19 de noviembre de 2011

Santa Gema Galgani


Santa Gema

Gema nació un 12 de marzo del año 1878. En una aldea cercana a Lucca (Italia) de nombre Camigliano la hija de Enrique Galgani, (farmacéutico) y Aurelia Landi fue la cuarta en nacer, y primera niña de los 8 hijos que tuvo el matrimonio.

Su madre, ferviente católica, no quería que se le pusiese el nombre de Gema pues, a su entender, no había santa en el cielo con tal nombre y no tendría quien la protegiera. Sin embargo el párroco de Gragnano, Don Olivio Dinelli, proféticamente dijo que “Muchas gemas hay en el cielo, esperemos que también ella sea un día otra gemma del Paraíso“.

Y así fue. Sin embargo no fue su camino hacia el definitivo Reino de Dios uno que lo fuera de rosas sino salpicado con muchas espinas que la hicieron, si cabe, más santa.

Su madre infundió en Gema un amor muy especial a Cristo crucificado y de tal manera lo consiguió que la joven quiso, desde que tuviera uso de razón, parecerse lo más posible a su Maestro e Hijo de Dios. Y a fe que lo consiguió.

Su madre murió pronto y su padre la envió a un internado católico de Lucca del que ella misma escribió “Comencé a ir a la escuela de las hermanas; estaba en el paraíso”. Estaba donde de verdad quería estar: lo más cerca posible de Cristo.

Suplicaba Gema por recibir a Jesucristo en su Primera Comunión. Y lo hacía diciendo “Denme a Jesús… y verán qué buena seré. Tendré un gran cambio. Nunca más cometeré un pecado. Dénmelo. Lo anhelo tanto, no puedo vivir sin Él” porque sabía el poder que tenía, en su corazón, Aquel a quien tanto amaba. Y tal momento (del que ella misma dijera “Es imposible explicar lo que entonces pasó entre Jesús y yo. Él se hizo sentir ¡tan fuertemente en mi alma!”) llegó el 20 de junio de 1887, a los nueve años de edad.

Diez años después falleció su padre y pronto comenzó a padecer enfermedad la joven Gema. Así, la meningitis o la pérdida de oído temporal así como la parálisis de las extremidades se cebaron en ella y, por más remedios que recibía avanzaba la enfermedad diezmando a quien había sabido llevar tal cruz con gozo. De tal manera fue la cosa que estaba, literalmente, en su lecho de muerte y poco más se podía hacer. Nada más salvo acudir a la voluntad de Dios para lo cual se inició una novena como el último recurso y última esperanza.

Gema tenía gran devoción al Venerable Gabriel Possenti (San Gabriel) y, según ella misma manifestó, se le apareció para tal ocasión preguntándole si quería ser curada. Y el primer viernes de marzo terminó la novena y Gema curó de sus males del cuerpo lo que todos lo consideraron un milagro.
Pero Dios tenía reservado algo muy importante para Gema. El 8 de junio de 1898 después de recibir la Santa Comunión hizo saber Nuestro Señor a la joven italiana que recibiría una gran gracia. Aquella noche cayó en éxtasis y, estando en el mismo sintiendo un gran remordimiento por ser pecadora, la Virgen María se le apareció y le hizo saber que Jesús, su Hijo, la amaba de forma notable y que la Madre iba a ser para ella una Madre si ella también aceptaba ser una buena hija.
Ella misma cuenta lo que le sucedió cuando la Virgen María la cubrió con su manto: “En ese momento Jesús apareció con todas sus heridas abiertas, pero de estas heridas ya no salía sangre, sino flamas. En un instante estas flamas me tocaron las manos, los pies y el corazón. Sentí como si estuviera muriendo, y habría caído al suelo de no haberme sostenido mi madre en alto, mientras todo el tiempo yo permanecía bajo su manto. Tuve que permanecer varias horas en esa posición. Finalmente ella me besó en la frente y desapareció, y yo me encontré arrodillada. Yo aún sentía un gran dolor en las manos, los pies y el corazón. Me levanté para ir a la cama, y me di cuenta de que la sangre estaba brotando de aquellas partes donde yo sentía el dolor. Me las cubrí tan bien como pude, y entonces, ayudada por mi Ángel, fui capaz de ir a la cama…

Así recibió los estigmas santa Gema.

A los veintiún años de edad, la joven fue acogida por la familia de los Giannini que ya tenía 11 hijos y donde realizaba las labores de la casa sin faltar un solo día a ellos y sin faltar, tampoco, a la Santa Misa dos veces al día, llevando una profunda vida de devoción y mostrando una espiritualidad llena de la gracia de Dios. Destacaba en ella, según el Padre Germán (teólogo eminente en cuanto a la oración mística) el hecho de considerar el Padre que Gema había pasado por los nueve estados clásicos de la vida interior teniéndola, además, por su “Gema de Cristo”.
El 1902 Gema se ofrece a Dios como víctima por la salvación de las almas. El Hijo de Dios aceptó su propuesta y cayó gravemente enferma siendo, además, atacada por el Maligno porque reconocía que el final humano de la joven estaba cercano y la tentaba diciéndole que eso le pasaba porque Dios la había abandonado.

A este respecto el venerable Fray Germán dijo que, en lo referido a la última lucha de Gema contra el Maligno “La pobre sufriente pasó días, semanas y meses de esta manera, dándonos ejemplo de paciencia heroica y motivos para sentir un benéfico temor a lo que pueda pasarnos, de no tener los méritos de Gema, a la hora de nuestra muerte”.

Durante su última enfermedad Gema no cesaba de orar y de decir No busco nada más. He hecho a Dios el sacrificio de todo y de todos. Ahora me preparo para morir”. Añadió, casi con el último aliento de vida: “Ahora realmente es verdad que nada mío queda, Jesús. ¡Recomiendo mi pobre alma a ti, Jesús!

Y sonriendo, dejó de vivir para vivir para siempre en la eternidad con Quien tanto amaba. Tenía 25 años.

Tenemos, también, la siguiente oración compuesta por Santa Gema con la que podemos dirigirnos a Cristo:

Aquí me tenéis postrada a vuestros pies santísimos, mi querido Jesús, para manifestaros en cada instante mi reconocimiento y gratitud por tantos y tan continuos favores como me habéis otorgado y que todavía queréis concederme. Cuantas veces os he invocado, ¡oh Jesús! me habéis dejado siempre satisfecha; he recurrido a menudo a Vos, y siempre me habéis consolado. ¿Cómo podré expresaros mis sentimientos, amado Jesús? Os doy gracias…; pero otra gracia quiero de Vos, ¡oh Dios mío!, si es de vuestro agrado… (aquí se manifiesta la gracia que se desea conseguir). Si no fuerais todopoderoso no os haría esta súplica. ¡Oh Jesús!, tened piedad de mí. Hágase en todo vuestra santísima voluntad.
Rezar Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Eleuterio Fernández Guzmán

18 de noviembre de 2011

San Nicolás de Bari

San Nicolás de Bari
Se cree que nació Nicolás hacia el noveno decenio del siglo III y en la ciudad de Patara situada en Licia (Asia Menor). Sus padres eran nobles y, además, cristianos lo cual le facilitó a Nicolás una educación sólida tanto desde el punto de vista moral como intelectual encargándose de las mismas el obispo de Patara.
Desde que Nicolás nació se sucedieron una serie de circunstancias que, con el paso de los años, determinaron lo que vendría a ser aquel joven que, siendo aún niño repartía lo que conseguía entre los pobres diciendo que “sería un pecado no repartir mucho, siendo que Dios nos ha dato tanto” y manifestando un espíritu caritativo y entregado al prójimo.
Quedó huérfano Nicolás muy joven con una gran fortuna que repartió entre los más necesitados para irse a un monasterio. Fue ordenado sacerdote por un obispo que era tío suyo y, después de haber visitado Tierra Santa llegó a la ciudad de Mira, en Turquía, de la que fue nombrado Obispo porque el decano de los obispos, tras la muerte del titular de aquella diócesis le dijo, estando en su catedral “Esta noche misma, en un sueño con que Dios ha querido favorecerme, os ha señalado Él como futuro obispo a quien debemos elegir” y, aunque se resistió Nicolás nada pudo hacer en contra de aquel nombramiento pues, al punto entraron muchos creyentes que lo aclamaron como su obispo.
Fue perseguido por el emperador Licinio (no personalmente pero sí en el ámbito de una persecución general contra los cristianos a la que estaban acostumbrados los paganos que tenían su centro de poder en Roma) pero fue liberado por Constantino que había aprobado la religión cristiana en el año 313 a la que con ahínco se oponía el primero de ellos. Pero, incluso, en el momento de la persecución no cesó de predicar acerca de su fe a todo el que se encontraba con él. Además, luchó contra la idolatría y convirtió tanto a judíos como a árabes.
A San Nicolás se la atribuyen muchos milagros y, por eso mismo, es considerado patrón, por ejemplo, de los marineros (pues invocándolo ante una difícil situación salieron de la misma sanos y salvos) y mercantes, de los panaderos y, por supuesto, de los niños.
El nombre de Bari se le atribuye a que sus reliquias se veneran en aquella ciudad italiana al haber sido allí trasladadas (año 1087) de su original alojamiento para evitar la profanación sarracena. Por otra parte, la relación entre San Nicolás de Bari con Santa Claus viene traída por la fama que tenía el santo de bondad hacia los demás y, en especial, hacia los niños y, aunque la misma sea cierta lo que tampoco se puede negar es que la utilización mercantilista que se ha hecho de la figura de San Nicolás está bastante fuera de lugar.
Se supone que San Nicolás asistió al Concilio ecuménico de Nicea en el año 325 y que falleció en el año 344 o 345.
Nos podemos dirigir a San Nicolás de Bari con la siguiente oración:
¡Oh glorioso san Nicolás mi especial protector! desde aquella morada de luz, en que gozáis de la presencia divina, volved piadoso vuestros ojos hacia mí, y alcanzadme del Señor aquellas gracias y auxilios convenientes a mis presentes necesidades, tanto espirituales como corporales, y en particular la gracia (mencionar aquí), que sea conducente para mi eterna salvación. Proteged también, oh glorioso santo obispo, a nuestro Sumo Pontífice, a la Iglesia santa y a esta devota ciudad. Reducid al camino recto de la salvación a los que viven sumidos en el pecado, o envueltos en las tinieblas de la ignorancia, del error y de la herejía. Consolad a los afligidos, socorred a los necesitados, confortad a los pusilánimes, defended a los oprimidos, asistid a los enfermos; y haced por fin que todos experimenten los efectos de vuestro poderoso patrocinio para con el supremos Dispensador de todos los bienes. Amén.
Rezar un padrenuestro y avemaría.
Eleuterio Fernández Guzmán

17 de noviembre de 2011

Cristo profeta




Jueves XXXIII del tiempo ordinario

Lc 19,41-44

“En aquel tiempo, Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: ‘¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita’.

COMENTARIO

Jesús había sido enviado por Dios para que el pueblo elegido supiera que había equivocado el camino y que aquel no era el que les había marcado cuando Abrahán salió de su pueblo. Vino para salvar a la humanidad.

Muchos no le escucharon y, al igual que profetizó Cristo acerca de Jerusalén y la destrucción de su templo años después de su inmerecida muerte, refiere lo mismo acerca de nosotros: debemos creer en Dios y en su Hijo y, así, actuar en consecuencia.

Los discípulos de Cristo no podemos, a pesar de lo que se nos dice que puede pasar, caminar por el mundo de forma pesimista porque sabemos que Dios es nuestro Señor y siempre tenemos la esperanza de ser llamados a la Casa del Padre a vivir en el cielo y no el infierno. Para eso, sin embargo, tenemos que convertirnos y creer en el Evangelio.



JESÚS, sabías lo que iba a suceder en Jerusalén apenas unas décadas después de tu muerte y resurrección. Avisaste para que se convirtieran y dejaran el camino errado por el que caminaban. Nosotros, en muchas ocasiones, tampoco querernos confesar nuestra fe porque no nos conviene.

Eleuterio Fernández Guzmán


Hoy, la imagen que nos presenta el Evangelio es la de un Jesús que «lloró» (Lc 19,41) por la suerte de la ciudad escogida, que no ha reconocido la presencia de su Salvador. Conociendo las noticias que se han dado en los últimos tiempos, nos resultaría fácil aplicar esta lamentación a la ciudad que es —a la vez— santa y fuente de divisiones.

Pero mirando más allá, podemos identificar esta Jerusalén con el pueblo escogido, que es la Iglesia, y —por extensión— con el mundo en el que ésta ha de llevar a término su misión. Si así lo hacemos, nos encontraremos con una comunidad que, aunque ha alcanzado cimas altísimas en el campo de la tecnología y de la ciencia, gime y llora, porque vive rodeada por el egoísmo de sus miembros, porque ha levantado a su alrededor los muros de la violencia y del desorden moral, porque lanza por los suelos a sus hijos, arrastrándolos con las cadenas de un individualismo deshumanizante. En definitiva, lo que nos encontraremos es un pueblo que no ha sabido reconocer el Dios que la visitaba (cf. Lc 19,44).

Sin embargo, nosotros los cristianos, no podemos quedarnos en la pura lamentación, no hemos de ser profetas de desventuras, sino hombres de esperanza. Conocemos el final de la historia, sabemos que Cristo ha hecho caer los muros y ha roto las cadenas: las lágrimas que derrama en este Evangelio prefiguran la sangre con la cual nos ha salvado.

De hecho, Jesús está presente en su Iglesia, especialmente a través de aquellos más necesitados. Hemos de advertir esta presencia para entender la ternura que Cristo tiene por nosotros: es tan excelso su amor, nos dice san Ambrosio, que Él se ha hecho pequeño y humilde para que lleguemos a ser grandes; Él se ha dejado atar entre pañales como un niño para que nosotros seamos liberados de los lazos del pecado; Él se ha dejado clavar en la cruz para que nosotros seamos contados entre las estrellas del cielo... Por eso, hemos de dar gracias a Dios, y descubrir presente en medio de nosotros a aquel que nos visita y nos redime.



16 de noviembre de 2011

Votar como corresponde a un católico







El próximo domingo, 20 de noviembre, los españoles estamos llamados, como suele decirse, a las urnas. Teniendo en cuenta que pocas veces más vamos a poder decir lo que pensamos en ningún tipo de materia o de idea, lo mejor es acudir y votar.

Ante esto, bien podemos decir lo siguiente. Dos aspectos son importantes y, por tanto, a tener en cuenta:


Relativismo

En la fe no se puede manifestar un ahora sí y un ahora no según nos convenga. 

En la defensa, por ejemplo, de la vida del nasciturus sobre el que recae la espada de Damocles del aborto no podemos transigir de ninguna de las maneras ni estar de acuerdo con posturas oportunistas.
Y esto porque:

La fe no es relativa. Se tiene o no se tiene. Pero si se tiene, se tiene.

Por ejemplo el aborto no es relativo. Se defiende la vida, desde la concepción o no se defiende. 

La dignidad de la persona no es relativa pues ha de considerarse intacta desde el mismo momento de la concepción. 


El voto útil que es inútil

Lo útil no es votar a qui
en se sabe que puede ganar para sentirse bien con uno mismo y para poder luego “han ganado los míos” como si eso fuera, aquí y en este caso, lo fundamental.
Lo útil es votar en conciencia, sabiendo lo que se hace y las razones de hacer tal cosa.

Importa poco el resultado final… la conciencia es lo que cuenta para un católico. Otra cosa es ser un sepulcro blanqueado.

Es inútil votar a quien no se ha definido de forma radicalmente contraria al aborto sino, más bien, disimulando. Actitud tibia cuando no descaradamente a favor con disimulo.

Es inútil votar a quien, en las Comunidades Autónomas que gobierna autorizó el uso de la píldora postcoital, exactamente abortiva.

Es inútil votar a quien no se manifiesta, con claridad, en defensa de la vida desde la fecundación hasta la muerte natural. 

Por supuesto, lo mismo y aumentado en referencia a los partidos de izquierda, verdaderos representantes del Maligno en estos temas y en otros. Pero, sobre todo, en los referidos a la vida del ser humano en todos sus aspectos.

Al fin y al cabo, como ha dejado escrito Benedicto XVI en su “Jesús de Nazaret” (ed. Planeta, pág. 64) “El reino de Cristo es distinto de los reinos de la tierra y de su esplendor, que Satanás le muestra” y es que muchos, creyendo que Dios mira para otro lado van de la mano de Satán haciendo ver lo contrario de lo que son.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Talentos

Miércoles XXXIII del tiempo ordinario



Lc 19,11-28



“En aquel tiempo, Jesús estaba cerca de Jerusalén y añadió una parábola, pues los que le acompañaban creían que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro. Dijo pues: ‘Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse. Habiendo llamado a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: ‘Negociad hasta que vuelva’. Pero sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una embajada que dijese: ‘No queremos que ése reine sobre nosotros’.



‘Y sucedió que, cuando regresó, después de recibir la investidura real, mandó llamar a aquellos siervos suyos, a los que había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. Se presentó el primero y dijo: ‘Señor, tu mina ha producido diez minas’. Le respondió: ‘¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez ciudades’. Vino el segundo y dijo: ‘Tu mina, Señor, ha producido cinco minas’. Dijo a éste: ‘Ponte tú también al mando de cinco ciudades’. Vino el otro y dijo: ‘Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido guardada en un lienzo; pues tenía miedo de ti, que eres un hombre severo; que tomas lo que no pusiste, y cosechas lo que no sembraste’. Dícele: ‘Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías que yo soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré; pues, ¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses’.



‘Y dijo a los presentes: ‘Quitadle la mina y dádsela al que tiene las diez minas’. Dijéronle: ‘Señor, tiene ya diez minas’. ‘Os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí’’.



Y habiendo dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén.





COMENTARIO



Esta parábola se parece mucho a la que se recoge en el Evangelio de San Mateo. La esencia viene a ser la misma: Dios entrega unos talentos que tenemos que hacer rendir si no queremos que nos mire como hijos que no cumplieron con la voluntad de su Padre.



No deberíamos olvidar algo que, en muchas ocasiones, tenemos como no real: tenemos que ser juzgados por lo que estemos haciendo en esta vida y en este mundo. En cierta manera lo que hace el Rey cuando vuelve es juzgar la labor de las personas a las que entregó dinero. Y las consecuencias de la actuación de las mismas es la que el texto de San Lucas dice.



Dios quiere obtener intereses de los talentos o, lo que es lo mismo, no que los escondamos debajo del celemín para que sirvan para nada sino que, al contrario, hagamos como los siervos fieles que obtuvieron ganancia con lo entregado. Por eso, cada uno de nosotros, de aquello que sabemos que podemos obtener fruto no podemos hacer otra cosa que obtenerlo.





JESÚS, Dios nos entrega talentos para hacerlos rendir. La parábola de las minas es válida para ahora mismo cuando, en muchas ocasiones, por miedo o por egoísmo no hacemos lo que nos corresponde y guardamos, para nosotros, lo que debería estar puesto al servicio del prójimo.





Eleuterio Fernández Guzmán





15 de noviembre de 2011

Convertirse como Zaqueo

Martes XXXIII del tiempo ordinario



Lc 19,1-10

 

“En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: ‘Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.



Al verlo, todos murmuraban diciendo: ‘Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador’. Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: ‘Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo’. Jesús le dijo: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido’.



COMENTARIO



Es bien cierto que muchos creyentes no son como Zaqueo en lo que se refiere a su oficio y vivencia personal. Sin embargo, no es menos cierto que en su comportamiento sí podemos parecernos más de lo que pensamos. También en su actitud sería conveniente que nos parecíamos.



Zaqueo tenía una concepción de la vida muy materialista. Engañaba, seguramente, a los que tenían que pagar impuestos porque para él era más importante tener que ser buena persona. Eso cambia cuando conoce a Jesús que, además, sabe que ha cambiado el corazón de aquel hombre bajo en estatura física y, hasta entonces, moral.



Zaqueo se da cuenta de que aquel encuentro con Jesús ha sido providencial y que nada puede ser igual a partir de aquel momento. Ha sabido responder a Cristo de la mejor manera, única tal vez, que admite el Hijo de Dios: convirtiéndose para venir a ser mejor dejando atrás su corazón de piedra.





JESÚS, aquel hombre necesitaba un cambio en su vida y por eso te buscó encaramándose a un árbol. Aún sin saberlo quería cambiar, para bien, y eso le hizo buscarte. Tú, corazón tierno de Dios, supiste que aquel hombre no era el mismo que momentos antes pensaba más en sí mismo que en los demás. Algo así debería pasarnos a nosotros en cada instante de nuestra vida.





Eleuterio Fernández Guzmán





14 de noviembre de 2011

Abrir los oídos a Dios







Entre las obligaciones que, como cristianos, tenemos, está, como muy importante, la de no olvidar que si Dios se dirige a nosotros no podemos hacer oídos sordos sino que, al contrario, tenemos que abrir los oídos a Dios.

¿Por qué tenemos que tener tal actitud?

Quien, como su hijo se reconoce, ha de entender que el Padre no puede estar, como se dice, predicando en el desierto donde nadie oye ni nadie escucha. Muy al contrario, el vocabulario, la Palabra de Dios, tiene un destinatario claro: tú, yo, cada uno de nosotros.

Por tanto, no podemos hacer como si no fuera con nosotros lo dicho por el Creador.

Actitud de oyente

Antes que nada, quien se reconoce fiel seguidor de Abraham, de Isaac, de Jacob y, al fin, de Jesucristo, ha de mantener, sobre todo, una voluntad diáfana al respecto de lo que Dios quiere de nosotros: atender los requerimientos del Creador.

Pero tanto el silencio (estado recomendable para oír a Dios) como la batalla personal contra lo mundano han de suponer, para las personas que nos consideramos hijos de Dios, un aliento y una suerte de posibilidad de demostrar que nuestra fe no es una fe muerta ni de ocasión, de conveniencia, light ni tampoco vana.

Por eso nuestra actitud ha de suponer la apertura del corazón para que mane de él la voluntad de aceptar la que lo es de Dios y que pueda decirse, en efecto, que de la bondad del corazón habla la boca.

Abrir los oídos

De tal forma ha de ser la situación de nuestro corazón que los oídos del mismo sean receptores de la bondad de la Palabra de Dios y, así, de la profundidad de su sentido.

Abrir los oídos no ha de ser una actitud que nos parezca extraña sino, al contrario, una que lo es de ordinario ser y parecer.
Un fruto que se obtiene de abrir los oídos del corazón es que el mismo deja de ser de piedra para venir a ser de carne, cumpliéndose, así, la promesa que hiciera Dios y que recoge Ezequiel en 11, 19 ( “yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios” )
Vemos, entonces, que lo dicho por el Creador deviene o, mejor, nos transforma en verdaderos hijos suyos porque si, a partir de aceptar lo dicho por Él caminamos atendiendo lo que es su voluntad y observando sus normas... así correspondemos a la bondad de la donación que a nosotros nos hace de la vida misma.
Seremos, además, su pueblo, parte de su filiación, hijos que reconocen a su Padre y le dan gloria.
Tener, según lo dicho, una actitud de escucha ante Dios y, acto espiritual seguido, oír lo que nos dice, muestra que, en realidad, nos creemos lo que decimos que somos y que no se trata de una teoría que no va a ninguna parte empezando, tal parte, por nuestro corazón.
Por otra parte, cuando la muchedumbre vio lo que había hecho Jesús con el sordo y mudo exclamó aquello de “¡Todo lo ha hecho bien!” porque entendía que su comportamiento era, en realidad, como se espera que fuera.

Pues tal forma de ser también se espera y reclama de nosotros, los hijos de Dios: abrir los oídos, escuchar a Dios... actuar en consecuencia.



Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Ver, necesitamos ver



Lunes XXXIII del tiempo ordinario

Lc 18,35-43

“En aquel tiempo, sucedió que, al acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: ‘¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!’. Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’. Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: ‘¿Qué quieres que te haga?’. Él dijo: ‘¡Señor, que vea!’. Jesús le dijo: ‘Ve. Tu fe te ha salvado’. Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.

COMENTARIO

Los discípulos de Cristo, antes que nada, tenemos que comprender que lo que nos conviene es reconocer al Hijo de Dios y tener como importante para nosotros la Ley de Dios. Necesitamos, por eso mismo, ser curados de muchas enfermedades del alma.

Aquel ciego que llamaba a Jesús lo hacía llamándolo “Hijo de David” porque había comprendido, sabía en su corazón, que era el Hijo de Dios y, entonces, estaba en la total seguridad de que era el único que podía curarlo.

Tiene fe y la fe, como pasa en otras muchas ocasiones a lo largo de los Evangelios, lo salva. Le pide ver y, eso, precisamente, es lo que debemos querer nosotros: ver a Cristo en el mundo, verlo en nosotros y ver, desde el Hijo de Dios, lo que ha de ser nuestra vida. Debemos, por eso mismo, como el ciego pedir vista.


JESÚS, Tú nos das la vista del alma, la del corazón, la que necesitamos para verte y para vernos en la vida eterna. Nosotros, sin embargo, a veces ni la pedimos ni nos interesa porque nos exige comportarnos como quieres que nos comportemos y, como hombres, no nos gusta por el sacrificio de nuestro egoísmo que eso supone.


Eleuterio Fernández Guzmán


13 de noviembre de 2011

Talentos que hacer rendir




Domingo XXXIII (A) del tiempo ordinario


Mt 25,14-30

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: ‘Un hombre, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó.

‘Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor.

‘Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos. Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado’. Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor’.

‘Llegándose también el de los dos talentos dijo: ‘Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado’. Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor’.

‘Llegándose también el que había recibido un talento dijo: ‘Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo’. Mas su señor le respondió: ‘Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes’’”.


COMENTARIO

Dios no nos dejó solos cuando pensó en crear a un ser que fuera su imagen y semejanza y salió de su corazón el primer hombre y la primera mujer. Sabía que debía entregarnos una forma de defendernos en el mundo. Nos dio, por eso, los talentos.

La parábola que cuanta Jesús debería tener un sentido muy claro y sencillo para nosotros. Todos tenemos talentos pero es posible que algunos los hagan rendir más que otros e, incluso, que haya personas que, como el siervo miedoso, no hagan rendir los suyos poniendo cualquier tipo de excusa para actuar así.

¿Se quita lo que no se tiene? Esto es difícil de entender. Sin embargo debemos creer que si parece que tenemos fe pero, en realidad, no la tenemos, se nos quitará y, al contrario, a quien sí la tenga se le dará más para que, como poco la mantenga porque hacer rendir los talentos supone, al fin y al cabo, hacer la voluntad de Dios. De otra forma, nos quedaremos fuera de Cristo y, así, de Dios.


JESÚS,  sabes que tenemos que hacer rendir los talentos que nos da Dios. Si lo hacemos, veremos la luz y si no lo hacemos, estaremos en una tiniebla que no nos dejará ver la verdad que nos perdemos. Sin embargo, nosotros, por egoísmo o por lo que sea podemos no hacer rendir tales talentos.



Eleuterio Fernández Guzmán