12 de noviembre de 2011

¿Cómo se vence el Mal?







“No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien”.
San Pablo, en su Epístola a los Romanos (12,21) nos ofrece una posibilidad que, ciertamente, no siempre seguimos y que consiste en enfrentar aquello que es malo no con una respuesta, a su vez, basada en el Mal sino, al contrario, sustentada en el Bien. Toda respuesta de un hijo de Dios ha de ir apoyada y arraiga en lo que no es malo sino bueno.
 No podemos olvidar (de hacerlo así, nada de lo que se pueda decir al respecto, serviría para nada) que el Mal existe. No es, esto, poco importante porque hay determinados pensamientos que no creen en la existencia del Bien y del Mal y abundando en el tema tampoco creen, por ejemplo, en la del Cielo e Infierno. Pero los católicos sabemos que existe tanto una cosa como la otra y, así, actuamos para evitar el Mal y abundar en el Bien. Y existe, a pesar de que muchos crean que Dios no debe permitir que así sea (ignoran la libertad humana que es donación del Creador) porque, para compensar, como bien dice San Pedro en su Segunda Epístola (3, 8-9) “No tarda el Señor en cumplir sus promesas, como algunos piensan; más bien usa de paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan”
Existe, pues, el Mal y no debemos olvidar que, por su existencia, es vano intento hacer como si no existiese y mirar para otro lado. Por ejemplo, existe en el mal comportamiento del ser humano con su prójimo y en la utilización del mismo por intereses egoístas y mercantilistas. El Mal existe en la pobreza que se provoca con la nefasta utilización de los bienes propios y por los comportamientos cainitas.
Cada cual, seguramente, podría poner nombre a muchos males que conoce y que serían ejemplo de que, ciertamente, no se puede negar la existencia del Mal.
A este respecto, en la Audiencia de 11 de junio de 1986, el beato Juan Pablo II dijo que “Todo, incluso el mal y el sufrimiento presentes en el mundo creado, y especialmente en la historia del hombre, se someten a esa sabiduría inescrutable, sobre la cual exclama San Pablo, como transfigurado: ‘¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios e insondables sus caminos…! (Rom 11, 33). En todo el contexto salvífico, ella es de hecho la ‘sabiduría contra la cual no puede triunfar la maldad’ (cfr. Sab, 7, 30). Es una sabiduría llena de amor, pues ‘tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo2 (Jn 3, 16)”.
 Por tanto, la sabiduría de Dios vence al Mal y, sobre todo, el Amor que es expresión del Bien supremo colabora en que nosotros, como hijos de Dios, seamos capaces de enfrentarnos a todo aquello que suponga, para nuestra vida y para la vida del prójimo, lo malo y nefasto.
 Por otra parte, en su libro “Memoria e identidad” el citado arriba beato Juan Pablo II describe, a la perfección, una clara solución para el Mal. No es, como pudiera pensarse, un olvido del mismo sino el poner la confianza en Aquel que nos crea y nos conforta. Dice que “Quien puede poner un límite definitivo al mal es Dios mismo. Él es la Justicia misma. Es Él quien premia el bien y castiga el mal en perfecta correlación con la situación objetiva. Me refiero a todo mal moral, a todo pecado. Ya en el paraíso terrenal aparece en el horizonte de la historia humana el Dios que juzga y castiga. El libro del Génesis describe detalladamente el castigo que recibieron los primeros padres después de haber pecado. Y la pena impuesta se extendió a toda la historia del hombre. En efecto, el pecado original es hereditario. Como tal, indica una cierta pecaminosidad innata del hombre, su arraigada inclinación hacia el mal en vez de hacia el bien. Hay en el hombre una cierta debilidad congénita de naturaleza moral, que se une a la fragilidad de su existencia y a su flaqueza psicofísica. Con ella se relacionan las diversas desdichas que la Biblia, ya desde las primeras páginas, indica como consecuencia del pecado”.
 Y además, “Dios mismo ha venido para salvarnos, para salvar al hombre del mal, y esta venida de Dios, este Adviento que celebramos con tanto regocijo en las semanas previas a la Navidad, tiene un carácter redentor. No se puede pensar en el límite puesto por Dios mismo al mal en sus diferentes formas sin referirse al misterio de la Redención.”
De todas formas, sabemos que “Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de tos que le aman” (Rom 8, 28), y eso debería ser más que suficiente para cada uno de nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Análisis Digital

Orar sin desfallecer




Sábado XXXII del tiempo ordinario


Lc 18,1-8

“En aquel tiempo, Jesús les propuso una parábola para inculcarles que es preciso orar siempre sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’. Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme’’.
Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a Él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?’”.


COMENTARIO

Muchos creyentes tienen un concepto de Dios que está, seguramente, alejado de la realidad. Tienen presente que es bueno y misericordioso y que, por eso mismo, actúan olvidando algo que es muy importante con relación al Creador: es justo.

La justicia de Dios poco tiene que ver con la humana, tan traída y llevada por vagos e inconfesables intereses mundanos. Lo bien cierto, sin embargo es que si Dios es bueno, que lo es, también es justo porque de otra forma no puede actuar quien todo lo creó y mantiene.

Tenemos que estar preparados. Es bien cierto que ni sabemos cuándo volverá Jesucristo ni sabemos cuándo se nos llamará para que vayamos ante el tribunal de Dios para someternos a su justicia. El caso es que, con relación al tiempo-no tiempo de Dios para Él tal momento está cerca por mucho que para nosotros sea algo que desconocemos.


JESÚS,  quieres que estemos preparados porque Dios nos ama y es misericordioso con nosotros pero también ha de aplicar su justicia, la divina y, a lo mejor, para la misma no hacemos lo que tenemos que hacer como hijos suyos. Nosotros, en muchas ocasiones, olvidamos que Quién nos creó nos tiene que juzgar.




Eleuterio Fernández Guzmán


11 de noviembre de 2011

Lo que ha de venir




Viernes XXXII del tiempo ordinario







Lc 17,26-37





“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían; pero el día que salió Lot de Sodoma, Dios hizo llover fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste.





‘Aquel día, el que esté en el terrado y tenga sus enseres en casa, no baje a recogerlos; y de igual modo, el que esté en el campo, no se vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará. Yo os lo digo: aquella noche estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada». Y le dijeron: «¿Dónde, Señor?». Él les respondió: ‘Donde esté el cuerpo, allí también se reunirán los buitres’”.







COMENTARIO





Jesús les está hablando del momento exacto en el que vuelva otra vez en su Parusía. Él estaba entonces con ellos (y siempre, ya, con nosotros) y trataba de instruirlos acerca del comportamiento que debían llevar a cabo. Lo hacía para que se salvaran.





Dice Jesús algo que es muy importante referido a la conservación de la vida para la eternidad: aquellos que quieren guardar su vida entregándose al mundo, la perderán y aquellos que la pierdan por el Reino de Dios, la ganarán para siempre, siempre, siempre.





Sobre la materia, sobre el cuerpo, se cierne el Maligno para hacer perder la eternidad al hijo de Dios. Aquello que nos hace daño es aquello que nos hace perder lo que tenemos de divino a manos del mundo y de lo mundano, verdadero buitre que nos come las entrañas para aprovecharse de nuestra flojedad espiritual.







JESÚS, aquellos que te escuchaban debieron pasarlo muy malo porque profetizaste acerca de lo que sucedería cuando llegaras por segunda vez al mundo. Sin embargo nos basta con seguirte y hacerlo de corazón para salvarnos.











Eleuterio Fernández Guzmán





10 de noviembre de 2011

En la Fe todo no es igual










Cuando el Cardenal Xavier Nguyen Van Thuan (que retornó a la Casa del Padre el 16 de septiembre de 2002, escribiera en su libro “Mil y un pasos en el Camino de la Esperanza” aquello de “¿Te vas a unir a varias Iglesias?/ ¿Te vas a acomodar a todas las morales y vas a ajustarte a todas las conciencias?” puso en evidencia un asunto de no poca importancia: podría parecer que cuando hablamos de Fe todo vale o, también que tanto da una creencia como otra.



Un buen punto de partida para reconocer la Fe que verdaderamente nos asiste es lo que dejó dicho San Pablo en la Primera Epístola a los Tesalonicenses (5,21) cuando manifestó una gran verdad: “Examinadlo todo y quedaos con lo bueno” . Lo que no dijo es, por ejemplo, quedaos con todo porque, acto seguido (5,28) bendijo a los cristianos de Tesalónica con “la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros” • Por tanto, desde entonces queda claro que no todo es igual; en cuestiones de Fe no todo es igual.



Cuando Cristo dijo aquello de que nos debíamos “cuidar de los falsos profetas” (Mt 7,15) bien sabía a lo que se refería, pues muy conocida es, sobre todo hoy día, la proliferación de grupos que se dicen religiosos porque manifiestan algún tipo de creencia, pero que en realidad, son, por dentro, “lobos feroces” (Mt 7,15). La ferocidad que muestran es, a veces, poco vistosa, porque recurren a la adulación del ego humano o a vestir de divinidad sus proyectos cuando, en realidad, no son, sino, meros adalides de la mundanidad y del nihilismo, cuando no falsos interpretadores de las Sagradas Escrituras que abusan del desconocimiento, por parte de los católicos, de la misma Palabra de Dios e incluso de la más terrible preterición de la voluntad del Padre.



A veces, se zahiere a la fe con aviesas intenciones poco santas.



Seguramente lo que se pretende es contradecir aquello que dijera Jesús, y que recoge San Mateo en su Evangelio (7, 13-14) y que viene referido a la forma que tenemos de entrar en el Reino de Dios y en su salvación. Como sabemos, la, digamos, “receta” dada por el Hijo del Dios es bien sencilla: “Entren por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina, y son muchos los que pasan por él. Pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! Y qué pocos son los que lo encuentran” .



Difícil panorama el que nos pinta Cristo.



Sin embargo, si se nos facilita una puerta de acceso a la vida eterna que sea ancha, sin sacrificios y sin entregas al otro, con los egoísmos que, al fin y al cabo, van con nuestra naturaleza y ante los cuales no nos recomiendan objetar; si se nos abre un camino hacia la eternidad que sea mundano, sin trabas, sanguíneo y primitivo pero que responda a los instintos más bajos de la especie humana y que eso nos deleite los sentidos dando gusto a nuestro gusto y capricho a nuestro parecer y necesidad momentánea; si se nos ofrece la posibilidad de alcanzar la riqueza de la materia sin, por eso, dejar paso a la bondad del espíritu y a la verdadera naturaleza que nos conforma…



Esto dicho, arriba, sería como un, a modo, de ejemplo de lo que sería la puerta ancha de la que habla Jesús en el texto de Mateo. Sin embargo, nosotros sabemos que no es así, que lo que nos conviene no es aceptar cualquier propuesta que se nos haga de cualquier clase de presunta “creencia”. Nosotros sabemos que la Verdad, en mayúsculas, no reside, ni está, ni siquiera pasa, por adoptar, para nuestro corazón, un supuesto bien que es más llevadero que hacer cumplir, en nuestras vidas, la voluntad de Dios. Es más, como dice San Pablo en su Segunda Epístola a Timoteo (2,19) “Tus palabras deben fortalecer la sana doctrina” . No es, éste, un consejo vano ni alejado de lo que, en realidad, debemos hacer, sino que resulta conveniente evitar “las palabrerías profanas, pues los que a ellas se dan crecerán cada vez más en impiedad, y su palabra irá cundiendo como gangrena” (2 Tm 2, 16-17)



Por eso no nos conviene seguir cualquier doctrina ni atenernos a lo que cualquiera pueda decirnos en materia de Fe y de creencia. Sabemos que en Cristo está la Verdad, y que esa Verdad nos ha de hacer libres. Y que dio a Pedro las llaves del Reino de Dios y que, a través, de los siglos, le han llegado a Benedicto XVI. Y, sobre todo, sobre todo, que “a un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable, con todos, pronto a enseñar, sufrido, y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad, y volver al buen sentido, librándose de los lazos del diablo que los tiene cautivos, rendidos a su voluntad” (2 Tm 2, 24-26)



Y por eso no todo en la Fe es lo mismo, porque sabemos, los creyentes en Dios, Hijo y Espíritu Santo y tenemos por Madre a María Virgen que los lazos del diablo de los que habla, en su misiva a Timoteo, Pablo, de Tarso y converso, pretenden rodearnos para asfixiar, si es posible, el verdadero aliento que, en nuestra concepción, nos insufló Dios.



Por eso, ni todo es igual ni todo lo podemos tener por igual. Al menos por lo de ser agradecidos.

 
 
Eleuterio Fernández Guzmán
 
Publicado en Acción Digital

Jesús es el Reino





 

Jueves XXXII del tiempo ordinario





Lc 17,20-25



“En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: ‘El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘Vedlo aquí o allá’, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros’.



Dijo a sus discípulos: ‘Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: ‘Vedlo aquí, vedlo allá’. No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación’".



COMENTARIO



Muchos de los contemporáneos de Jesús se mostraban deseosos de que el Reino de Dios llegara al mundo. Esperaban una lucha en contra de los enemigos del pueblo elegido por el Creador y, tras la misma vencer e instaurar en la tierra aquel tan anhelado Reino.



Jesús, sin embargo, no traía guerra sino amor y no venganza sino misericordia. Por eso avisa para prevenir en contra de aquellos que digan que el Reino de Dios había llegado porque Él es el Reino de Dios y en Él mismo se encierra toda la Verdad del Padre.



Antes hay que sufrir mucho. Dice Cristo que antes de que se instaure definitivamente el Reino de Dios aquellos que le siguen tendrán que padecer persecución y, además, ser reprobados por las generaciones. Sin embargo, la esperanza de su vuelta ha de llenar los corazones de sus discípulos.





JESÚS, frente a los que no comprendían tu misión y no entendían que eras la paz y no la guerra les dices que muchos se presentarán en su nombre. Tú eres el Reino de Dios y, aunque muchos no te comprendieran e, incluso ahora mismo, muchos te rechacen, tu segunda venida certificara que todo es verdad porque Tú eres la Verdad.





Eleuterio Fernández Guzmán





9 de noviembre de 2011

El Templo es Cristo




Dedicación de la Basílica del Laterano en Roma




Jn 2,13-22




“Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: ‘Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado’. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará.



Los judíos entonces le replicaron diciéndole: ‘Qué señal nos muestras para obrar así?’. Jesús les respondió: ‘Destruid este templo y en tres días lo levantaré’. Los judíos le contestaron: ‘Cuarenta y seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?’. Pero Él hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús.



COMENTARIO



A Jesús lo devoraba el celo de la Casa de su Padre. No era ira humana sino que, en todo caso, procedía del amor de Cristo por Dios. Por eso no podía soportar que se utilizara el Templo como lugar para negociar con aquello que, además, se consideraba propio de la religión pero que se había tergiversado hasta hacerlo algo demasiado materialista.





Jesús dice, por eso mismo, que si de destruye el Templo Él lo construirá en tres días. No comprenden, aquellos que le escuchan, lo que quiere decir porque escuchaban con oídos de hombres y no de hijos de Dios. Sin embargo, Jesús se refería a Él mismo, que iba a ser el verdadero Templo de Dios.



Tuvo que producirse la Resurrección de Cristo para que aquellos que lo habían escuchado y vivido con el Hijo de Dios comprendieran que se refería a Él mismo. Resucitó, en efecto, al tercer día y, desde entonces, todos supieron que todo era cierto y, entonces, creyeron.





JESÚS, cuando echaste a los cambistas del Templo sólo actuaste llevado por amor a Dios y eso te dignificó. Hiciste lo que tenías que hacer y otra cosa no se podía esperar del Hijo que ama al Padre y ve cómo actúan algunos contra su voluntad. Nosotros, sin embargo, somos a veces como aquellos que comerciaban con la fe.





Eleuterio Fernández Guzmán





8 de noviembre de 2011

Somos pecadores ante Dios




Martes XXXII del tiempo ordinario







Lc 17,7-10





“En aquel tiempo, el Señor dijo: ‘¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: ‘Pasa al momento y ponte a la mesa?’. ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?’. ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’’”.







COMENTARIO





Pensamos, en demasiadas ocasiones, que no hacemos mal las cosas y que, en realidad, nuestra forma de actuar no está muy alejada de la voluntad de Dios. Miramos con nuestros ojos humanos y, en muchas ocasiones, distorsionamos la realidad.





Somos hijos de Dios y sabemos o deberíamos saber que todo se lo debemos al Creador. Desde nuestra vida hasta los dones y gracias que nos entrega pasando por todo aquello de lo que podemos disfrutar. Y, además de esto, somos pecadores a pesar de que Dios todo nos lo ha dado.





Dice Jesús que somos “siervos inútiles”. Con esto no quería zaherir sin sentido y porque sí a los que le oían sino que pretendía que comprendiesen que a pesar de lo bien que pudieran hacer las cosas todo se lo tenían que agradecer a Dios. Y, al contrario, pedir perdón cuando no lo hicieran como debían.







JESÚS, nos dices que somos poca cosa porque, en realidad, es lo que somos. Dios, nuestro Padre, nos lo da todo y de tal todo tenemos que dar gracias y hacerlo rendir lo más posible. A pesar de que sabemos lo que somos miramos para otro lado y hacemos como si Dios no nos viese cuando, precisamente, ve en lo secreto de nuestro corazón.









Eleuterio Fernández Guzmán







7 de noviembre de 2011

Tener fe



Lunes XXXII del tiempo ordinario


Lc 17,1-6


“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Cuidaos de vosotros mismos.

‘Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, le perdonarás’.

Dijeron los apóstoles al Señor; ‘Auméntanos la fe’. El Señor dijo: ‘Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido’.


COMENTARIO

Podemos pensar que basta con el hecho de pecar como para sintamos que hemos actuado de forma perversa. Si eso se refiere a nosotros mismo es más que cierto. Y, sin embargo, no podemos olvidar que podemos hacer más que lo posible para que otros caigan en el pecado y eso no puede ser agradable a Dios.

El perdón es, más que nada, manifestación de un corazón justo y que actúa de acuerdo a la Ley de Dios. Y no una o dos veces sino tantas como sea necesario. Por eso, no por perdonar una vez nos asegura estar de acuerdo con Dios. Él perdona siempre y es lo que quiere que hagamos nosotros, hijos tuyos.

Por último, a veces creemos que tenemos fe porque rezamos y nos dirigimos, mal que bien, a Dios. Sin embargo, para Cristo (Hijo de Dios y segunda persona de la Santísima Trinidad) la fe es algo más importante y, por eso mismo, nos dice que es más que probable que tengamos tanta como creamos.

JESÚS, tener fe y perdonar son expresión de una misma realidad espiritual. Por eso mismo recomiendas perdonar siempre y, sobre todo, tener fe. Sin embargo, nosotros, en demasiadas ocasiones ni hacemos una cosa ni tenemos la otra.




Eleuterio Fernández Guzmán


6 de noviembre de 2011

Sobre celibatos y mundanidades







El tema del celibato sacerdotal es uno a los que se recurre, de parte de los que persiguen a la Iglesia católica, para causar malestar a la Esposa de Cristo. Ciertamente, es uno que lo es importante porque que el sacerdote sea célibe no es capricho ni de la Iglesia católica ni del sacerdote.

Documentos significativos

Algo, mínimo pero importante, sobre el celibato, en el seno de la Iglesia católica, es lo siguiente:

1.-En el libro II, Parte I, Título III, Capítulo III del Código de Derecho Canónico (“De las obligaciones y derechos de los clérigos” ), concretamente en el c. 277.1 se dice:
“1 Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios, mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres” 
Y esto parece una, digamos, explicación, aceptable.

2.-En la encíclica Ad catholici sacerdotti, Pío XI dejó escrito el entonces Santo Padre:
“Íntimamente unida con la piedad, de la cual le ha de venir su hermosura y aun la misma firmeza, es aquella otra preciosísima perla del sacerdocio católico, la castidad, de cuya perfecta guarda en toda su integridad tienen los clérigos de la Iglesia latina constituidos en órdenes mayores obligación tan grave que su quebrantamiento sería además sacrilegio. Y si los de las Iglesias orientales no están sujetos a esta ley en todo su rigor, no obstante, aun entre ellos es muy considerado el celibato eclesiástico, y en ciertos casos, especialmente en los más altos grados de la jerarquía, requisito necesario y obligatorio” (47)

3.-En la Exhortación apostólica Menti nostrae, Pío XII manifestó, sobre el celibato, lo siguiente:
“El sacerdote tiene como campo de su propia actividad todo lo que se refiere a la vida sobrenatural, y es órgano de comunicación y de incremento de la misma vida en el Cuerpo místico de Cristo. Por eso es necesario que renuncie a todo lo que es del mundo para cuidar solamente aquello que es del Señor. Y, precisamente porque debe estar libre de preocupaciones del mundo para dedicarse por entero al servicio divino, la Iglesia ha establecido la ley del celibato, para que fuese siempre más manifiesto a todos que el sacerdote es ministro de Dios y padre de las almas. Con la ley del celibato, el sacerdote, más que perder el don y el oficio de la paternidad, lo aumenta hasta el infinito, porque, si no engendra hijos para esta vida terrena y caduca, los engendra para la celestial y eterna.
Cuanto más refulge la castidad sacerdotal, tanto más viene a ser el sacerdote, junto con Cristo, hostia pura, hostia santa, hostia inmaculada” 
(17)

4.-En la Encíclica Sacerdotii nostri primordia, el Beato Juan XXIII dice lo siguiente al respecto del celibato sacerdotal:
“¡Cuánta gracia atraen para la Iglesia los sacerdotes fieles a esta virtud excelsa! Con Pío XI, Nos la consideramos como la gloria más pura del sacerdocio católico, y ‘por lo que se refiere al alma sacerdotal, nos parece que responde de la manera más digna y conveniente a los designios y deseos del sacratísimo Corazón de Jesús’ Pensaba el Cura de Ars en este designio del amor divino cuando exclamó: ‘El sacerdocio: he aquí el amor del Corazón de Jesús’ (31)
Y escribe sobre gracia y gloria... algo bastante difícil de entender hoy día.

5.- En la Exhortación apostólica Pastore dabo vobis, Juan Pablo II Magno dijo, sobre el celibato que:
“Ahora bien, la educación al amor responsable y la madurez afectiva de la persona son muy necesarias para quien, como el presbítero, está llamado al celibato, o sea, a ofrecer, con la gracia del Espíritu y con la respuesta libre de la propia voluntad, la totalidad de su amor y de su solicitud a Jesucristo y a la Iglesia. A la vista del compromiso del celibato, la madurez afectiva ha de saber incluir, dentro de las relaciones humanas de serena amistad y profunda fraternidad, un gran amor, vivo y personal, a Jesucristo” 
Por último, En el discurso del Santo Padre Benedicto XVI, al Primer Grupo de Obispos de La República Democrática del Congo en Visita "Ad Limina" (el viernes 27 de enero de 2006) dijo lo siguiente:
“Viviendo fielmente la castidad en el celibato, el sacerdote manifestará que todo su ser es entrega de sí mismo a Dios y a sus hermanos” 

Por tanto, no puede decirse (aún siendo poco lo que aquí traído) que el celibato sea una realidad material y espiritual de poca importancia para el católico y, así, para el sacerdote católico. Muy al contrario, es una virtud importante y necesaria.

Otra cosa que se considere contraria a lo, brevemente, expuesto aquí es, simplemente, pura mundanidad.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Ser prudentes y estar preparados



 Domingo XXXII (A) del tiempo ordinario


Mt 25,1-13


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: ‘El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron.

‘Mas a media noche se oyó un grito: ‘¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!’. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan’. Pero las prudentes replicaron: ‘No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis’. Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta.

‘Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’. Pero él respondió: ‘En verdad os digo que no os conozco’. Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora”.



COMENTARIO

Es posible que pensemos que, como no sabemos cuándo nos llamará Dios a comparecer ante su tribunal no hace falta que nos preparemos porque, en realidad, es poco importante tal preparación. Y esto supone desconocer lo que nos jugamos que no es otra cosa que la vida eterna.

Podemos ser como las novias necias o como las novias precavidas. Las primeras no se preocuparon de prepararse y no entraron para casarse. Quedaron fuera. Sin embargo, las segundas, sabiendo lo que les convenía, tenían el aceite, la luz, preparada. Supieron que les convenía y así actuaron.

Es bien cierto, por eso mismo, que no sabemos cuándo será el momento pero sí debemos saber, si no pretextamos una ignorancia que no se entendería, cuál ha de ser nuestra forma de actuar y que no es otra que prepararnos espiritualmente para tal momento. No seamos como las novias necias sino como las sabias.


JESÚS, quieres lo mejor para tus hermanos en la fe y para tus hijos en cuanto Dios. Nos dices, por eso mismo, que debemos estar preparados y tal preparación ha de arraigar en el cumplimiento de la voluntad de Dios y en el seguimiento de su Ley. Sin embargo, a nosotros, en muchas ocasiones, no nos conviene ni la una ni la otra.


Eleuterio Fernández Guzmán