10 de marzo de 2012

Saber ser hijo




Sábado II de Cuaresma


Lc 15,1-3.11-32

“En aquel tiempo, viendo que todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola. ‘Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre.

‘Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.

‘Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’ Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’”.

COMENTARIO


La parábola del hijo pródigo tiene mucho de bueno para comprender cómo nos comportamos los hijos de Dios con nuestro Padre y cómo, sobre todo, no debemos comportarnos porque, en nuestra libertad, todo puede ser llevado a cabo.

El hijo pródigo que se fue volvió por egoísmo porque no se encontraba bien allí donde, en tierra extraña, pasaba hambre. Actuaba para sí mismo aunque revistiera su actuación de amor por su padre y con un sentimiento de haber pecado contra Dios.

El hijo que se quedó con su padre no amaba a su hermano y, tampoco, a su padre. Aunque parecía amar a ambos sentía algo de inquina contra su hermano y, en el fondo, a su padre no amaba porque no comprendía que pudiera amar tanto al hermano que se fue.



JESÚS, los dos hijos de aquel padre andaban algo desencaminados porque tenían una relación poco amorosa con el padre. Cada cual por sus propios egoísmos tenían, por su padre, una relación que distaba mucho de lo que Dios quería que tuvieran que es, exactamente, lo mismo que nos pasa a nosotros en muchas ocasiones.




Eleuterio Fernández Guzmán


9 de marzo de 2012

Cristo, piedra angular e hijo del Padre


Viernes II de Cuaresma

Mt 21,33-43.45-46

“En aquel tiempo, Jesús dijo a los grandes sacerdotes y a los notables del pueblo: ‘Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia’. Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?’.

Dícenle: ‘A esos miserables les dará una muerte miserable y arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: ‘¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo: se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos’.

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que estaba refiriéndose a ellos. Y trataban de detenerle, pero tuvieron miedo a la gente porque le tenían por profeta.”


COMENTARIO


Jesús conocía a la perfección el destino que tenía que sufrir. La muerte que le iba a ser infringida por los sabios de su tiempo la advierte de muchas formas. Parábolas como la del dueño de la viña trataban de hacerse comprender por aquellos a los que estaba destinada.

A lo largo de los siglos, Dios había enviado a sus profetas a que advirtieran al pueblo elegido que no iba por buen camino y que debían mudar, cambiar, su forma de ser. Pero, poco a poco, los fueron matando porque no eran portadores de buenas noticias y eso no gustaba a los poderosos.

Ahora había venido Jesús, a quien se refería Cristo al hacer lo propio con el hijo de la viña al que matan, al ser enviado por su padre, a resolver determinado asunto. Por eso aquellos que lo escuchaban sabían que se refería a sus propias personas y eso no les gustaba nada de nada.



JESÚS, ibas a morir pero estabas advirtiendo de que eras la piedra angular que, por mucho que la desechen los arquitectos siempre será sobre la que se construya la casa y sobre la que todo lo demás vaya en consonancia.




Eleuterio Fernández Guzmán


8 de marzo de 2012

Ser Lázaro o Epulón



Jueves II de Cuaresma


Lc 16, 19-31

“En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: ‘Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y un pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.

‘Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’.

‘Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Díjole Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan’. Él dijo: ‘No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’. Le contestó: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite’’”.


COMENTARIO

Los que nos consideramos creyentes en Dios Único y Omnipotente tenemos la posibilidad, en determinadas ocasiones, de escoger entre una opción y otra. Aquí se nos plantea el caso de Lázaro, pobre y Epulón, rico.

En nuestra libertad podemos no prestar atención a los que necesitan nuestra ayuda. Puede tratarse de una que lo sea económica o de simple compañía y comprensión pues son muchas las necesidades que el prójimo puede tener. Seremos, entonces, como los que han atendido a Cristo mismo.

También podemos ser como quien no presta atención a quien lo necesita y camina por la vida de forma egoísta. Seremos, entonces, como aquel rico que nada hacía por el pobre Lázaro. Debemos saber que, en tal caso, en esta vida ya hemos sido pagados y que en la que lo será eterna no nos espera nada bueno. No hemos sido misericordiosos.


JESÚS, tenías en cuenta las necesidades de aquellos que te necesitaban. Por eso siempre enseñaste que quien nos busca por la razón que sea ha de ser atendido aunque eso nos cueste tiempo e, incluso, dinero. Manifestar amor por el prójimo es deber inexcusable de quien se dice hijo de Dios.




Eleuterio Fernández Guzmán


7 de marzo de 2012

Ser servidor del prójimo



Miércoles II de Cuaresma

Mt 20, 17-28

“En aquel tiempo, cuando Jesús iba subiendo a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y les dijo por el camino: ‘Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de Él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará’».

Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: ‘¿Qué quieres?’. Dícele ella: ‘Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino’. Replicó Jesús: ‘No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?’. Dícenle: ‘Sí, podemos’. Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre’.

Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: ‘Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos’.

COMENTARIO

Es humanamente esperable que queramos ser los primeros o, en todo caso, estar junto a quien lo sea porque el prestigio que tal situación puede darnos es, socialmente, muy importante. Eso era lo que quería la madre de Juan y Santiago, hijos de Zebedeo.

Jesús, en la seguridad de saber qué va a pasar pregunta si es que ellos van a bebe el cáliz de la muerte como Él lo beberá. Dicen que sí porque, en efecto, así iba a ser. Sin embargo, ni siquiera en tal caso correspondía a Jesús decir nada al respecto de quién se situaría a su lado en el definitivo Reino de  Dios.

A pesar de eso, es bien cierto que había algo que debían aprender y que era primordial en su relación con Dios: servir, el servicio, estar a disposición de los demás. Y se pone Él como ejemplo de quien ha venido a servir y no a ser servido.



JESÚS, enseñabas a tus más cercanos discípulos que el servicio era importante. Tú lo practicabas con ellos y con todos y, por eso mismo, esperabas de ellos un comportamiento similar porque si bien cierto es que el discípulo no puede ser más que el maestro no es poco cierto que, al menos, puede intentar ser igual.  



Eleuterio Fernández Guzmán

6 de marzo de 2012

Ser sal y ser luz

Eleuterio Fernández Guzmán







Ya el mismo Jesús nos pidió algo así como que fuéramos sal y luz (cf. Mt 5, 13-14). En el mundo quería que diésemos sabor y que iluminásemos porque para eso había enseñado a serlo y a hacerlo. No se limitó, sin embargo, a decir que lo éramos sino que de no serlo no serviríamos, espiritualmente, para nada.
Conviene, pues, ser sal ser luz porque, de otra manera, «si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres» (Mt 5, 13) y, además, no debemos olvidar que «No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte» (Mt 5, 14).

Ser sal

La sal, como especia, sirve para dar sabor a los alimentos. Y, aunque en exceso tampoco es recomendable no es menos cierto que sin ella lo que debería ser de aceptable sabor no deja de ser algo poco comestible o, en todo caso, comestible por obligación y por conciencia de lo que pasa en el mundo.
Algo así pasa con la sal espiritual que no es menos importante que la otra, la física, y que nos sirve a los discípulos de Cristo para confirmar que, en efecto, lo somos.
Ser sal, en el mundo que nos ha tocado vivir, es llevar a cabo la misión que tenemos encomendada por Jesús, haciendo lo posible para que la Sabiduría de Dios sea conocida y amada.
En realidad, la sal parece que ha desaparecido en cuanto sabor de los valores eternos que nos conforman como hijos de Dios. Así, la insipidez en tal aspecto debemos procurar sanarla siendo, precisamente, sal de la tierra que la espiritualidad llene los espacios vacíos de la misma y se posesione de los corazones que tan inhóspitos parece que se muestren a la misma. Y, como según dice el número 36 del Decreto Ad Gentes (a la sazón sobre la actividad misionera de la Iglesia) «Todos los fieles, como miembros de Cristo viviente, incorporados y asemejados a El por el bautismo, por la confirmación y por la Eucaristía, tienen el deber de cooperar a la expansión y dilatación de su Cuerpo para llevarlo cuanto antes a la plenitud (Cf. Ef., 4,13)», tal es la situación ante la que nos encontramos.
Ser sal, entonces, es ser portadores de la Palabra de Dios en tanto obligación y en cuanto devoción que hemos de tener como descendientes del Padre porque como bien dice más adelante «Por lo cual todos los hijos de la Iglesia han de tener viva conciencia de su responsabilidad para con el mundo, han de fomentar en sí mismos el espíritu verdaderamente católico y consagrar sus fuerzas a la obra de la evangelización».
Y eso sin olvidar la necesaria evangelización interior, de cada uno de nosotros que necesita, así, de la misma para ser sal.

Ser luz

«Yo soy la luz del mundo». Esto, que recoge el evangelio de san Juan en 8, 12, nos muestra hacia dónde debemos mirar y en quién nos tenemos que fijar a la hora de llevar un comportamiento del que pueda predicarse que es manifestación de un discípulo de Cristo.
La luz sirve, por ejemplo, para iluminar una estancia oscura. Pero también la podemos utilizar para poder caminar por una senda en la que está ausente la iluminación. Pues eso es lo que debemos ser en el y para el mundo: luz que permita que quienes están a oscuras puedan ver y que quienes no sean capaces de caminar ahora en el Reino de Dios que trajo Jesucristo y luego hacia el definitivo Reino de Dios, puedan hacerlo.
Así, la luz es, por una parte, la fe que tenemos y que decimos profesar y es la que tenemos que transmitir y difundir; la luz es, también el amor que debe presidir nuestras actuaciones como virtud primera y como ley esencial del Reino de Dios; la luz es la Verdad que debemos abrazar y debemos, porque es lo que nos importa, decirlo bien alto sin menoscabar nuestros pronunciamientos al respecto por el respeto humano, por el miedo o por las razones que podamos aportar en defensa de lo indefendible.
Al contrario, las tinieblas, por ausencia de luz, es tanto la hipocresía como la mentira, el odio, la incredulidad y, además (por eso mismo) no tener abierto el corazón a Cristo y no aceptarlo. Tal es la oscuridad y la misma es la que debemos, obligación grave es, mitigar con nuestra luz porque somos luz que ha de iluminar el mundo y, en el mundo, a las criaturas que en él habitan y que, siendo seres humanos, han de tender a Dios y buscar a su Creador sin el cual ni se entienden ni son nada.
De todas formas, no hace falta que busquemos imaginativamente apoyos a esto dicho aquí. Muy cerca de nosotros, en las Sagradas Escrituras encontramos razones más que suficientes. Así, el Salmo 111 dice, por ejemplo, que el «El justo brilla como una luz en las tinieblas». Seamos, pues, justos, para reflejar la luz de Dios y hacer, de nuestras vidas, aunque sea un ligero ejemplo de la Cristo Nuestro Señor.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en ConoZE

Contemplar a Dios







Los hermanos y hermanas en la fe que, desde la consagración que escogieron para su vida contemplan a Dios y, entonces, a su creación, tienen el inmenso gozo de llevar a cabo una labor que eligieron voluntariamente y a la que se entregan, nunca mejor dicho, en cuerpo y alma.

Entendemos, por contemplar, desde un punto de vista religioso, el hecho mismo de ocuparse de Dios pensando en Él y tener en cuenta los atributos divinos y los misterios de la religión. Por eso no puede corresponder, únicamente, a las personas entregadas la vida de contemplación, por decirlo así, llevada a cabo en lugares concretos y determinados, el mismo hecho de contemplar.

Por eso nos corresponde, a cada uno de los cristianos, aquí católicos, ejercer de contemplativos en el mundo y con el mundo.

Contemplar para creer, tener fe y sentirnos hijos de Dios

Esencial para nuestra vida de creyentes, la contemplación nos ayuda a reconocernos en el mundo porque nos sirve como medio de comprensión del mismo.

Creemos porque, al contemplar la gloria de Dios, nos confirmamos en lo que se nos dio. Ya no basta con tener una fe entregada sino que, al contrario, hemos de formar y conformar de acuerdo a la voluntad del Padre.

Entonces, cuando pensamos en Dios y lo hacemos de forma intensa contemplamos su Divino Ser y fomentamos, en nosotros, la creencia que nos sostiene.

Nos adherimos al misterio del reino de Dios y, entonces, situamos de una forma más adecuada la fe en nuestra vida y, a la vez, nos sentimos, en verdad y de verdad, hijos de Dios que saben que tal filiación les obliga a llevar un comportamiento distinto al de quien, simplemente, no cree.

¿Cómo, de todas formas, contemplamos a Dios en nuestra vida cotidiana?

Diversas son las circunstancias a partir de las cuales la contemplación es posible para nosotros, los creyentes en Dios Único y Creador:

1.-En la creación misma, donde apreciamos el poder y la misericordia de Dios para con nosotros.

2.-En los demás, donde apreciamos la voluntad de Dios de ser perfectos con el prójimo.

3.-En las Sagradas Escrituras, donde podemos contemplar la verdadera voluntad de Dios.

4.-En nosotros mismos, desde donde contemplamos el mundo y al prójimo.

Sin embargo, es posible que haya personas que sean capaces de contemplar a Dios de alguna otra forma. Cada cual ha de encontrar el modo de contemplación que sea más adecuado para su vida y circunstancias porque algo hay en común en todo intento: la búsqueda de Dios.

A Dios lo buscamos porque sabemos que es uno que lo es personal y, por eso mismo, tenemos necesidad de hacerlo presente en nuestra vida y tal realidad espiritual ha de ser querida por cualquier cristiano, aquí católico.

No podemos decir, por lo tanto, que la contemplación pueda ser exclusivamente gozo de las personas que han escogido una vida apartada del mundo para estar en el mundo sino, al contrario, de todos los que nos sabemos criaturas del Creador.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Acción Digital

Humillarse para ser ensalzado





Martes II de Cuaresma


Mt 23,1-12

“En aquel tiempo, Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: ‘En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame ‘Rabbí’.

‘Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar ‘Rabbí’, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie ‘Padre’ vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar ‘Doctores’, porque uno solo es vuestro Doctor: Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado’”.


COMENTARIO

Hay personas que, por la especial situación que tienen dentro de la comunidad religiosa, han de dar ejemplo con la vida que llevan porque, de otra forma, no serán escuchados por muy bueno que sea lo que digan. Eso quería decir Jesús al respecto de determinadas personas de su época.
Jesús sabe que a los hombres les importa demasiado lo que entre los hombres pasa y que, a menudo, no tienen en cuenta la voluntad de Dios ni lo que la misma representa. Sólo Dios es verdadero Padre Creador y sólo Cristo es el verdadero Maestro y Doctor de la verdadera Ley de Dios.

Una cosa más les quiere enseñar Jesús: hay que ser el último, el servidor, para ser el primero en el definitivo Reino de Dios. Eso fue lo que haría el mismo en la última cena cuando lavó los pies a sus discípulos. Y tal debería ser el ejemplo que deberíamos seguir.



JESÚS, ser humilde es algo más que creerse poca cosa porque ser humilde es saber, exactamente, en qué sentido nos relacionamos con Dios. Nos ponemos al servicio del otro y así colaboramos a mejorar el mundo. Sin embargo, no solemos hacer eso sino todo lo contrario.




Eleuterio Fernández Guzmán


5 de marzo de 2012

Ley de Dios



Lunes II de Cuaresma


Lc 6,36-38

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá’”.


COMENTARIO

En otras muchas ocasiones Jesús les pone a los apóstoles, sobre la mesa, el verdadero sentido de la Ley de Dios que había sido, hasta entonces, bastante tergiversada. Y lo que decía no era fácil de llevar  cabo y, ni siquiera, de asumir.

Aquello que hacemos con relación a los demás tenemos que hacerlo de acuerdo a la voluntad de Dios. Por ejemplo, hay que se compasivo pero no de cualquier forma rácana sino de forma muy generosa. Y hay que perdonar para poder perdonados...

Muchas otras dice Jesús que sus discípulos deben cumplir: Hay que dar para que se nos de. Y esto no es cosa poco importante porque en el momento de nuestro juicio particular se tendrá en cuenta aquello que  hayamos hecho, en todos los sentidos, por los demás.



JESÚS,  mucho tenían que aprender aquellos que te seguían y mucho más los que estaban en relación directa contigo, tus apóstoles. Perdonar sobre todas las cosas, por ejemplo, sin olvidar que se nos medirá con la misma medida con la que nosotros midamos. Y eso no deberíamos olvidarlo nunca.



Eleuterio Fernández Guzmán


4 de marzo de 2012

Trabajadores para los campos del Señor







El mes de marzo se caracteriza por ser aquel en el que se celebra, muy especialmente, que hay jóvenes que han decidido entregar su vida a Dios y al prójimo de una manera muy especial como es siendo sacerdotes.

Apóstoles de hoy

Es bien cierto que el apostolado sacerdotal, hoy día, no es nada fácil.

Para empezar, escuchar la voz de Dios entre el ruido que el mundo produce requiere una predisposición no escasa.

Para continuar, una vez se ha colocado el oído del corazón en la posición adecuada tampoco ha de ser fácil perseverar en el“fiat” dado cuando, en realidad, Dios lo había requerido.

Sin embargo, la siguiente oración manifiesta el exacto sentido del mismo y la necesidad de que sean muchos los trabajadores que labren los campos del Señor.

Dios, Padre nuestro,
que enviaste a tu Hijo Jesucristo
para salvar el mundo:
Él sigue llamando hoy
y eligiendo a algunos de sus discípulos
para convertirlos en apóstoles de su Iglesia.
Suscita, con la fuerza del Espíritu Santo,
generosas y abundantes respuestas
a sus llamadas en las familias,
en las comunidades cristianas
y en la vida de los seminarios.
Se cumpla así la promesa,
‘os daré pastores según mi corazón’:
sacerdotes, ministros fieles de la Palabra,
de la Eucaristía y del Perdón.
Que vivan siempre identificados con Cristo
y sientan ardientemente
la pasión por el Evangelio.
La santísima Virgen, Madre sacerdotal
y estrella de la evangelización, los acompañe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.


Se habla de llamada... y se habla de seguimiento... de testimonio de amor; de apostolado, al fin y al cabo.

Gracia de Dios

Es el Creador el que escoge a aquellos que van a trabajar en sus campos. Ante la llamada sólo cabe aceptar o, al contrario, hacer como si la misma no fuera con ellos.

Dice Sto. Tomás de Aquino que “la gracia y la gloria son del mismo género, porque la gracia no es otra cosa que el comienzo de la gloria en nosotros y la gracia que poseemos tiene en germen todo lo que es necesario para la gloria, como la semilla del árbol contiene todo lo necesario para llegar a ser árbol perfecto”. 

Por eso la gracia de Dios se derrama sobre aquellos que la aceptan y que bien pueden responder con aquello dicho por San Pablo en la Segunda Epístola a los Corintios: “No es que nosotros seamos capaces de pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia viene de Dios” (2 Co 3-5) o, también, como escribiría a los Filipenses, “Dios es el que obra en vosotros, el querer y el obrar” (Flp 2, 12)

Por eso la gracia de Dios conforma la fe con la que se acepta sembrar y labrar los campos del Señor, llena la esperanza con la que se dice “sí” y aumenta la caridad que no dejará, nunca ya, de ser libertad aceptadora de la voluntad de Dios.

Aquellos que aceptan la voluntad de Dios en tal sentido han de comprenderse y entenderse de la forma con la que San Josemaría caracteriza a los hijos de Dios: “La fe nos dice que el hombre, en estado de gracia, está endiosado. Somos hombres y mujeres, no ángeles, seres de carne y hueso, con corazón y con pasiones, con tristezas y con alegrías. Pero la divinización redunda en todo el hombre como un anticipo de la resurrección gloriosa” ( “Es Cristo que pasa”, 103)

Pero, en realidad, todos somos responsables de hacer lo posible para que aquellos que escuchen la voz de Dios que los llame a ser sacerdotes, se decidan a serlo. Y lo somos de lo siguiente:


Responsables de suscitar: no impidiendo que se manifieste la voluntad de Dios.

Responsables de animar: cada cual en nuestro particular ambiente.

Responsables de acompañar las vocaciones al sacerdocio: apoyando a las que puedan surgir en nuestros círculos de conocimiento.

En realidad, hacer otra cosa no es, precisamente, comportarse como cristianos e hijos de Dios.

Y otra cosa no se espera, además, de nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Acción Digital



Escuchar a Cristo




Domingo II (B) de Cuaresma

Mc 9,2-10

“En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.

Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: ‘Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’; pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: ‘Este es mi Hijo amado, escuchadle’. Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.

Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

COMENTARIO

Como pasará más tarde con los mismos, en Gethsemaní, el Mesías encamina a tres discípulos suyos, a saber, Santiago y Juan, los Zebedeos o “hijos del trueno” (nombre con los que los bautizó, con un innegable sentido del humor) y Pedro (la piedra sobre la que edificaría su Iglesia) y los lleva a un monte. Porque la montaña, o aquel, a lo largo de las Sagradas Escrituras, tuvo y tiene una importancia propia y característica

Jesús se transfigura y aparece hablando con los profetas Moisés y Elías. Con ellos debe hablar acerca de lo que le espera porque ellos ya saben lo que va a pasar. En cierto modo, lo han visto porque todo ha, ya, sucedido y sólo tiene que pasar para nosotros, los seres humanos.

Jesús les dice a sus tres discípulos que no hablen, para nada, de lo que habían visto. Pero no lo prohíbe para siempre sino, en todo caso, hasta que resucite. Seguramente, aquellos tres hombres sencillos no acabaron de comprender aquello de la “resurrección” del Maestro y tendrían que esperar al domingo de la Pascua del Señor para comprenderlo.


JESÚS,  ante tres de tus discípulos tu Padre volvió a repetir que había que escucharte y, por lo tanto, hacer lo que decías que había que hacer. Muchas veces, sin embargo, no queremos escucharte sino hacer todo lo contrario de lo que nos dices con tu palabra que es Palabra de Dios.



Eleuterio Fernández Guzmán