15 de enero de 2011

Seguir a Cristo


15 de enero de 2011


Mc 2,13-17

 “En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: ‘Sígueme’. Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: ‘¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?. Al oír esto Jesús, les dice: “No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores’”.


COMENTARIO

El seguimiento de Cristo supone, más que nada, la manifestación de confianza en el Hijo de Dios porque, incluso entonces, era conocido que los “sabios” de su tiempo no lo apreciaban mucho y no era muy visto entre los poderosos.

Los apóstoles lo siguen. Lo dejan todo (trabajo y familia, por ejemplo). Eso también hizo Mateo que era, como Jesús, muy mal visto entre sus vecinos  aunque en este caso porque recaudaba impuestos para el invasor. Jesús lo acepta por lo que sigue.

Muchos se preguntaban qué es lo que hacía aquel hombre, el hijo del carpintero, que se juntaba con personas que no consideraban honorables en su sociedad. Había venido, sin embargo, no a por los buenos (por los que así se consideraban y no querían cambiar su corazón) sino a por aquellos que se reconocían pecadores y necesitaban, ellos si conscientemente, de quien los salvara.


JESÚS, Mateo supo conocerte y seguirte. Sin embargo aquellos que eran los considerados mejores de entre los suyos no te tenían mucho aprecio y querían sorprendente en un descuido espiritual para acusarte, pensaban, de blasfemo. Que sepamos, siempre, confiar en ti para caminar contigo hacia el definitivo Reino de Dios.





Eleuterio Fernández Guzmán

14 de enero de 2011

Sanar cuerpo y alma

14 de enero de 2011



Mc 2, 1-12

Entró de nuevo en Cafarnaum; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra.

Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde Él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”.

Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: “¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?”. Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: “¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate, toma tu camilla y anda?’ Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’».

Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: “Jamás vimos cosa parecida”.


COMENTARIO

Cuando Jesús, por lo general, se tenía que enfrentar a un caso especial, llámase extraordinario, tenía mucho en cuenta lo que pretendían las personas que se le acercaban. Valoraba mucho la fe que tenían y, así, la confianza que en Él se ponía.

Aquel paralítico, en verdad, fue sanado porque sus amigos le demostraron amor haciendo todo aquello que hicieron para llevarlo ante el Maestro. Y, también,  por supuesto, porque estaban más que seguros que sería curado.

La curación llevaba implícita el perdón de los pecados porque los contemporáneos de Jesús establecían tan errónea relación. Sanó, pues, física y espiritualmente.



SEÑOR, sana nuestro corazón herido por el mundo y perdona aquello que da mal hagamos. Que sea, tal perdón el momento preciso de empezar una nueva vida, sanado el corazón del pecado y danos fuerza para no caer más en la tentación de romper nuestra relación contigo.




Eleuterio Fernández Guzmán

13 de enero de 2011

Agradecer el don

13 de enero de 2011



Mc 1, 40-45

En aquel tiempo, vino a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: “Si quieres, puedes limpiarme”. Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: “Quiero; queda limpio”. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente:” ”Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio”.

Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes.


COMENTARIO

Jesucristo, a lo largo de su vida pública, mostró un gran amor por aquellos que, en la sociedad de su época, eran considerados como personas no admitidas en la misma: mujeres, niños y enfermos (paralíticos, leprosos, etc.). Así nos enseña que la caridad ha de ir dirigida, sobre todo, a los más necesitados.

Por otra parte, el Hijo de Dios siempre cumple la Ley establecida. Por eso le dice al leproso que acuda al sacerdote para que certifique su curación.

Sin embargo, el leproso no pudo contener su gozo por haber sido curado y, raudo, comunicó a todo el que quiso escucharle que era, siendo la misma persona, otra distinta que iba a ser admitida, ahora, por la sociedad que le rechazó. Fue agradecido.




JESÚS, al igual que hiciste con el leproso, límpiame de todo pecado que lastre mi vida espiritual y permíteme que promulgue, a los cuatro vientos, de dónde viene la salvación eterna.





Eleuterio Fernández Guzmán





12 de enero de 2011

Buscar a Jesucristo

12 de enero de 2011


Mc 1,29-39

En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.

Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: ‘Todos te buscan’. El les dice: ‘Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido’. Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.


COMENTARIO

Jesús sanaba los cuerpos y los corazones de sus contemporáneos porque era la misión que le había encomendado Dios, su Padre. Así trataba de convertir a los que se habían alejado de la Ley del Creador y habían tomado caminos mundanos y, además, adaptado la norma divina según los intereses puramente humanos.

Además, Jesucristo sabía que para eso, como él mismo dice, había “salido” al mundo. Por eso todos iban tras Él.

Una actitud buena de parte de quien obtiene la curación, física o espiritual, es la que tiene la suegra de Simón: sirve a quien le ha salvado y no se aleja, como harían 9 de los 10 leprosos que curaría el Hijo de Dios. No abandona, por así decirlo, a quien tanto le ha dado sino que se muestra agradecida.



JESÚS, tú que supiste llevar a cabo lo que te había encargado tu Padre, permítenos encontrarte en nuestra búsqueda del camino que nos lleve hacia el definitivo reino de Dios.





Eleuterio Fernández Guzmán

11 de enero de 2011

Divina autoridad

11 de enero de 2011

Mc 1,21-28

Llegó Jesús a Cafarnaum y el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios». Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él». Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. 

Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen». Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.


COMENTARIO

Cuando los espíritus inmundos reconocen a Jesús como el Santo de Dios hacen algo que, a lo mejor, muchas veces, sus propios discípulos costaba entender. Seguramente esperaban a un Mesías batallador y guerrero que no era, precisamente, el comportamiento que su Maestro demostraba.

Por otra parte, cuando enseñaba todos decían que, a diferencia de sus ordinarios maestros, la enseñanza de Jesús denotaba una verdad que no podían apreciar en sus contemporáneos que llevaban a cabo tal labor. Se daban cuenta, aún sin reconocerlo como hijo de Dios, que aquella persona que les hablaba tenía, en sus palabras, la Verdad.



JESÚS, es bien cierto que sabes de la existencia del Mal y que Satanás pretende apartarnos de la voluntad de tu Padre. Ayúdanos a evitar las tentaciones que, ordinariamente, nos presenta el ángel caído y limpia nuestro pecado. 




Eleuterio Fernández Guzmán

10 de enero de 2011

Seguir a Jesucristo

10 de enero de 2011


Mc 1, 14,40


Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.”

Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.

Jesús les dijo: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.”
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

COMENTARIO

Cuando Jesús comprendió que había llegado el momento en el que debía manifestar el mundo su divina naturaleza, no duda ni un momento qué debe hacer.

Busca a aquellos que sabe van a dejarlo todo y a seguirlo. Y así lo hacen con sus inmediatos quehaceres. Lo cambian todo por seguir a alguien a quien no conocen. Tienen confianza en quien les llama y eso les hace ver que el mundo puede ser mejor.

Quiere hacerlos pescadores de hombres para atraerlos, con la red de la Palabra de Dios al reino del Padre y ellos, teniendo fe antes, siquiera, de conocer a Jesús, todo lo dejan y se abandonan, con tal forma de actuar, a la voluntad de Dios.



SEÑOR,  que sepamos dejar nuestras cosas del mundo con sus mundanidades para dedicar nuestra vida a la transmisión de tu Palabra y así ser hijos tuyos que saben que lo son y actúan en consecuencia; como nos has llamado que no miremos para otro lado.





Eleuterio Fernández Guzmán

9 de enero de 2011

Bautizados con Espíritu y fuego

9 de enero de 2010


Mt 3,13-17

En aquel tiempo, Jesús vino de Galilea al Jordán donde estaba Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?». Jesús le respondió: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces le dejó. Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre Él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco».


COMENTARIO

El Bautista no se sentía digno de bautizar a Jesús. Sabemos, sin embargo, que su bautizo, el de Cristo, no fue uno que lo fuera sacramental (Él no tenía pecado ni necesitaba, por lo tanto, que se le perdonara) sino que servía de ejemplo a aquellos que, entonces, seguían a su primo nacido de Isabel.

No podemos olvidar, por otra parte, que Dios se complace en su Hijo y así nos lo hace saber. Entonces, sabiendo que el Creador ama con todo su Amor a Jesucristo, seguir a quien tanto ama (pues Cristo es Dios hecho hombre) ha de ser la primera disciplina del creyente: sigo al Mesías porque le amo.


JESÚS, que siempre tengamos presente que, tras el bautismo, somos hijos de tu Padre, y no sólo criaturas, y que, por lo tanto, nuestra vida tiene que ser llevada acorde con su voluntad y no podemos desviar nuestro existir ordinario por caminos de perdición del alma. 






Eleuterio Fernández Guzmán