy, vosotros no podéis ir’?’. El les decía: ‘Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados’.

Entonces le decían: ‘¿Quién eres tú?’. Jesús les respondió: ‘Desde el principio, lo que os estoy diciendo. Mucho podría hablar de vosotros y juzgar, pero el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a Él es lo que hablo al mundo’. No comprendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: ‘Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo. Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él’. Al hablar así, muchos creyeron en Él.



COMENTARIO

Aunque Jesús hablaba con bastante claridad, muchos de los que lo escuchaban tenían tapado el oído del corazón y no les llegaba nada de la gracia que emanaba el Maestro. No comprendían porque no querían comprender lo que les decía.

Jesús era el Enviado de Dios, el Ungido, y eso lo demostró sobradamente con actos y palabras a lo largo de su, llamada, vida pública. Era del cielo y aquellos otros, no queriendo escuchar nada, eran de la tierra, mundanos, y eso les tenía embotados muchos sentidos.

Dios nunca abandonó a Jesús durante su estancia entre los hombres. Eso bien lo sabe el Mesías pues era Dios hecho hombre. Pero aquellos que le escuchaban no entendían muchas cosas de las que les decía. Incluso les dice de la muerte que tiene que morir. Muchos, sin embargo, sí le creyeron.


JESÚS, tratas de hacer entender a los que te escuchan que les sería conveniente aceptarte como el Hijo de Dios. Aprenderían, así, de qué lado debían estar y no desparramar por no recoger con Él que es lo que, muchas veces, hacemos nosotros.




Eleuterio Fernández Guzmán


26 de marzo de 2012

Tirar la primera piedra





Lunes V (A y B) de Cuaresma

Jn 8,1-11

"En aquel tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles.

Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: ‘Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?’ Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: ‘aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra’ E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.

Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: ‘Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?’. Ella respondió: ‘Nadie, Señor’. Jesús le dijo: ‘Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más’.

COMENTARIO

Cumplir la Ley de Dios es lo más recomendable para alguien que se sepa hijo suyo. Por eso era de esperar que los miembros del pueblo elegido hicieran lo propio con la misma. Y eso es lo que pretenden hacer con la mujer que consideran adúltera.

Jesús dijo que no había venido a abolir la Ley sino a que se cumpliera en su totalidad. Por encima de lo que pueda suponer la infracción de un precepto legal existe una ley mayor: la del amor y la de la misericordia. No quisieron aplicarla con aquella mujer sino que querían ser implacables.

Era sencillo decir que lapidaran a quien creían que tenían derecho a lapidar. Era, sin embargo, muy difícil decir lo que dijo Jesús: quien esté limpio de pecado que tire la primera piedra. Y, en efecto, se fueron primero las personas mayores porque habían pecado más que las más jóvenes.


JESÚS,  a pesar de saber que aquella mujer era pecadora no dudaste ni por un segundo en perdonarla y en hacer ver a los demás que lo que querían hacer no podía ser la voluntad de Dios. Decirle que se fuera pero que no pecara más era lo que se esperaba del Hijo del Hombre: perdonar para que rectifique el perdonado.



Eleuterio Fernández Guzmán


25 de marzo de 2012

Nos conviene seguir a Cristo


Domingo V (B) de Cuaresma

Jn 12,20-33

“En aquel tiempo, había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta. Éstos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: ‘Señor, queremos ver a Jesús’. Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Él les respondió: ‘Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.

‘Ahora mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre’. Vino entonces una voz del cielo: ‘Le he glorificado y de nuevo le glorificaré’. La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno. Otros decían: ‘Le ha hablado un ángel’. Jesús respondió: ‘No ha venido esta voz por mí, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí’. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir.

COMENTARIO

Aunque los más poderosos no querían a Jesús ni admitían lo que decía, había otras personas que querían verle. Cuando conocen a Jesús empieza a enseñarles con algo que es muy importante: para dar fruto hay que morir a uno mismo y dejar de ser como se era.

Amar la vida de forma egoísta y no entregarla por Cristo es no ganarse la vida eterna. Jesús sabe que es muy importante creer en Él y por eso les dice que deben seguirlo para servirlo a Él y, así, al prójimo.
Dios glorifica a Su Hijo y Jesús, por eso mismo, avisa sobre lo que está, entonces, ahora mismo, pasando: el Mal será expulsado del mundo y será Dios el que venza en la batalla contra Satanás. Por eso mismo hay que seguir a Cristo, vencedor contra quien domina, para mal, el corazón del hombre.


JESÚS,  sabes que nos conviene seguirte y, por eso mismo, dices Verdad y sólo la Verdad. Ir tras ti es estar con Dios y estar con Quien nos conviene estar. Nosotros, sin embargo, en demasiadas ocasiones preferimos al mundo y nos perdemos en él.




Eleuterio Fernández Guzmán