24 de septiembre de 2011

Temer a la Verdad




Sábado XXV del tiempo ordinario



La Virgen de la Merced



Lc 9,43b-45



“En aquel tiempo, estando todos maravillados por todas las cosas que Jesús hacía, dijo a sus discípulos: ‘Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres’. Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto."



COMENTARIO







Ante algo que es verdadero podemos hacer dos cosas: aceptarlo como es o intentar mirar para otro lado porque no nos gusta lo que representa para nosotros y para nuestra vida. Jesús, al decir sobre el qué de su vida a sus discípulos los sometió a tal situación.





Ser entregado a los hombres para que los hombres acaben con su vida era lo que, exactamente, iba a suceder. Sin embargo, nos dice el evangelista Lucas que sus discípulos no entendían lo que les decía porque aún no había llegado el momento adecuado que era el de la resurrección del Hijo de Dios. Entonces entenderían todo.





Tenían temor de preguntar. A veces tenemos miedo ante lo que nos pueda pasar si eso no conviene a nuestra vida y a nuestras particulares circunstancias. Dios siempre vela por nosotros pero, incluso así, la verdad es difícil de sobrellevar si no se tiene un fondo espiritual fuerte y gozoso.








JESÚS, lo que les dijiste, en aquellos momentos, a tus discípulos, era difícil de sobrellevar. Te iban a entregar y a matar… no era, eso, nada fácil para los que te seguían desde hacía tiempo y te amaban. No querían, siquiera, entenderlo porque no cabía en cabeza humana que eso pudiera suceder. La verdad es así… cierta y verdadera y, es más, no tiene más remedio que la aceptación de la misma.







Eleuterio Fernández Guzmán







23 de septiembre de 2011

¿Quién es Cristo para nosotros?


Viernes XXV del tiempo ordinario


Lc 9,18-22

“Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: ‘¿Quién dice la gente que soy yo?’. Ellos respondieron: ‘Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado’. Les dijo: ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’. Pedro le contestó: ‘El Cristo de Dios’. Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: ‘El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día’”.


COMENTARIO


 El pueblo judío, elegido por Dios para llevar su Palabra al mundo, llevaba mucho tiempo esperando la llegada del Mesías. Cuando Cristo nace y es adorado por unos reyes llegados de allende las fronteras de Israel pocos saben lo que, en realidad, está pasando y aún se aferran a sus creencias que se acaban de cumplir.  

Sin embargo, Jesús quiere saber qué opinan sus contemporáneos de Él. Como, en realidad, no saben quién es, cada cual dice lo que le parece. Solo uno de ellos, Pedro, sabe responder con la verdad por delante y sabiendo lo que dice porque se lo ha revelado el Espíritu de Dios.  

“El Cristo de Dios”. Dice Pedro que Jesús es el Enviado, el Ungido… el Cristo del Padre que tenía que venir al mundo para salvar a la humanidad de su caída. Y está en lo cierto. Por eso, Jesús le revela lo que le tiene que pasar y le pone en conocimiento de la Verdad que muchos no son capaces de ver.  


JESÚS, querer conocer qué pensaban de ti aquellos que te rodeaban te hizo pensar que muchos, en realidad, te desconocían. Pedro, sin embargo, sabía, por inspiración del Espíritu Santo quien eras aunque no por eso dejó de traicionarte.




Eleuterio Fernández Guzmán




22 de septiembre de 2011

Tener a Dios en nuestra vida





Es bien cierto que los católicos, y es de suponer que también el resto de cristianos, tenemos la voluntad expresa en nuestro corazón de que el Creador, Dios mismo, no nos abandone nunca. Así, seguimos las huellas que deja en nuestra vida y, si eso es posible y somos capaces de aislarnos del mundo y sus pretensiones, nos acercamos a Él a través de la oración y el rezo.
Tener a Dios en nuestra vida es, por eso mismo, lo que siempre debemos querer para llevar una existencia de la que se pueda decir que es, legítimamente, luz para el mundo y sal para la humanidad.
Muchos católicos pueden creer que su vida no material o, lo que es lo mismo, espiritual, da comienzo cuando quieren ellos. Es decir que sólo cuando llegan a la conclusión de que necesitan profundizar en su fe es cuando, en realidad, tienen la vida espiritual. Pues nada más lejos de la realidad.
Podemos decir que lo que podemos considerar espiritualidad de nuestra existencia comienza, da comienzo, con nuestro mismo bautismo. En tal momento se nos perdona el pecado original y, tras habernos infundido el Espíritu Santo, podemos ser considerados hijos de Dios con todas sus consecuencias y no sólo creación del Padre que, de querer, se pierde sin remedio para la salvación eterna.
De tal manera crecemos como hijos de Dios que bien podemos decir que, de otra manera, nuestra edad física no irá pareja a la que lo es espiritual que se quedará en el momento en el que se nos bautiza si, en realidad, no avanzamos en considerar que Dios está siempre en nuestra vida y a nuestro lado.
Posteriormente, nuestra propia familia, la participación en grupos parroquiales o en algún movimiento de los que existen en el seno de la Iglesia católica nos procurará un fondo espiritual que dará solidez a nuestra vida del alma. Formación y crecimiento interior irán de la mano de tal manera que sólo el segundo se sustentará en la primera.
Si tenemos a Dios en nuestra vida creceremos, también, como personas que se saben privilegiadas por haber aceptado la presencia del Padre en sus vidas y serán, por eso mismo, mensajeros de una paz eterna y de un amor que no conoce límite sino, en todo caso, el rechazo de quien no lo quiera admitir con bueno y benéfico para su vivir diario y ordinario.
Tener, pues a Dios en nuestra vida sirve de sustento a nuestro camino hacia su definitivo Reino y podemos decir que sin tal presencia será difícil perseverar en tal intento escatológico y, al fin y al cabo, devendremos hijos que se sienten huérfanos de padre.
Padre Nuestro,
que acompañas nuestra existencia
con un amor misericordioso y dulce,
Tú que eres como el cauce
por el que discurre el devenir
de nuestro ser;
Tú que imaginaste para nosotros
un mundo lleno de tu gloria
que fuera aceptada por tu semejanza;
Tú que quieres que nuestro corazón
sea de carne y no de piedra
y, por eso, nos miras con ojos
de Amor y de Esperanza.
Padre Nuestro, Dios Creador
que sostienes tu creación y a tus
creaturas, permítenos que te agradezcamos
tus gracias y la merced tan grande
de considerarnos hijos tuyos.
Amén.
Y es que Dios, Padre Nuestro, siempre está a nuestro lado y en nuestra vida sembró, con nuestra creación, una semilla tierna que crece con el Agua Vida de Su Palabra.
Gracias sean dadas, siempre, siempre, siempre, a Quien quiere, de nosotros, un fluir exacto de su Amor en nuestro corazón. Así tenemos a Dios a nuestro lado y así, sólo así, somos, en verdad, hijos suyos.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Análisis Digital

Cuando el Mal busca al Bien




Jueves XXV del tiempo ordinario





Lc 9,7-9







“En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Herodes dijo: ‘A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?’. Y buscaba verle."





COMENTARIO





Herodes sentía curiosidad por conocer a Jesús. En el Maestro no buscaba la enseñanza pues quien cree que está en posesión de la verdad, su verdad particular, para nada necesita que se la enseñen o muestren.





Herodes necesitaba ver a Jesús porque sabía que era, digamos, el Maestro de moda y quería saber qué era lo que le podía decir. Era una curiosidad llevada por el Mal porque no encerraba una bondad del corazón sino, en todo caso, una maldad intrínseca.



Buscaba verle. Dice el texto del evangelio de san Lucas que quería verle. Sin embargo, cuando se quiere tener conocimiento para recibir el bien todo es bienvenido. Por eso, precisamente, por eso, en el momento de la Pasión de Nuestro Señor, Herodes no quería más que entretenimiento y no conocimiento de la Verdad.






JESÚS, Herodes te buscaba. No lo hacía porque quisiese aprender de ti sino exactamente porque necesitaba conocerte para ver qué podía obtener de tal conocimiento. Mal que busca al Bien para maltratarlo y hacerlo de menos. Eso, exactamente eso, nos pasa a veces a nosotros.









Eleuterio Fernández Guzmán







21 de septiembre de 2011

Fumar durante el embarazo










Habiendo dejado el tabaco hace bastantes años, me sorprendió la saludable propaganda de un paquete de cigarrillos: Se muestra un no nacido en el vientre de su madre. Sobre la imagen se lee: "Las autoridades sanitarias advierten". En la parte inferior, la advertencia: "fumar durante el embarazo perjudica la salud de su hijo". No se especifica la edad del embrión o feto, basta estar embarazada para considerarlo un hijo al que se puede dañar fumando.

Pero mi sorpresa no aconteció por la información sanitaria, que he de suponer buena, sino porque resulta que esa misma madre adquirió recientemente el "derecho" de matar a su hijo sin necesidad de fumar. No sé si vivimos en una sociedad plagada de hipocresía, de contradicciones, de sinrazones o de qué, para engendrar tales dislates. Y sé que es políticamente incorrecto afirmar que esto es un desatino. Hasta ese punto ha llegado nuestra irreflexión. Fumar es malísimo -y lo es-, pero matar, por muy pequeñito que sea el hijo, puede ser hasta bueno. Para algunos, una nueva libertad conquistada.

Prácticamente, estamos en época electoral. Por cierto, en la anterior, el candidato ganador había prometido que en la legislatura ahora finiquitada no iría una nueva ley del aborto, aunque después fue. Y sucedió así como petición del partido gobernante, olvidando a la gran mayoría de sus votantes no afiliados al partido. No hablo en términos políticos, pido la expresión de la verdad en las campañas electorales para que los ciudadanos sepan de veras a qué atenerse. Y es muy posible que en estos meses se obvie esta ley alegando que estamos en otras preocupaciones: las económicas. Pues si es así, se estará triturando la vida, que es la razón de la economía pero, además, puestos a ahorrar, vamos a empezar economizando tiempo y dinero en esta lamentable actividad.

Yo vivía en Italia cuando se hizo el referéndum sobre el aborto y las razones de los partidarios eran, como siempre, puramente emocionales, sin ahondar en la cuestión: destruir una vida y dejar, con muchas probabilidades, una serie de secuelas en la madre, que nadie se ocupará de llevar ni siquiera a una anónima estadística. Recuerdo uno de los eslóganes pro-abortistas: Te tirarán a la cara la foto de tu hijo para hacerte votar como vota Almirante. Éste era jefe de filas del MSI, considerado como sucesor del fascismo. Y, claro, nada peor para un italiano que votar como Almirante. Lo que estaba en cuestión dejaba de interesar, se movía la atención hacia otra parte.

Cuando en España se hizo la primera ley contra la vida del no nacido, se habló y se escribió acerca del "drama del aborto". Así decían sus partidarios para afirmar de seguido que, aún siendo trágico, había casos en los que se concebía imprescindible. El ejemplo habitual fue el de la violada o el del hijo que venía con malformaciones. Este segundo ejemplo se utilizó menos porque no era muy correcto con los discapacitados. El resultado fue que el noventa y tantos por ciento de los abortos practicados tuvieron como causa la salud psicológica de la madre, en muchas ocasiones no demostrada, como se está viendo ahora en un proceso judicial conocidísimo y en curso.

Y resulta que ese juicio parece arcaico en las actuales circunstancias, en las que hemos pasado -en ocasiones, asentado por las mismas personas- del "drama del aborto" a la "ampliación de las libertades", entre las que hemos alcanzado el derecho a matar al "nasciturus". Pienso que debo esforzarme por entender a todos, pero no es igual la comprensión con el errado que la conversión del yerro en un logro social.

No escribo fundamentalmente para los que hicieron la ley, sino para aquellos que pueden derogarla. Y a quienes deseen prolongarla, les solicitaría el esfuerzo de buscar frente a la muerte, y a los problemas posteriores originados, algo más consistente que aquello de que yo no quiero que ninguna mujer vaya a la cárcel por este motivo, porque sería difícil recordar cuándo fue la última; o lo de que el embrión es un ser vivo, aunque no un ser humano. En la cajetilla de tabaco lo han olvidado: es un hijo de una embarazada sin especificaciones antropológicas. Yo tampoco pretendo la prisión para nadie, salvo para el que la merezca: tal vez principalmente quien monta un negocio ilícito e inmoral con tan serio asunto. Más que el realizado con la guerra.

José Gabaldón escribía en la Tercera de ABC que nuestro Tribunal Constitucional (Sentencia 53/1985 hasta ahora no modificada) afirmó que la vida «es un devenir» que «comienza con la gestación» y genera «un tertium existencialmente distinto de la madre», o sea, un nuevo y distinto ser humano vivo y viviente, a respetar. Por eso formuló seguidamente la obligación que tiene el Estado de «protegerlo y no obstaculizar el proceso de su desarrollo». ¿Cómo puede admitirse la constitucionalidad de una ley que otorga el derecho a dar por terminado un proceso cuya protección es deber estatal?

Y por encima de esto, ¿cómo puede negarse la vida, el derecho humano más elemental, la ética primaria?


Pablo Cabellos  Llorente
 Publicado en Las Provincias y traído a "Fe y Obras" con permiso del autor.


 

Misericordia




San Mateo, apóstol y evangelista



Mt 9,9-13



“En aquel tiempo, cuando Jesús se iba de allí, al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: ‘Sígueme’. Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: ‘¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?’. Mas Él, al oírlo, dijo: ‘No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores’".




COMENTARIO




El ser humano tiene la tendencia, quizá por sentirse así mejor, a hacer según le conviene. Algo parecido se llegó a hacer con la Ley de Dios por parte del pueblo elegido. Donde el Creador dijo lo que fuera aquellos creyentes interpretaron lo que les vino bien.



Es cierto que muchos creían que estaban salvador por el mero hecho de pertenecer al pueblo escogido por Dios pero Jesús bien sabía que las cosas no eran tan sencillas como parecían. La sangre, la herencia histórica no era suficiente. Hacía falta algo más.



Jesús llama a los que, en verdad, lo necesitan. Aquellos que cumplían la Ley de Dios no tenían nada que temer sino aquellos que, verdad, no la seguían. Aquellos estaban, espiritualmente, enfermos y eran sobre los que tenía que recaer la Misericordia de Dios.







JESÚS, muchos creían que poco tenían que hacer además de lo que ya hacían. Estaban equivocados porque, en realidad, no cumplían la Ley de Dios.








Eleuterio Fernández Guzmán







Caritas in Veritate -V –Familia humana y desarrollo


El concepto “Familia humana” juega un papel muy importante dentro de lo que se refiere al desarrollo de los pueblos. Dice Benedicto XVI del mismo que “depende sobre todo de que se reconozcan como parte de una sola familia” (CiV 53)


Así, al igual que una familia que actúa como tal haría, actuará en comunión pues, obviando los problemas que pueda haber en el seno de la misma, “familia” se contrapone, exactamente, a actuar en soledad.

Por eso, “la criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales” (CiV 53) porque actuar en comunión, haciendo comunes los esfuerzos y haciendo, para el común de la sociedad, el esfuerzo personal y la entrega, el resultado ha de ser, forzosamente, bueno.

Y aquí la Iglesia “es signo e instrumento de esta unidad “ (CiV 54) pues a modo y forma de la Santísima Trinidad, el desarrollo procede de lo que es una ”compenetración profunda” entre las partes que toman parte en él y no, como puede pensarse, de una “dispersión centrífuga” (CiV 54) como, por desgracia, muchas veces sucede.

En lo referido a lo que, de unidad, ha de haber, en los seres humanos de cara a que el desarrollo se conduzca de forma correcta, Benedicto XVI entiende importantes los siguientes elementos:


-La fraternidad y la paz.

-La existencia de de “religiones” que actúan de forma contraproducente.

-La subsidiariedad y el desarrollo.

-Aquellos que distorsionan el desarrollo.

En cuanto a lo primero, es de vital importancia que tanto una como otra sean consideradas de forma correcta. De otra forma no colaborarán en la promoción de un desarrollo uniforme y adecuado de la familia humana.

Al fin y al cabo “La revelación cristiana sobre la unidad del género humano presupone una interpretación metafísica del humanum, en la que la relacionalidad es elemento esencial” (CiV 55)

Y aquí es donde entran en juego aquellas llamadas “religiones” (que, en realidad no lo son porque, para que lo sean han de unir al hombre con Dios y al hombre con el hombre, en una doble relación vertical-horizontal y vertical-vertical)

Sobre esto dice el Santo Padre que “El mundo de hoy está siendo atravesado por algunas culturas de trasfondo religioso, que no llevan al hombre a la comunión, sino que lo aíslan en la búsqueda del bienestar individual, limitándose a gratificar las expectativas psicológicas” (CiV 55)

Se produce, aquí, una clara distorsión entre el fundamento (citado arriba) de lo que ha de ser una religión y lo que alimentan “formas de ‘religión’ que alejan a las personas unas de otras, en vez de hacer que se encuentren, y las apartan de la realidad” (CiV 55)

Por otra parte, al respecto del desarrollo no podemos olvidar la existencia del llamado “principio de subsidiariedad” que es aquel que determina que un organismo superior no debería hacer aquello que pudiera realizar de forma adecuada uno que lo sea inferior.

¿Qué destaca, como importante, Benedicto XVI sobre este principio?

Deja escrito, en el punto 58 de su tercera encíclica que “El principio de subsidiaridad debe mantenerse íntimamente unido al principio de la solidaridad y viceversa, porque así como la subsidiaridad sin la solidaridad desemboca en el particularismo social, también es cierto que la solidaridad sin la subsidiaridad acabaría en el asistencialismo que humilla al necesitado”

Por eso dice, ahí mismo (en aplicación de tal pensamiento) que “Los programas de ayuda han de adaptarse cada vez más a la forma de los programas integrados y compartidos desde la base” porque la familia humana requiere, para su desarrollo, el que no se aleje de las formas y comportamientos de quien lo esté en menor grado.

Y, como en el comportamiento humano, siempre aparecen factores que pueden tergiversar determinada actuación, también acaece tal cosa en el tema del desarrollo.

En primer lugar, Benedicto XVI considera muy grave la degradación que puede producirse, en el ámbito del turismo internacional (que tanta importancia puede tener para una nación y, así, para la familia humana) en la dignidad de la persona.

Y se refiere a que “el turismo internacional se plantea con frecuencia de manera consumista y hedonista” (CiV 61) pues a través del denominado “turismo sexual” al que “se sacrifican tantos seres humanos, incluso de tierna edad”. Esto sucede porque, sin aplicar el principio de subsidiariedad citado arriba, el turismo puede organizarse teniendo en cuenta, en exclusiva, los “modos de organización típicos de los países de origen” olvidando, de forma absoluta, los que son de los de destino y pervirtiendo, así, el correcto desarrollo.

Por otra parte, no olvida Benedicto XVI un tema muy importante en el desarrollo entendido, éste, como el que lo es de la familia humana: las migraciones.

En una familia, un miembro que se encuentre en condiciones peores que los demás no suele ser olvidado por la misma. Esto sería, además, contrario, a la propia esencia del vivir familiar.

Pues en materia de la emigración ha de suceder algo parecido porque “Todo emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación” (CiV 62)

Derechos que, en muchas ocasiones, son preteridos en aras de una mala entendida protección social de las naciones a las que llegan las personas que se ven obligadas a dejar las suyas.

Acabemos con algo que Benedicto XVI deja, digamos, como deber para toda persona: “Si el amor es inteligente, sabe encontrar también los modos de actuar según una conveniencia previsible y justa”

Y es que, al fin y al cabo, la actuación fraternal que, dentro de la familia humana, se produce, es una vía, más que buena, para que la familia humana apuntale su desarrollo.




Eleuterio Fernández Guzmán

20 de septiembre de 2011

Cumplir la voluntad de Dios


Martes XXIV del tiempo ordinario







Lc 8,19-21





“En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: ‘Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte’. Pero Él les respondió: ‘Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen’”.


 
COMENTARIO



Muchas personas seguían a Jesús en aquellos primeros tiempos. Muchos querían escuchar lo que decía pero otras pretendían tenerle trampas para ver si incumplía algún precepto de lo que decían que decía la Ley de Dios que, meticulosamente, habían adaptado a la conveniencia humana.



 
Su familia directa, su Madre y sus parientes, van a buscarlo porque, a lo mejor, les habían dicho que estaba predicando una doctrina con la que los poderosos no estaban de acuerdo. Pero Jesús sorprende, como tantas veces hace, a los que le siguen o, mejor, persiguen.



 
¿Quién es, en verdad, hermano de Cristo? Quien, en efecto, escucha lo que dice y sigue a lo que Dios Dijo: “Este es mi hijo amado. Escuchadle”. Escucha y, luego, no olvida lo que ha escuchado y lo pone en práctica: ama, perdona, se entrega a los demás, sirve… Tal es la persona que, diciendo ser creyente y hermano de Jesucristo, lo demuestra a Dios.



JESÚS, bien sabías que muchos te seguían tan sólo para oír a un Maestro que era famoso entre los del pueblo elegido por Dios. Sin embargo, bien sabías, también, que sólo quien te escucha y cumple la voluntad del Creador es, verdaderamente, hermano tuyo. Por eso, muchas veces puede dar la impresión de que nosotros no lo somos.


 
Eleuterio Fernández Guzmán




Laicidad positiva

Hace muchos siglos que un Maestro galileo, cuando le presentaron una moneda del emperador de turno para ver qué opinaba sobre los impuestos con que el romano sangraba al judío, dio una respuesta que no se esperaban aquellos que le preguntaron: dad al César lo que del César y a Dios lo que es de Dios.

Desde entonces, quedó perfectamente claro que, para los discípulos de Jesucristo, había una separación entre la Iglesia y la organización llamada Estado.

Así, y tras el paso de los siglos desde que triunfara la ideología de la Revolución Francesa, se ha llegado a una situación según la cual la separación referida arriba puede ser llevada hasta un punto en el que se apodere del Estado una ideología que no entienda algo que es esencial: separación no es opresión ni, entonces, situar a la Iglesia y a su doctrina, a los pies de los caballos.

Entonces lo que abunda es, más bien, un laicismo lacerante y opresor.

Pero, ante esto, Benedicto XVI propuso algo que es, en sí mismo, una respuesta adecuada a tales extremas ansias de poder: la laicidad positiva, cuyo envés (cual si de una hoja habláramos) es el laicismo extremo. Así, muchas acciones políticas quieren dejar una huella en la vida de la nación en la que lo religioso sea preterido o, como poco, apartado de la vida ordinaria.

Tal es una actuación que no se aviene con un comportamiento que podamos considerar presentable pero que, sobre todo, olvida que la gran mayoría, caso de España, de las personas que constituimos nuestra nación tenemos unas creencias que no pueden olvidarse por muy democrática que sea la elección de representantes políticos.

Pues bien, ante tamaña barbaridad social, el Santo Padre entiende de un modo mejor la situación.

Muy importante es que, de cara a los problemas medioambientales que preocupan a la sociedad, “la comunidad de los creyentes puede y quiere participar en ello, pero para hacerlo es necesario que se reconozca su papel público”.

Es decir, que una cosa que es que no haya preocupación por los cristianos pero otra cosa, muy distinta, es que se pueda hacer escarnio de lo que podamos dar a entender de acuerdo con la doctrina de Cristo en el malentendido según el cual la separación entre Iglesia y Estado impide que la primera manifieste nada al respecto del segundo.

Y todo lo que acaece tiene un origen claro y diáfano: el relativismo se ha apropiado del pensamiento de ciertas ideologías. Por eso dice Benedicto XVI que “Es evidente que si se considera el relativismo como un elemento constitutivo esencial de la democracia se corre el riesgo de concebir la laicidad sólo en términos de exclusión o, más exactamente, de rechazo de la importancia social del hecho religioso”.

No vale, ni es entendible, por lo tanto, que lo religioso sea excluido del funcionamiento ordinario de una sociedad democrática. Es más, ni es entendible ni se puede aceptar como hipótesis. Por eso es laicista la sociedad en la que se va más allá de la correspondiente distancia que tiene que haber entre quien ostenta el poder político y quien, desde el respeto y la consideración, dirige la Iglesia católica.

Por eso el Santo Padre propone una realidad muy distinta y que no es otra que la ya citada laicidad positiva.

Es positiva la laicidad cuando, a pesar de la necesaria separación no se pierden las “referencias fundadas en la verdad del hombre” porque ellas constituyen la verdad misma de la convivencia.

Y es positiva la laicidad cuando no existe “hostilidad, por no decir de menosprecio, hacia la religión, en particular la religión cristiana” porque cuando se incurre en tal desviación de poder se hace flaco favor a la realidad del pensamiento mayoritario de la sociedad; también cuando se reconoce el papel público de la “comunidad de creyentes” que no pueden entender cómo es posible que se haga otra cosa.

Por eso resulta necesario que exista una relación justa entre el Estado y la Iglesia católica. De otra forma, se da forma a una sociedad en la que falta la esencia misma de su constitución y donde se falsea el fondo que la llama a ser lo que es.


 


Eleuterio Fernández Guzmán




Publicado en Acción Digital

19 de septiembre de 2011

Para salvarte (Jorge Loring)

Para salvarte


Título: Para salvarte
Autor: Jorge Loring, S.I.
Editorial: Edibesa
Páginas: 1.003
Precio aprox.: 16€
ISBN: 84-85662-96-2
Año edición: 2008
Lo puedes adquirir en Editorial Edibesa   y también se puede adquirir en la Editorial Católica   Spiritus Media . Si, además, lo quiere dedicado por el autor, se lo puede pedir a jorgeloring@gmail.com





Este libro es algo atípico. Lo es, también, su autor y, en general, podemos decir que, además, es una enciclopedia relativa a doctrina católica sobre 500 temas.
Si por enciclopedia se entiende el conjunto de todas las ciencias, bien podemos decir que “Para salvarte” acoge, en sus páginas, todo lo que un católico debe conocer acerca de su fe o, mejor, acerca del conocimiento y aplicación de su fe. Y lo hace con la no despreciable cifra de 5.000 notas a pie de página.
¿Quién no se ha preguntado, por ejemplo, cómo está la cuestión, para la Iglesia católica, de la evolución? o ¿Quién no se pregunta sobre el cielo, el infierno y el purgatorio? o, también ¿Quién no quiere tener un conocimiento lo más acertado posible sobre la historicidad de los Evangelios?
Pues estas preguntas no son más que tres. En realidad,cualquier católico puede plantearse cientos y cientos de ellas que, en alguna ocasión, le han producido algún tipo de malestar espiritual consistente en no saber, exactamente, qué dice su fe al respecto porque es bien cierto que todo no podemos conocerlo y, a veces, ni siquiera intuirlo.
Pues Jorge Loring, trabajador incansable (el libro lleva casi 60 ediciones completando, en cada una de ellas, el texto pero dejando como base un arsenal de conocimiento, francamente, inimaginable) nos propone, en su texto, un vislumbrar lo que, en concreto, es nuestra fe y a qué se refiere la misma, el contenido de los aspectos que deberíamos conocer y, sobre todo, lo que cualquier católico quiera saber: las razones de su misma fe.
Así, desde lo que es la creación, el origen del cosmos, hasta los denominados “novísimos”, pasando por el origen del hombre, la Santísima Trinidad, todo lo relacionado con la Iglesia católica y la vida sobrenatural. Tampoco podía faltar el análisis de la Eucaristía, de la Confesión, sus partes (y el pecado) y del contenido de los mandamientos de la Ley de Dios así como el análisis de los Sacramentos.
Pero, como no le parecía, a lo mejor, suficiente, al perseverante jesuita y, seguramente, para tener a mano todo un repertorio de oraciones y prácticas católicas, añade una serie de apéndices donde podemos encontrar oraciones para después de comulgar (no conviene que recibamos al Señor en campo yermo de espíritu), la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús o al Inmaculado Corazón de Maríao novenas al Sagrado Corazón o a la Santísima Virgen, además del Santo Rosario o la bendición de la mesa
Pero no acaba ahí la cosa porque nos ofrece una relación de más de 100 libros que considera buenos y benéficos para nuestro espíritu “De más de 2.000 libros de formación religiosa leídos y enjuiciados por mí”, aunque no olvidemos que “los libros citados a pie de página de este libro, no todos son recomendables” pues es bien cierto que se trata de una obra que, precisamente por su ortodoxia católica ha de recoger lo que no es, precisamente, muy católico. En este sentido se trata de una enciclopedia que ayuda, además, a discernir.
Nos plantea, además, más de 100 preguntas para que comprobemos lo que, en realidad, sabemos de nuestra fe. En caso de fallar muchas, tener a mano este libro de Jorge Loring puede servir, muy bien, de tabla de salvamento ante el naufragio espiritual en el que, a lo mejor, vivimos y existimos.
Y ya para terminar, cuando se lee un libro con intención de decir algo sobre el mismo, se debe hacer una recomendación de a qué tipo de personas puede ir dirigido. En este caso particular deberían ser las siguientes:
  • Para que los no católicos se informen de lo que es la fe y la Iglesia Católica.
  • Para todo creyente católico que tenga alguna duda sobre el fundamento de su fe.
  • Para todo creyente católico que quiera tener una formación sólida de su fe.
  • Para todo creyente católico que quiera adquirir un bagaje católico digno de tener en cuenta.
  • Para todo creyente católico que quiera defender su fe sabiendo cómo.
  • Para todo creyente católico que, en definitiva, busque la Verdad y quiera salvarse.
Pues para todo eso, y mucho más, se puede utilizar el “Para salvarte” del Padre Loring. El mismo título lo dice.





Eleuterio Fernández Guzmán

Totus Tuus. La intervención de la Virgen en la vida del beato Juan Pablo II (Mons. Jaime Fuentes)



Totus Tuus. La intervención de la Virgen en la vida del beato Juan Pablo II

Título: Totus Tuus. La intervención de la Virgen en la vida del beato Juan Pablo II
Autor: Mons. Jaime Fuentes, Obispo de Minas – Uruguay
Editorial: Cobel Ediciones
Páginas: 212
ISBN:978-84-15024-51-1
Precio aprox.: 14,95€
Año edición: 2011
Lo puedes adquirir en Cobel Ediciones


Cuando un católico se acerca a la figura del beato Juan Pablo II se da cuenta, nada más hacer eso, que el Papa que viniera del otro lado del telón de acero, tenía un amor especial por la Theotokos, la Madre de Dios. Y no era un acercamiento, sólo, arrobado del hijo por su Madre sino, además, que lo era de quien sabe que María, aquella joven que dijo sí a Gabriel, es, en efecto, quien “está llamada a llevar a todos al Redentor” (p. 37).
Pues bien, el autor de “Totus Tuus. La intervención de la Virgen en la vida del Beato Juan Pablo II” demuestra conocer que eso es, esencialmente, cierto.
Monseñor Jaime Fuentes, a la sazón Obispo de Minas (Uruguay) conoció, de primera mano, al beato Juan Pablo II. Es más, así lo dice cuando nos ofrece un testimonio impagable: el 20 de mayo de 1992 concelebró la Santa Misa con el ya beato de la Iglesia católica. Nos dice, así, que “recé con el Papa de la manera más sencilla, uniéndome con toda el alma a su oración “(p. 167).
Pues el Obispo de Minas ha investigado acerca de la influencia que ha tenido la Virgen María en la existencia de quien, precisamente, escogió como lema de su obispado, el de “Totus Tuus” recordando lo que el mismo beato dice en “Cruzando el umbral de la esperanza” que es que “Gracias a san Luis Grignion de Montfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre de Dios es, en cambio, justamente cristocéntrica, es más, está profundamente enraizada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación y de la Redención“.
A lo largo de los 12 capítulos que comprende el libro de don Jaime Fuentes el lector puede darse cuenta de que, en realidad, “Karol Wojtyla entrelazó y vivió con María una tierna, filial y persistente relación, amándola y recibiéndola como Madre en el propio ‘espacio interior’ memorial del don pascual que Jesús hizo a cada discípulo suyo” (de la Presentación del libro a cargo de don Salvatore Perrella, OSM, Profesor de Teología Dogmática y Mariológica Sistemática de la Pontificia Facultad Teológica “Marianum”, de Roma).
Por eso, “a lo largo y a lo ancho del mundo, en el transcurso de sus viajes pastorales, Juan Pablo II consagrará y confiará a María Santísima la Iglesia y las naciones que visite, subrayando repetidas veces la fe en su intercesión” (p. 41) y, exactamente por eso María acompañó, como compañera fiel del camino del Siervo de Dios que tanto haría por el mundo, a la que dedicó, además de muchos pensamientos, la encíclica Redemptoris Mater momento en el que “comienza el movimiento central majestuoso, vibrante, jubiloso de un concierto cuya interpretación había empezado el día de su elección a la Cátedra de Pedo, el 16 de octubre de 1978” (p. 91) porque, en realidad, eso fue la vida espiritual del beato Juan Pablo II: “!Todo por María¡, indicando así la melodía que debía seguir mientras se acercaba al tercer milenio de la encarnación redentora del Hijo de Dios” (p. 91-92).
Tal es así que desde el principio de su pontificado, en el mismo momento de salir al balcón desde el que se dirigía a los presentes y al mundo tras ser elegido, mostró una gran confianza en la Virgen María. Por eso “Menos de un minuto habían durado las palabras de saludo del nuevo Papa y dos veces se había referido, espontáneamente, a su confianza en la Santísima Virgen” (p. 28). Por lo tanto, no es de extrañar que el autor del libro diga que “ningún otro Romano Pontífice ha enseñado tanto y tan profundamente acerca de María Santísima” (p. 137) pues, de la lectura de mismo se deduce, con bastante facilidad, que el beato Juan Pablo II quiso, para la Iglesia que pastoreaba, una verdadera “dimensión mariana” (p. 139) que, junto a la petrina (sucesores de Pedro como vicarios de Cristo) sirviera, en realidad, para “gobernar la Iglesia imitando a María” (p. 138).
Y no son pocos los casos, situaciones y ocasiones en las que el beato Juan Pablo II se apoyará en María. Tanto en el hecho de considerar a la Iglesia como propiedad de María (p. 35) como en lo relacionado con el denominado “Misterio del 13 de mayo” (p. 45) en el que el Papa polaco, en el intento de asesinato de parte de Alí Agca, entendió posible la intervención de María en la resolución de su no muerte o, por ejemplo, en lo referido al nuevo milenio en el que nos introdujo el beato Juan Pablo II (Véase, por ejemplo, la Carta apostólica Novo Millennio Ineunte) y, ya dentro del mismo, la publicación de la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (de 16 de octubre de 2002) donde agradece “a la Virgen, por medio del Rosario, la protección maternal que le ha dispensado” (p. 163) y en la que se apoya para decir que “Mediante el rezo del Rosario, la Santísima Virgen obtendrá de Dios la gracia de la conversión de los corazones” (p. 165).
Por otra parte, Cristo y María son espíritus que se relacionan de tal forma que no se entiende uno sin el otro. Por eso el beato Juan Pablo II llama a María “Mujer ‘eucarística’” (p. 170) porque en varios momentos de la vida de la Virgen (por ejemplo, en la Anunciación o en la Visitación a su prima Isabel) se convierte en “el primer ‘tabernáculo’ de la historia, anticipando así la fe eucarística de la Iglesia” (cfr. Carta enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 56, p. 171). De aquí que para el beato Juan Pablo II la intervención de la Virgen fuera decisiva para/en la historia de la salvación pues no ocupa un papel secundario sino que, como en Caná, nos impele a hacer lo que “Él” nos diga. Por eso es mediadora en muchas ocasiones como, por ejemplo, cuando devolvió a Rusia el icono de la Madre de Dios de Kazán, momento en el que “la Virgen es invocada y enviada como Mediadora…” (p. 179)
Y así podríamos estar un buen rato porque el libro escrito por don Jaime Fuentes, obispo de Minas (Uruguay) es una verdadera delicia, salida de un corazón que ama a María, para el hijo de Dios que se sabe, también, hijo de la Virgen (recordemos la entrega, en el máximo momento de Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, de la Virgen como Madre a Juan) porque le muestra, y demuestra, que si para el beato Juan Pablo II la Madre de Dios fue una importante luz en el camino que el mismo recorrió hasta que fuera llamado a la Casa del Padre, lo mismo y exactamente igual ha de significar para el resto de los que nos consideramos hijos de Dios. Y bien que lo demuestra el pastor ordenado en el episcopado el 28 de noviembre de 2010 y cuyo lema episcopal es, precisamente, “Ipsa duce” (Ella conduce) porque, en efecto, en el caso del beato Juan Pablo II así fue.
Y ya para terminar, cuando se lee un libro con intención de decir algo sobre el mismo, se debe hacer una recomendación de a qué tipo de personas puede ir dirigido. En este caso particular deberían ser las siguientes:
  • Para todos los que quieren conocer la especial relación que mantenía el beato Juan Pablo II con la Madre de Dios.
  • Para todos los que tengan necesidad de acercarse a María a través de la persona del papa polaco.
  • Para todos los que quieran comprender de dónde sacaba las fuerzas el beato Juan Pablo II para caminar por el mundo.
  • Para todos los que no entiendan que María es intercesora nuestra.
  • Para todos los que ya tienen a María como Madre suya.
  • Para todos aquellos que vean que María es una luz en el camino de la vida del creyente.

Eleuterio Fernández Guzmán

Caritas in Veritate.- IV –El desarrollo como derecho y como deber


“En las iniciativas para el desarrollo debe quedar a salvo el principio de la centralidad de la persona humana”.

Estas escasas, pero importantes, palabras, las consigna Benedicto XVI en el Capítulo Cuarto de su última encíclica, Caritas in Veritate, concretamente en el punto 47 de la misma.

En tales palabras se encierra el sentido mismo del desarrollo: es un deber para el ser humano (“iniciativa”, dice) al tener que hacer uso de los talentos que Dios le ha dado; además, es un derecho para la persona humana que se siente necesitada del mismo para realizarse como tal pero, a lo mejor, no tiene los medios para hacerlo posible.

Por tanto, en el desarrollo, desde el punto de vista cristiano, tanta importancia tiene el deber de procurarlo como para quién se procura.

Así, en el “debe” de los egoísmos, hay que dar cabida a lo siguiente: “En la actualidad, muchos pretenden pensar que no deben nada a nadie, si no es a sí mismos” (Cv 43)

¿Qué pueden aportar al desarrollo económico y, en general, de la humanidad, las personas que así piensan?

Seguramente nada sino, sólo, sufrimiento a aquellos que las rodean.

Por eso, “La exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes” (Ídem anterior) ya que el comportamiento que olvida que las necesidades de los otros son tan importantes como las suyas no es, al menos desde el punto de vista cristiano, nada adecuado ni recomendable.

Sin embargo, si algo hay muy importante y  que destaca Benedicto XVI es, como es lógico, el aspecto moral que debe afectar a todo comportamiento relacionado con el desarrollo.

No extraña, pues, que el “Responder a las exigencias morales más profundas de la persona” tenga “también importantes efectos beneficiosos en el plano económico” (Cv 45)

¿Por qué dice el Santo Padre tal cosa?

Pues, sencillamente, porque el conocer la naturaleza humana y, más aún, la que corresponde al mundo de la economía, le hace proclamar que “Conviene, sin embargo, elaborar un criterio de discernimiento válido, pues se nota un cierto abuso del adjetivo ‘ético’ que, usado de manera genérica, puede abarcar también contenidos completamente distintos, hasta el punto de hacer pasar por éticas decisiones y opciones contrarias a la justicia y al verdadero bien del hombre “ (Ídem anterior)

Y es que es muy posible que al hablar, muchas veces, de la necesidad de que el campo económico, bancario y empresarial, respete determinada ‘ética’ se quiera tergiversar el sentido de la misma para llevar el agua al molino de la parte que sale más beneficiada con el desarrollo.

Entonces, “Es necesario, pues, no recurrir, a la palabra ‘ética’ de una manera ideológicamente discriminatoria, dando a entender que no serían éticas las iniciativas no etiquetadas formalmente con esa cualificación” (Ídem anterior) pues es más que probable que encierre, tal comportamiento, malas artes perjudiciales para los sectores más empobrecidos de la sociedad.

Al fin y al cabo, juega aquí un papel muy importante la dignidad de la persona. El desarrollo no puede llevar aparejado un desprecio por aquella y ni siquiera una preterición de la misma con malsanas intenciones.

Recuerda Benedicto XVI que el hombre está hecho “a semejanza de Dios” (Gn 1, 27) y que, por eso, su dignidad no puede ser arrebatada en campo de la vida alguno. En el económico tampoco.

Por otra parte, se suele considerar, en más de una ocasión, que la naturaleza es algo que, por ejemplo, supera en mucho al mismo concepto de persona humana. Sin embargo, “Se ha de subrayar que es contrario al verdadero desarrollo considerar la naturaleza como más importante que la persona humana misma” (Cv 48)

¿Qué pasa si tal cosa se produce? (realidad, por cierto, muy común hoy día por el uso que, de la misma, hacen ciertos desnortados ecologismos)

Pues, sencillamente, que se caería en “actitudes neopaganas o de nuevo panteísmo”, pues “la salvación del hombre no puede venir únicamente de la naturaleza, entendida en el sentido puramente naturalista” (Ídem anterior)

Vemos, entonces, que el deber, en general, del ser humano, es procurar el desarrollo sin que, en tal intento, la dignidad de la persona pueda sufrir menoscabo (incluyendo, aquí, maltrato laboral, económico o social, por ejemplo) Tampoco el mismo puede ir contra la misma persona humana anteponiendo lo que es la naturaleza al ser (humano) para quien el Creador la creó y a quien se la entregó.

Entonces, ¿Qué pasa con las generaciones futuras a las que se les ha de entregar el testigo de la historia y del desarrollo?

“Debemos considerar un deber muy grave el dejar la tierra a las nuevas generaciones en un estado en el que puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola” (Cv 50)

Dice “deber muy grave” o, lo que es lo mismo, una obligación muy obligatoria, sin racanismos de entendimiento.

Y en esta labor, la “La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público” (Cv 51)

Es decir, dos cosas importantes:

-La Iglesia tiene algo que decir al respecto del desarrollo.

-La Iglesia no puede esconder la luz debajo del celemín y ha de proclamar, desde las terrazas, la doctrina, al respecto, entregad por Jesucristo.

No se puede decir que sea poca cosa, ésta, como misión para la Esposa de Cristo.

Y, claro, para nosotros, piedras vivas que le damos consistencia física y espiritual. 


Eleuterio Fernández Guzmán